Por: Rolando Alvarenga
El efectivo y compaginado trabajo entre federativos, entrenadores y atletas siempre terminará dando buenos frutos. Lamentablemente, en nuestro medio son raros y contados esos casos, ya que predomina el desorden en las federaciones.
Entre las pocas excepciones a la regla está el caso del señor Fito Shean Liou, presidente de la Federación Salvadoreña de Voleibol, quien acompañado por su junta directiva (Fidel Fuentes, Irma Bonilla, Enrique Burgos, Gustavo Henríquez, Beatriz Bejarano, Alfredo Soriano y
Rolando Cáceres), brindó las condiciones necesarias a la selección masculina de voleibol de sala, que ganó la medalla de plata en los Juegos Centroamericanos Managua 2017, y a la dupla femenina de voleibol de playa que también ganó plata en Managua.
De cepa taiwanésa, Shean Liou aterrizó en El Salvador a finales de la década de los ochenta y, desde entonces, comenzó a laborar muy duro, alternando el trabajo con el deporte.
Fue jugador de voleibol y después entrenador ganando medalla de oro juvenil internacional y en 1991 obtuvo plata en un Centroamericano Mayor realizado en esta capital.
Pero para bien del voleibol salvadoreño, este laborioso y humilde asiático llegó a la presidencia de la federación en 2016 y, durante 2017, apoyó el proceso de selecciones mayores de sala y playa, sin dejar por fuera a las selecciones juveniles. Restándole horas a sus labores cotidianas, Shean Liou estuvo pendiente y fiscalizando toda la preparación técnica de las selecciones que viajaron a los Juegos Managua 2017.
Bajo cielo nicaragüense, el taiwanés estimuló económicamente cada una de las cinco victorias que consiguió la selección masculina de sala. Y, aunque no se logró el oro, se percibió que Don Shean nunca presionó al
técnico Nery Henríquez para ganarla.
Es más, dando un ejemplo de justicia deportiva, el titular federativo ofreció una recepción y dinero de su bolsa a los “guerreros del volei”.
Moraleja: Si todas las federaciones trabajaran con la entrega de este voluntarioso taiwanés de nacimiento, pero salvadoreño de corazón, otro gallo cantaría a nuestro deporte; pero, ¡nada que ver! ¡Todo un ejemplo a imitar!
*Los conceptos vertidos en esta columna son de exclusiva responsabilidad de quien los presenta.