Iosu Perales
El próximo domingo 23 de abril tendrá lugar la primera vuelta de las elecciones presidenciales en Francia. Si damos crédito a las encuestas la ultraderechista Marina Le Pen y el centrista Emmanuel Macron pasarán a disputarse la victoria en segunda vuelta, el domingo 7 de mayo. Pero esas mismas encuestas advierten del avance significativo del candidato de la izquierda alternativa Jean Luc Mélenchon quien está logrando captar voto útil del electorado tradicional del partido socialista, cuyo declive es incontestable, hasta el punto de que algunos de sus dirigentes han reconocido que no votaran a su candidato, Benoit Hamon, sino que apoyarán a Macrón como garantía de que ni Marina Le Pen ni Mélenchon puedan ganar las presidenciales.
Ciertamente Mélenchon representa la amenaza de una Francia insumisa que aboga por políticas sociales radicales y por un proceso constituyente de la República. Frente a su propuesta, la Francia de orden, empezando por los grandes medios de comunicación, desde el progresista Le Monde al conservador Le Fígaro, y siguiendo por los partidos tradicionales de la derecha y de la izquierda, han desatado una campaña agresiva que tiene como centro la acusación al candidato altermundialista de querer ser un nuevo Chávez europeo que se propone incorporar a Francia a la alianza bolivariana. Ahora bien ¿son fiables las encuestas que ya le dan un 20 % de los votos a escasos dos o tres puntos de Macron y Le Pen. ¿No es descabellado que ante su avance real se inflen los datos con el fin de movilizar al 30 % de indecisos hacia el voto útil de Macron y Francois Fillon, un candidato este úiltimo del partido de Sakorsy, venido a menos a causa de su implicación en casos de corrupción?
Naturalmente el otro peligro lo representa Marina Le Pen, quien puede ganar en primera vuelta pero lo tiene imposible en una segunda ronda en la que, tradicionalmente, derecha e izquierda se unen para impedir la victoria de un partido xenófobo, racista y antieuropeo. Lo que sí es cierto es que Francia acude a las urnas en medio de un enorme descrédito de las instituciones y de sus figuras políticas, tras cinco años de reformas antisociales. Son estas las elecciones del malestar o como dicen algunos analistas las de una globalización desgraciada que está al servicio del dinero y que atraca a los sectores sociales mayoritarios. Han tenido que transcurrir cinco años del nefasto gobierno de Hollande para que muchos se hayan convencido que el Partido Socialista era, es, de derechas. De modo que mucha gente del sector popular votará por Mélenchon en busca de una Francia inclinada realmente a la izquierda, o lo hará por Marine Le Pen en busca de una ruptura destructiva que llevaría a Francia al caos. Son dos modos de reaccionar, según la conciencia de clase que se posea, ante el fenómeno de uns instituciones aisladas que apenas representan a la población y producen un hartazgo difícil de soportar. No creo que Mélenchon pase a segunda o vuelta, pero pienso que sacará unos muy buenos resultados que permitirán afianzar un bloque popular constructivo y altermundialista. Mélenchon, ex-troskysta, surge como un liderazgo nuevo que ahora o en el futuro puede cambiar las cosas en Francia. Lo digo porque pase lo que pase en estas elecciones nos encontramos ante un comienzo de época, de ningún modo será el fin de una crisis.
Las enormes y tenaces protestas de la primavera pasada contra las reformas laborales socialistas, no fueron un levantamiento nacional, cierto, pero obtuvieron el 60 % de apoyo de la población. Y en esa mayoría social se refleja la voluntad constructiva que este domingo se medirá en las urnas. Las encuestas dan cuatro posibles finalistas con escasas diferencias, entre ellos Mélenchon. Es algo sorprendente. En Francia, donde parece ser que el bipartidismo (no tanto de siglas como de derecha-izquierda) se ha acabado, durante medio siglo dos partidos dominantes, uno socialista y otro conservador, concentraron el voto del 80 % de los votantes, compartiendo un similar programa económico con distintas intensidades. Poco a poco se diluyó la diferencia entre izquuierda y derecha y también cierta idea de Europa. No es baladí señalar que en 2005 un 54 % de los franceses votaron en contra de los tratados europeos, cifra que ahora anda por el 60 %. Ello no tiene una lectura en clave de Brexit o salida de la Unión Europea, pero si de exigencia de tranformar el marco europeo en una orientación decididamente social y democrática.
Lo que ocurra en Francia será seguido por toda Europa. No en vano están surgiendo por muchos países fuerzas políticas novedosas que amenazan la tranquilidad de bipartidismos que se han venido turnando gobiernos durante décadas. Ahora, jóvenes líderes, exigen a la casta política europea auditorías que den cuenta de sus gobernanzas que han traído la instalación de corrupciones sistémicas sistemas, el distanciamiento de las ciudadanías de sus instituciones y el descrédito mayúsuclo de la política. El temor a Mélenchon es el miedo a una ola que se extiende por el viejo continente y que emanaza con el fin de los privilegios. No hace falta que gane para dejar demostrado que la fuerza que representa -Podemos en el Estado español- está abriendo un nuevo horizonte social y un nueva realidad política y democrática. Pienso que en segunda vuelta ganará el candidato del poder, Macron, pero su futuro es el pasado, más de lo mismo, una Francia que huele mal. Así como huele mal la inclinación de la socialdemocracia europea a construir en cada país una gran coalición con la derecha con el fin de salvar ese orden ahora amenazado por fuerzas alternativas. En España por ejemplo, el PSOE ha facilitado el acceso a la presidencia del derechista Rajoy. Alemania marca el camino a seguir.