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Francisca y su historia de sobrevivencia

Wilfredo Díaz

Es muy dinámica, simpática y hacendosa en los oficios de su casa y aunque se ve cansada no deja de luchar, todos los días, en el lugar donde ha vivido por 60 años junto a sus seis hijos y esposo, quien falleció hace algunos años.

Francisca Domitila Mejía Romero, de 76 años de edad, disfruta cocinar, sobre todo sus “frijolitos”. Su vivienda está a la orilla de la calle, entre la avenida Don Bosco y la 29 Av. Norte, a inmediaciones de la colonia Zacamil, municipio de Mejicanos y Calle Circunvalación Universitaria.

El predio en el que vive pertenece a la Universidad de El Salvador (UES), asegura que ahí vio nacer y crecer a sus siete hijos, uno ya fallecido.

Su historia es admirable, pero en su mirada expresiva la tristeza brilla, ya que la condición de pobreza en la que vive es preocupante.

Una madre y su bebé posan dentro de una humilde vivienda entre la avenida Don Bosco y la 29 Av. Norte, una comunidad que albergó hasta 60 familias hace ya un buen tiempo.
Foto Diario Co Latino/Wilfredo Díaz.

Ese día era tarde y no había echado las tortillas. Francisca necesitaba hablar sobre su situación y pese a las limitantes, ella agradece a Dios, sobre todo, por la vida junto a sus hijos.

Con humildad muestra su casa que forma parte de las únicas 10 que quedan, y donde antes eran aproximadamente 60. Las familias fueron trasladadas a la colonia Santísima Trinidad, en Ayutuxtepeque, aclaró.

Francisca recuerda que esa zona era conocida como el callejón del Níspero, porque esa fruta se daba en abundancia y habían animales de todo tipo como garrobos, iguanas, gato montés, mapaches, aves llamadas chachas, zorros, guaras y otros animales.

Francisca Romero no pierde la fe de obtener algún día una vivienda digna. Foto Diario Co Latino/Wilfredo Díaz.

En el lugar se observa un muro de llantas, construido de forma artesanal, para sostener las bases de sus casas. En un jardín improvisado están naciendo unos tomates, “la tierra es buena para la siembra”, afirma.

“Mi esposo trabajó en la Universidad de El Salvador, era jardinero y vivía aquí con nosotros”, dijo al recordar momentos en que el asentamiento era una comunidad con muchas familias.

La niña “Paquita”, como le conocen, no quiso dejar de lado de su vida que cronológicamente inicia a las cinco de la mañana. Verifica si todo está en orden en el terreno, ya que este es abierto y cualquier persona puede entrar por la noche y robar. Observa que sus pollos estén vivos y que no les falte su comida. Ese es el diario vivir de una mujer, una madre entregada, entre la esperanza y la fe de algún día tener una vivienda más digna y que las autoridades o instituciones que puedan ayudarle, lo hagan.

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