Iosu Perales
La hora de la verdad está llegando. El día 3 de febrero el pueblo salvadoreño está llamado a ejercer un voto responsable no exento de ilusión. Ese día, el escrutinio de las urnas dará por superadas las encuestas y toda especulación. En realidad, en los últimos años parece que la globalización ha trasladado a todas partes una verdad: las encuestas se equivocan demasiado. Ocurre que las empresas de encuestas trabajan, generalmente, al servicio de clientes que no pueden quedar defraudados por los pronósticos de las casas encuestadoras. Dime quién paga una encuesta y te diré sus resultados.
Además, hoy por hoy las encuestas no están pensadas principalmente para conocer la opinión de la gente, sino para crear opinión. Una opinión tendenciosa que no respeta la objetividad a la que se debe toda investigación sociológica y particularmente los sondeos. En El Salvador hay intereses que ponen el acento en un supuesto bipartidismo a derribar. Sin embargo, hay bipartidismo cuando dos partidos se alternan en el poder con mayorías absolutas y se ponen de acuerdo para generar una exclusión o una discriminación de minorías políticas. En El Salvador los partidos con representación actualmente son seis y es frecuente que la mayoría de la Asamblea Nacional esté confrontada con el Gobierno en minoría.
Las principales opciones electorales son tres. ARENA representa la corrupción y el clasismo más insultante. GANA-Nuevas Ideas representa un nacional-populismo que propugna promesas, a partir de lo que la gente quiere oír. El FMLN representa una esperanza todavía no alcanzada. ¿A quién votar? Cuidado, vislumbro que por detrás de la candidatura emergente de Nayib Bukele hay intereses por llevar la política a una crisis sin salida. Es la ocasión de quienes predican el fin de los partidos políticos, pues son más manejables los movimientos a través de Internet que, a su vez, son controlados por fuerzas poderosas de las finanzas y de la geopolítica.
No me voy detener en lo que pienso de Carlos Calleja y Nayib Bukele. Mi opción es el FMLN y antes de referirme a su candidato Hugo Martínez, me parece aleccionador escribir algunas palabras sobre Salvador Sánchez Cerén, el actual presidente de la República, quien como pocos políticos encarna la honestidad, el sentido más profundo de la justicia, la austeridad y el proyecto de un país y una vida mejor.
La verdad es que con mucha frecuencia, política y ética ni se encuentran ni se reconocen. A la corrupción económica se suman otras variantes como el incumplimiento de promesas electorales, la gestión opaca, la manipulación y la demagogia, la apropiación de las instituciones para prevaricar, defraudar, hacer favores, fortalecer el clientelismo, y capturar la democracia. Es por eso que cuando un partido político y un liderazgo como el de Sánchez Cerén se revelan como honestos, transparentes, fieles a sus electores y al pueblo, dan verdaderas ganas de celebrarlo y proclamar a los cuatro vientos que sí son posibles otros partidos y otros liderazgos.
He tenido el honor de compartir muchas horas con Sánchez Cerén, desde hace muchos años. Lo que más me ha impactado siempre es su forma de entender y practicar la vida y la política: con austeridad, con honradez. Formas de estar en el mundo basadas en las convicciones de conciencia, ateniéndose a principios sólidos, fuertes, a ideales de justicia, de igualdad, de solidaridad. Son pilares de una personalidad en la que pueden confiar los sectores sociales desfavorecidos, pero también los acomodados socialmente, porque todos pueden estar seguros de que cumplirá su promesa de servicio y nunca de servirse de la política.
Ahora que acaba su legislatura suscribo nuevamente todo lo dicho. Podrá decirse que ha estado más o menos acertado, que algunas de sus decisiones son discutibles; podrá decirse que no es un hombre mediático y entregado a la política del marketing. Podrá decirse que en el FMLN hay casos opacos de posible corrupción, en todo caso que afectan a una minoría de funcionarios. Pero nunca podrá cuestionarse la rectitud del presidente, su respeto a los rivales políticos, su espíritu dialogante. Su tenacidad para sacar adelante políticas cortocircuitadas por la derecha de la Asamblea Nacional.
Hugo Martínez va por el mismo camino: el de la honestidad personal y de la administración pública, ninguna tolerancia a la corrupción. Son dos de sus banderas. Sin lugar a dudas, Hugo Martínez es el presidente que necesita el país en un momento en que es necesaria la reconciliación de la sociedad con las instituciones, con la administración, con la actividad política. Muchas décadas ha vivido el pueblo salvadoreño soportando en el poder a quienes ven en el Estado un botín que robar. Es imprescindible que siguiendo la buena estela del gobierno que ya acaba su mandato, el pueblo soberano pueda tener como gobierno uno que sea ejemplo de integridad y limpieza. Más aún cuando estamos viviendo las imputaciones de expresidentes de ARENA, toda una metáfora de la forma de gobierno de la derecha de la caverna.
El mundo en que desarrollamos nuestras vidas es con frecuencia un mundo negador de la vida, invivible, dada la violencia estructural del modelo económico imperante, excluyente. Lo bueno de la candidatura del FMLN, pese a sus errores a rectificar, es que con su lucha nos dice: “Dejemos el pesimismo para tiempos mejores”, lema que le ha acompañado desde su nacimiento. Y desde esa actitud Hugo Martínez nos invita a acompañarlo para cambiar la realidad. Es un gesto que inspira confianza, ilusión, y alimenta la idea de que es posible caminar unidos. Este camino lo haremos si siguiendo la huella de Sánchez Cerén bajamos de los discursos al roce del cuerpo a cuerpo, al sentimiento compartido que es el pilar de una cultura solidaria que nos permite colocarnos en el lugar de los empobrecidos, empatizar con ellos, estar-con-ellos en su sufrimiento y buscar su felicidad como la nuestra propia.
No me cabe duda de que Hugo Martínez es un convencido seguidor de este camino y lo está recorriendo. Él no es un mago que ofrece soluciones sacadas del sombrero. No es un mesías instalado en la crítica destructiva. Es un militante de la vida y de la justicia social, de la democracia y de un país para todas y todos. Hugo representa el empeño por corregir errores, por regenerar la política y ponerla en el lugar central que debe ocupar en toda sociedad avanzada y democrática. Con Hugo la esperanza está viva.
La juventud debe saber distinguir entre la moda de un supuesto prestidigitador que dice tener solución para todo en breve tiempo, y la opción por miles y miles de personas organizadas que representa el FMLN.