Luis Armando González
Todos los seres humanos somos frágiles y vulnerables, es decir, estamos expuestos a factores de la realidad exterior y a factores que se generan en el interior de nosotros que son una amenaza para nuestro bienestar e integridad física y mental. Se trata, muchas veces, de factores impredecibles que sacuden el equilibrio siempre precario del ritmo de vida que llevamos hasta ese momento. Esto no les pasa sólo a los humanos: cualquier ser vivo se ve sometido a amenazas suscitadas en el entorno o al interior de sus estructuras biológicas.
La conclusión anterior se me ha venido imponiendo cada vez que, como profesor universitario, me ha tocado impartir esa hermosa asignatura llamada “Sociología de la familia”. En la actualidad, al servir de nuevo la materia, llego a la misma conclusión. Esa agrupación social específica no sólo se ha configurado de varias maneras a lo largo de la presencia del Homo sapiens en la tierra (unos 250 mil años), sino que ha estado (y sigue estando sometida) a presiones y tensiones que fuerzan más a su inestabilidad que a lo contrario. Presiones y tensiones que surgen de su interior, y que requieren, para que el grupo no se disgregue, de la gestación de dinámicas de transacción, concesiones mutuas y renuncias entre sus miembros.
Asimismo, se tienen las presiones y tensiones del exterior, que también tienen un enorme poder disolvente de la agrupación social que recibe el nombre de familia. Los ordenamientos económicos, cuando se estructuran en función de los intereses de élites voraces, generan presiones (por ejemplo, por una explotación laboral extenuante o por la precariedad de los recursos que llegan al hogar) que favorecen la disgregación de la familia. Los entornos violentos, cuando el crimen impone sus fueros en barrios, colonias o comunidades, crean inestabilidad e incertidumbre en la familia. Los ordenamientos jurídicos y políticos –que en las sociedades democráticas deberían ser un resguardo para el bienestar y la seguridad de la familia y sus miembros— muchas veces obran en contra de los mandatos constitucionales y de derechos humanos.
El análisis de los factores que intervienen en las dinámicas en su interior –recursos económicos, espacios, consumo, comunicación, trayectorias de vida previa de los miembros de la pareja fundadora de la familia— y de los entornos socio-económicos (por lo general, expoliadores de los recursos familiares) no da lugar, desde mi punto de vista, más que la siguiente conclusión: la inestabilidad y la precariedad son lo normal en la historia de la agrupación social “familia”. Y la estabilidad y el bienestar, ahí en donde se han conquistado y siguen conquistando, siempre son precarios. En la base de la vulnerabilidad del grupo social familia se tiene la vulnerabilidad de los individuos que la conforman y que, por supuesto, conforman cualquier otra agrupación social (incluida una macro sociedad).
Los individuos humanos somos terriblemente vulnerables. Por ejemplo, a la arremetida de agentes patógenos y a las múltiples amenazas provenientes de entornos económicos, sociales o institucionales no diseñados para el bienestar y la felicidad de las personas. No hay ningún individuo humano que sea invulnerable siempre y en todo lugar, y a lo largo de su vida. Queremos creer lo contrario e intentamos vivir como si fuéramos invulnerables. Y no es extraño que haya quienes, ante una situación de amenaza (o de afectación directa) vivida por otros, no puedan evitar la actitud que trasluce un “eso jamás me sucederá a mí”. A estas personas se les tendría que decir que están equivocadas: que les sucederá algo parecido en algún momento de su vida, y que lo mejor que pueden hacer es tomar las precauciones que estén a su alcance para que las amenazas que se les presenten no les impacten con excesiva dureza.
Por supuesto que hay individuos, en un momento dado (por razones genéticas o por razones de acceso a recursos socio-económicos) son menos vulnerables que otros individuos. Pero la genética humana no dicta una bienestar físico y mental eterno; y el acceso a recursos es variable en el tiempo y, en no pocas ocasiones, depende de una lotería en la cual las rachas ganadoras se intercalan con las malas rachas.
No hay nada que hacer: irremediablemente, envejeceremos y moriremos; gozaremos de salud y nos enfermaremos. En algunos momentos de nuestras trayectorias de vida nos sentiremos seguros y confiados, y, en otros, acorralados y con el piso tambaleante. Los individuos humanos somos precarios, somos vulnerables. No somos, hoy por hoy, entidades “trans-humanas”, sino unos primates sin pelos, miembros de una especie biológica concreta, la misma que comenzó su andadura en la tierra hace unos 250 mil años. Una especie cuyos miembros individuales (organismos) están marcados por el deterioro biológico gradual e irremediable, que no es ajeno a los ambientes –más hostiles o menos hostiles, según los tiempos y las circunstancias— en los que les toca vivir. Frágiles y vulnerables: eso somos.
Debe estar conectado para enviar un comentario.