Luis Armando González
“Es hora de lanzarse a la conquista de la realidad con armas eficaces. Porque así, en suma, se alcanza el más legítimo autoconocimiento. Tal ha sido siempre el secreto del héroe”.
Julio Cortázar.
Nota introductoria
Cuando ya estaban terminadas estas reflexiones, sin querer leí en una publicación digital lo siguiente: “El FMLN que ha devuelto a El Salvador a los brazos de ARENA dejó de inspirar a los votantes que creyeron que su vida y el rumbo del país pueden mejorar”. No puedo evitar señalar el sinsentido y la vacuidad de la primera parte de la afirmación pues, en todo caso, lo que el partido de derecha ha logrado es el control de la Asamblea Legislativa por tres años y se prepara para controlar el Ejecutivo por cinco años, con lo cual tendría prácticamente el aparato del Estado en sus manos en ese tiempo, no El Salvador. Ahora bien, para que eso sucediera en la correlación legislativa 2018-2021 (y pueda completarse en el Ejecutivo en 2019) no se puede prescindir de los votantes efectivos de ARENA, que haga lo que haga el FMLN seguramente seguirán vinculados a ese partido (o, en el peor de los casos, al PCN o al PDC). O sea que estos votantes –siguiendo el estilo amarillista del texto comentado— sí que pusieron a El Salvador en brazos de ARENA. Por otro lado, es absurdo suponer que la responsabilidad de impedir que el país sea dominado política y económicamente por ARENA y la derecha empresarial es exclusiva del FMLN. Impedir que El Salvador esté “en los brazos” de ARENA es una responsabilidad que atañe a muchos, incluido el FMLN. Por decencia y rigor, no para diluir responsabilidades, es que se debe realizar un examen amplio y detenido de todos los factores que hicieron posible el desenlace electoral del 4 de marzo y que están abriendo las puertas a una hegemonía política de ARENA a partir de 2019. Hacer del FMLN, en concreto a su dirigencia, el único responsable de esta situación aunque sea provechoso para quienes quieren vengarse de agravios reales o imaginados, impide hacer visibles a todos aquellos actores que también contribuyeron, por acción o por omisión, para devolver a “El Salvador a los brazos de ARENA”.
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Aunque los resultados finales de las elecciones del 4 de marzo aún están pendientes, lo que se tiene hasta ahora es suficiente para que en el FMLN (y también en el gobierno) se tomen decisiones importantes, a partir del resultado que le atañe más directamente: la drástica reducción de su caudal electoral en lo que se constituyó históricamente como su “voto duro”, y que incluso en las elecciones de 2012, pese a una disminución significativa, le permitió mantener una cuota de diputados con la que pudo seguir siendo una fuerza política capaz de incidir en la dinámica legislativa. Ese voto duro se ha erosionado, y como resultado de ello la fracción de diputados y diputadas del FMLN será más débil que nunca en el marco de una Asamblea dominada por un bloque de derecha, liderado por ARENA, que concentrará en sus manos prácticamente todo el poder legislativo.
Visto esto en la perspectiva del último año de gobierno del Presidente Salvador Sánchez Cerén y de las elecciones presidenciales de 2019, es evidente que ARENA (y la derecha) tiene una enorme ventaja de cara a esas elecciones, a partir de las cuales (de conquistar ARENA la presidencia) seguramente se dará marcha atrás a los cambios que no sin dificultades han impulsado los dos gobiernos del FMLN. El panorama, pues, no es alentador para quienes creemos que hay que seguir avanzando hacia una sociedad más justa, inclusiva y solidaria.
La imposición de una hegemonía casi absoluta de ARENA en el aparato del Estado, que se haría realidad si ese partido conquista la presidencia en 2019, debería ser motivo de la mayor preocupación para cualquier persona progresista, que crea que la igualdad, la justicia y el bienestar de la mayoría son metas por las que vale la pena luchar. Con un posible control (casi total) del Estado por ARENA, sumado al control que ya tiene la derecha del aparato económico, “alegrarse” por la derrota electoral del FMLN –y especialmente cuando esta alegría es manifestada por quienes se dicen seguidores de Mons. Óscar Romero, Rutilio Grande o Ignacio Ellacuría— es francamente absurdo.
Es una lástima que su recelo, resentimientos y, en algunos casos, odio visceral hacia el Frente les impida caer en la cuenta de lo obscuro del panorama que se vislumbra para sus queridas “mayorías populares”. O peor aún, que crean que el castigo que dieron al FMLN es más importante que aceptar que ARENA y la derecha impongan su hegemonía casi absoluta.
Para el FMLN (y el gobierno) es el momento de actuar con audacia, dando giros e impulsando acciones que incidan en las dinámicas que llevaron a este desenlace electoral y que manden un mensaje a la sociedad, pero en específico a quienes no votaron (o anularon su voto) pese a ser militantes o simpatizantes del FMLN, de que las cosas no seguirán por los cauces seguidos hasta antes del 4 de marzo.
Actuar con audacia, sin embargo, no significa actuar a lo loco o precipitadamente. Hay que meditar sobre aquello que conviene hacer y afinar todo lo que se pueda la puntería. Las decisiones o pronunciamientos no meditados debidamente pueden ser usados por la derecha, envalentonada y con recursos suficientes a su disposición, para ahondar la difícil situación del FMLN. Hay que actuar, eso sí, con audacia y creatividad, sin miedo a poner toda la carne en el asador.
Se impone, antes que nada, reflexionar sobre la erosión del voto duro del FMLN; y es que eso nunca debió haber sucedido pues, desde que ese caudal electoral se consolidó, no solo daba el partido una cuota de poder firme (legislativo y municipal) sino que era el punto de partida desde el cual lo que se buscaba era sumar votos que como tales eran la ganancia aportada por las alianzas o las figuras emergentes.
Entonces, en el horizonte de desafíos inmediatos del FMLN (y del gobierno) lo que aparece sin ningún género de dudas es la reconquista de esos ciudadanos (votantes) que se perdieron en esta elección y que no son de derecha. A ellos resulta útil aplicarles la hipótesis del “voto de castigo”, ya que es presumible que decidieron anular su voto o no votar por estar contrariados, tener un malestar o rechazar algo de su partido. Esa hipótesis ciertamente no explica todo lo sucedido en las elecciones del 4 de marzo, pero es razonable como explicación de lo sucedido con quienes, siendo militantes o simpatizantes del FMLN, decidieron no apoyar a su partido en esta jornada electoral.