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Fronteras de la Nueva España Entre Aztlán (NM) y Cuzcatlán (SV) 2

Rafael Lara-Martínez

New Mexico Tech
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Desde Comala siempre…
Tú nos devuelves vírgenes las horas del pasado…

[como si] tuvieras en memoria nuestro olvido. Luis Cernuda

II. Desglose

Esta vivencia ancestral compartida la glosan el título y el subtítulo de la conferencia en curso. Prosiguiendo la idea agustiniana del tiempo, me muevo del presente hacia el pasado al retroceder esa vía subterránea de la herencia que respalda a mi persona individual. Por ello, anticipo el título, la colonia, antes que el subtítulo, lo prehispánico, al desplazarme progresivamente hacia lo remoto.

El Salvador formaba parte de la Capitanía General de Guatemala, hacia el confín del Virreinato de la Nueva España, mientras Nuevo México constituía su límite norteño. Ambas comarcas las unía el Camino Real que ninguna imagen actual del internet reproduce, acaso por olvido voluntario. Al recuerdo de una sola vía de la capital de la Nueva España —la ciudad de México— hacia el norte, se contrapone su apertura hacia el resto del mundo, ya globalizado. El verdadero nombre de este Camino Real inadvertido correspondería al del puerto de entrada de los españoles a tierra firme: Veracruz. Este decir, el camino en cruz —el Camino de la Cruz— no sólo recobra un significado religioso, como el que esta semana emprende la romería hacia Chimayó, al norte de Nuevo México, de la cual hablaré en seguida, así como hacia Tomé Hill. También conlleva un sentido comercial de intercambio de productos que fluyen a la metrópolis, provenientes de las cuatro esquinas del mundo imperial. Así lo describe el recuadro siguiente, sin incluir la América del Sur. Mundo global e imperial antes de la globalización actual.

Nuevo México

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Filipinas à México ciudad àEspaña

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Guatemala

La evidencia de esta conexión se halla presente en el paisaje de ambas comarcas. En El Salvador, puede visitarse Ciudad Vieja, en Nuevo México, las Misiones de los Pueblos Salinas: Abó, Quarai y Gran Quivira. Asimismo, la memoria la expresan topónimos castellanos como el de este pueblo —Socorro— que no significa “Help” como se traduce a menudo, ya que conlleva una idea sobrenatural o de redención religiosa, también postergado. En cambio, reduplicando el sentido del concepto de sujeto —lo que se tira bajo (sub-/under)— socorrer se descompone de igual manera: lo que corre bajo (sub-/so-). Esto es, el espacio-tiempo-energía/alma que se recibe al nacer, el cual a cada instante lo renueva el Yo-aquí-ahora, de manera personal y social. Esta evidencia del panorama mismo testimonia el paso de los ancestros muertos —the ones who passed by/away— por un territorio. No nos llamamos Adán y Eva, los primeros habitantes de esta comarca sellada de huellas antiguas, donde aún palpitan fábulas vivas. El paisaje está escrito e inscrito. En griego, el descifrar estos vestigios se glosaría geografía o escritura (grafos) de la tierra (geo); en latín, leyenda o lectura que el presente realiza de los indicios indelebles del pretérito, sea para conservarlos o tacharlos. El entorno se halla marcado por la inscripción —por la escritura jeroglífica— de los ancestros, se reconozcan como tales o se desdeñen por nacionalismo en boga.

Asimismo, se lee el subtítulo el cual enuncia los dos nombres indígenas de las comarcas de esta conferencia: Aztlán y Cuzcatlán. Ambas las une un nuevo sentido del lugar que lo enuncia la terminación común: -tlan, “en el lugar de”. Si el primer topónimo designa el sitio mítico del cual emigraron los aztecas hacia el altiplano central, el segundo distrito señala la región de llegada de los náhuat-pipiles a El Salvador actual. Existe una gran controversia sobre el inicio de ambos topónimos —aztatl, “garza, blanco”, aztayo, “esclavo, sirviente”; “cozcatl/cuzcat”, “niño, joya”— que unifica el sufijo terminal locativo.

