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FMLN, Movimientos y Organizaciones Sociales, un nuevo contrato

Iosu Perales

Para el FMLN y su fórmula electoral el encuentro y alianza con los movimientos sociales es prioridad. Así lo ha venido demostrando y así es como aspira  a gobernar:   atendiendo a sus planteamientos y reclamos. Los movimientos El Salvador Adelante y El Salvador Cambia, ailment y las organizaciones sindicales, malady gremiales, store de mujeres, de profesionales, etc (en adelante movimientos y organizaciones)  en constante diálogo  con Salvador y Oscar están construyendo lo que en el futuro ya próximo deberá ser un escenario extenso de democracia participativa.  La democracia participativa, concepto muy impreciso, no ha de entenderse como antagónica, sino como complementaria de la democracia representativa. Requiere de una sociedad civil que participa en los procesos de decisión que conllevarán posteriormente a las decisiones definitivas, lo que supone oportunidades de voz propositivas y garantías para el ejercicio de tales oportunidades. La participación ciudadana tiene como objeto la democratización del espacio público y no se limita al ámbito de las instituciones políticas sino que se extiende asimismo al campo de la sociedad civil; se orienta a fortalecer las capacidades auto organizativas de la sociedad y es un medio de socialización de la política y de generación de nuevos espacios y mecanismos de articulación entre Estado y sociedad. Estas bondades democráticas van ganando espacios en América Latina.

Lo importante es que este encuentro va en el camino de superar una democracia liberal que ha ido configurando una forma de partitocracia que se manifiesta en la apropiación de la vida política por los partidos políticos, reservándose para ellos mismos los ámbitos de decisión y limitando en exceso la acción y participación de los movimientos y organizaciones sociales. En El Salvador, afortunadamente, al menos en el espacio de la izquierda social y política, se están produciendo cambios que empiezan por un reconocimiento entre iguales, sin jerarquías. No hay que olvidar que la idea de vanguardia superior está asociada a la idea de sociedad inferior.

El FMLN y las organizaciones y movimientos ciudadanos están cambiando el país. No es sencillo construir una cultura política allí donde las tradiciones autoritarias, clientelares y caudillistas, han sembrado durante décadas actitudes escasamente autónomas. Por consiguiente el desafío tiene una dosis considerable de revolución mental, de lucha contra las inercias, contra los miedos seculares y la falta de hábito participativo. Ello plantea una doble dimensión educativa: hacia la ciudadanía y hacia las instituciones el Estado. La primera necesita nutrirse de autoestima, de valores y de organizaciones, el segundo necesita de reformas que habiliten su propia reconversión y aseguren la participación ciudadana. Y este es el proceso que se está trazando. Es decir hace falta un tipo de educación para la consolidación del sistema democrático participativo; una educación cívica que haga de los espacios escolares, comunicacionales, espacios de intercambio y participación que forme a las personas y sus organizaciones sociales y políticas en los principios y valores de la democracia.  Es preciso construir otro tipo de poder sobre la base de otra lógica y de otros valores: un poder asumido como servicio; un poder entendido como responsabilidad asignada en relación a la cual hay que rendir cuentas; un poder que suponga ejercicio compartido.

Salvador y Oscar así es como están definiendo su gobierno: al servicio de la gente. Y sobre esta base es como deberá darse en la práctica esta deliciosa sentencia: la eficacia del Gobierno fiscalizada constructivamente por los movimientos y organizaciones sociales, hará posible un país nuevo, más solidario, más justo. Es entonces cuando la democracia alcanzará toda la dimensión de su promesa.

Con este horizonte es necesario un contrato en la relación partidos-sociedad que devuelva a los partidos su razón de ser que es la esperanza, la fidelidad a las clases trabajadoras, a la gente. Y que dote a los movimientos y organizaciones sociales de nuevas herramientas para ser útiles a una gobernanza socialmente buena. Hay una necesidad de una nueva disposición de las fuerzas sociales y políticas, de tipo horizontal, en igualdad. Ya no puede ser que haya partidos que se arroguen la representación de los pueblos y de sus intereses, convirtiéndose por decisión propia en los representantes y gestores de los supuestos intereses de todas y todos. Lo que hace falta es que los partidos de izquierda asuman la mayoría de edad de los movimientos y organizaciones sociales y escuchen su propia voz. Esto es, justamente, lo que ha hecho el FMLN y la fórmula Salvador-Oscar. Este proceso de alianza estratégica se está consolidando a lo largo de estos meses. La victoria del 9 de marzo será su culminación y, a la vez, la apertura de un escenario inédito para los anhelos y el proyecto de la izquierda salvadoreña.

En este nuevo escenario las agendas sociales serán el garante del buen rumbo del nuevo gobierno. No quiero terminar este artículo sin hacer referencia a las alianzas políticas que deben ser seguidas con atención por los movimientos y organizaciones sociales, de manera comprensiva y crítica también. Miren, Nelson Mandela consiguió doblegar y derrotar el apartheid en Suráfrica, cuando logró atraer para su causa a un sector de los afrikáner. Igualmente lo hubiera alcanzado sin ese movimiento positivo de una minoría de blancos, pero el proceso libertador habría sido más prolongado en el tiempo y mucho más conflictivo. ¿Qué quiero decir con ello? Nada más y nada menos que estamos ante la oportunidad de derrotar a la derecha de la caverna, para mucho tiempo y tal vez para siempre.

Las agendas deben contemplar desde luchas por el agua, la vivienda, la tierra, los derechos laborales, etc, a planeaciones para avanzar hacia la conquista del Estado social, los procesos de integración regional en clave social, y enfoques con propuestas de desarrollo endógeno participativo. También es recomendable crear espacios compartidos de reflexión y debate con vocación de incidencia política, dotándoles de continuidad, por ejemplo en el marco regional centroamericano a propósito de las relaciones Unión Europea-Centroamérica o en relación al proceso de integración regional, por poner dos ejemplos. Las agendas deben incorporar estrategias compartidas para generar espacios de la sociedad civil realmente representativos, presionando a los gobiernos nacionales e instituciones de la integración con este fin.

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