Cristina, internacionalista y feminista, por el Derecho a Decidir
Tras una semana intensa de emocionalidad, más propia de la “dimensión desconocida” de A. Hitchcock, donde el mundo pudo presenciar la lamentable violencia de un Estado desproporcionada frente a un pueblo que ejercía un derecho internacional, hoy, asistimos a la declaración formal de independencia en Catalunya, vía eslovena con apertura de negociación y posterior suspensión.
Más allá de hacer un análisis valorativo de su significado, esto demuestra el fracaso de un Estado “sin memoria”, síntoma de una enfermedad en la democracia, cuyas causas están enraizadas en el pasado, y que sigue sordo al diálogo y la mediación internacional. Un gobierno inmaduro que respira a régimen dictatorial cuando permite expresar que “Puigdemont puede terminar como Lluis Companys1 si aplica la Independencia”. Y frente a un pueblo que ejercía un derecho internacional.
Los medios, en busca de amarillismo de banderas, no explican que este referéndum y su resolución, con todo lo que está sucediendo en Catalunya, proviene de un sentimiento antiguo de “ahogo” que hunde sus raíces en la misma formulación de la democracia “a la española”.
Este 1 de octubre, más de dos millones de hombres y mujeres que residen en Catalunya votaron, 700.000 votos fueron silenciados por actuaciones más propias de un régimen autoritario. Salieron a la calle a expresar “su derecho a decidir”. Y mientras se niega su legalidad, se obvia y justifica su represión. En España se han celebrado un total de 16 referendums desde 1936. Entre ellos, el referéndum para ratificar la Constitución Europea, del 20 de febrero de 2005. Solo participó el 42% de la población. En las últimas elecciones se eligió gobierno con más de un 33% de abstenciones. Nadie pone en cuestión la democracia con esas cifras. No me interesa hablar del baile de cifras, puesto que yo soy de las mayorías invisibilizadas. ¿Cuantas mujeres firmaron la Constitución de 1978? El 50% de la población no pudo opinar. ¡Qué extraño esto de las cifras! Me interesa hablar de ese “ahogo” que millones sienten en un territorio al igual que otros pueblos. ¿Surgió de repente, o es un hecho preexistente que nunca se resolvió?
Lo que Catalunya está demostrando, en pleno 2017 es que existe un conflicto, una deuda histórica hacia los pueblos que en su origen preexistían. Pueblos que una y otra vez se han enfrentado política y militarmente, acallados con una dictadura que duró más de 40 años, y posterior firma de una Constitución. Nos hacen creer que el pueblo catalán responde a caprichosas banderas radicales. Eso es parte de la violencia. Tenemos cultura, lengua, costumbres y características geográficas distintas. Una historia de violencia compartida. Una diversidad que fue desdibujada por la falsa creación de unidad, sellada en la constitución de 1978. El problema siempre fue aceptar esa diversidad de lenguas, naciones y pueblos.
Hoy esa violencia ha salido a las calles, donde los grupos de ultra-derecha, de tinte fascista, han perdido el miedo a mostrarse. Violencia que se extendió no hace tanto, provocando un genocidio en Europa, y que resurge sin temor ni pudor. Nos hablan de “asuntos domésticos”, igual que en la violencia de género. No dicen, -me estás obligando-, como maltratador que culpa a su víctima de la violencia que ejerce, ¿nunca salimos de las fauces fascistas de la dictadura?
En efecto, es totalmente legítimo que las personas expresen su sentimiento español, su amor a la bandera, lengua y cultura, igual que los millones de personas en Catalunya. Sin embargo, cuando un sentimiento oprime a otro, como decía un manifestante español en Barcelona, “a bajarse los pantalones”, estamos mostrando lo que sienten: “la identidad catalana es despreciable e inferior”.
Esto es como un matrimonio forzado que no funciona. Hay desvalorización y discriminación constante. Una parte, la violentada expresa que ya no puede más. Normalmente esto no ha sido de repente, 7 años. La parte que ejerce el “dominio” no entiende y le dice constantemente “que en realidad la ama, no quiere perderla”, pero cuando se da cuenta que es serio, ejerce violencia extrema en nombre del Estado de derecho. La diferencia es que en una pareja son dos, aquí somos pueblos.
Esta bien si queremos criticar el mecanismo del referéndum, a mí personalmente me encantaría cuestionar que democracia sea votar cada 4 años, pero un referéndum es el mecanismo más sencillo y democrático, construido para escuchar al pueblo.
¿Ilegal? Quizás la clase “democrática” que sostiene al gobierno, hoy en el senado, debe recordar que son los pueblos, su expresión y presión en las calles, los que empujan los avances en los marcos jurídicos y constitucionales. Que nos pregunten a las mujeres, a las personas negras e indígenas, a la clase obrera. Avances en los derechos civiles y políticos no reconocidos en aquellos marcos que responden al “status quo” y que redactan bajo sistemas de opresión.
Lamentablemente, nuestra sociedad quizás no está preparada para avanzar en la diversidad y multiculturalidad territorial, no solo con el pueblo catalán, sino con, por ejemplo, el pueblo gitano, más antiguo y con deuda mayor. Pero cuando veo Catalunya, y las manifestaciones masivas de familias enteras siento la esperanza y el grito de los pueblos unidos pidiendo un cambio.
Como feminista, residente en El Salvador, creo en el “derecho a decidir”. Comprometida con la lucha de los pueblos originarios y sus cosmovisiones, aprendí que ese derecho es indisoluble de la libertad del territorio que habita un pueblo. “Cuerpo y Territorio”, complementariedad indisoluble que involucra a nuestras ancestras y ancestros, pero también a las generaciones futuras. Una red de vida y espiritualidades que nos nombra para narrarnos desde la libertad de los pueblos.
“En este país impune, responsable de graves violaciones de derechos humanos, los y las que luchamos por la tierra, por el agua, por el territorio, para la vida (…) tenemos una fuerza que viene de nuestros ancestros, herencia de miles de años, de la que estamos orgullosas(…)”.
Berta Cáceres, mujer Lenca, asesinada en marzo de 2016.