No obstante, la indecisión actual la solventan otros dos topónimos vinculados a la experiencia azteca. Estos locativos nos enseñan que —sea cual fuese la versión literal—interesa rastrear el simbolismo mito-poético que la subtiende. De nada serviría asegurar que el único sentido preciso de Aztlán es “en el lugar de las garzas” o “en el lugar de lo blanco”, etc. —el de Cuzcatlán, “en el lugar de joyas o de progenie”— si se ignora la hermenéutica de esos términos literales en el pensamiento indígena ancestral. Al expresar lo literal de una metáfora incierta, se generan nuevas ficciones que ahora se revisten de técnica, al legitimar su actualidad eficaz.

A este respecto, reconfirmo, resultan ilustrativos otros dos topónimos relacionados a los aztecas, a saber: Chicômoztoc y Mêxihco. El último nombra este territorio. Pese al debate por el segundo término, ambos se unifican en su referencia al cuerpo humano mismo. Si el primero glosa “En el lugar de las siete cuevas”; el segundo quizás, “En el lugar del ombligo de la luna”. Aun si la localización exacta parezca aleatoria, puede certificarse que las “siete cuevas” remiten a los orificios del cuerpo humano: ojos (1), oídos (2), fosas nasales (3), boca (4), ombligo (5), ano (6) y uretra (7). Acaso su mención indique el origen de la vida, es decir, el ingreso del espacio-tiempo-energía al cuerpo biológico que le sirve de cascarón (ixiptla) durante su breve paso por la superficie de la Tierra

Asimismo, la etimología más aceptada de México relaciona el locativo al ciclo femenino, es decir, a la Matria (Homeland) originaria del ser humano y a su tatuaje de marero original, el ombligo. En verdad, si la luna (mêztli) remite a la menstruación (mêtzuia) —al vientre materno como alcoba líquida de los inicios— el ombligo imprime la circuncisión primordial del cuerpo. El niño jamás nace desnudo, sino emerge recubierto de placenta que se le extirpa, así como del cordón que se le cercena a la llegada. Ambos topónimos remiten al exilio del alma —energía divina— en el cuerpo biológico humano. Su única manera de otorgarse un hogar temporal en la Tierra. Quizás la famosa novela anglo-americana de Thornton Wilder —“Heaven’s my Destination” (1935)—insinúe esta visión atávica que, en su época, desglosa la convicción de transcurrir por el mundo como forastero en éxodo interminable. Hasta honrar el título al lograr que la muerte selle el retorno a la Matria, al Homeland tan añorado.

El hondo sentido del lugar lo determina el sufijo terminal que concluye todo topónimo, tal cual los locativos antes mencionados. La connotación del lugar consigna dos adagios castellanos, difíciles de traducir al inglés: ser y estar; saber y conocer. Si por tradición clásica este idioma declara “to be or not to be” —sin referencia al sitio de la existencia— la lengua materna me obliga a explicitarlo. “Ser es estar (Being is Dasein)”, es decir, el ser lo modifica su localización precisa en un espacio-tiempo, en la historia que lo perturba. Quizás el prefijo ex- del existir remita a esa salida del ser al espacio-tiempo que altera, que le brinda su sustancia. La sub-estancia del ser la provee el Estar en un espacio-tiempo que co-noce, en una gnosis con-junta a sus allegados.

Sirva la imagen de Monseñor Romero —arzobispo de San Salvador— en ejemplo de tal postulado. Durante la guerra civil salvadoreña aseverar “no matarás” se convierte en una premisa comunista al salvaguardar la integridad física del enemigo del gobierno. El trabajo que en EEUU se llama “community service” se interpreta, de manera oficial, en comunismo. Por ese “Ser” que “está” en un sitio preciso, en un justo momento de la historia. Igualmente, este sentido del lugar sustituye el “I know by a fact” que reiteran las noticias televisivas en EEUU, por una doble manera de “knowledge” que reparte el saber en conocer. Sin incluir la llana sabiduría (wisdom). Valga un simple ejemplo. Si un ginecólogo sabe de gestaciones, jamás las conocería en vivencia propia para escribir la crónica testimonial de su embarazo. En paradoja, habría saberes que desconocen la experiencia vivida de su objeto de estudio.

A continuar: III. Desenlace

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