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Fronteras de la Nueva España Entre Aztlán (NM) y Cuzcatlán (SV)

Rafael Lara-Martínez
New Mexico Tech
rafael.laramartinez@nmt.edu
Desde Comala siempre…
Abstract: New Mexico and Central America are united by Pre-Hispanic and Colonial history.  While Uto-Nicarao languages expand from Utah to Nicaragua, the Christ of Esquipulas’ pilgrims travel from El Trifinio (Central America Northern Triangle) to Chimayo (NM). «Bordering the New Spain. Between Aztlán (NM) and Cuscatlán (SV)» explores both sides of an ancient Viceroyalty to unveil a Camino Real (Real and Royal Road) whose forgotten signs are recognized only by subjective deposition.
Resumen: Nuevo México y Centro América se unen por una historia pre-hispánica y colonial común. Mientras las lenguas yuto-nicaraos se expanden de Utah, EEUU, a Nicaragua, los peregrinos del Cristo de Esquipulas viajan desde El Trifinio (Triángulo Norte de Centro América) a Chimayó (NM). Se exploran ambos bordes de un antiguo Virreinato al revelar su enlace por un Camino Real (entre realeza y realidad), cuyas señales olvidadas sólo las reconoce una deposición testimonial subjetiva.
0. Crónica

Esta conferencia prosigue el formato de una crónica, uno de los géneros literarios e historiográficos menos estudiados. Su falta de reconocimiento deriva de la ambigüedad misma de la etimología. Cronos significa «tiempo», pero no refiere sólo el tiempo del reloj —»what time is it?»— o el ciclo terrestre alrededor del sol —»it’s that time of the year again»— sino el tiempo vivido de quienes participan en el acto de habla. «We are having a good time», sin que los relojes sonrían ni alteren su ánimo. Sin que el Planeta perturbe su órbita. Acaso, se anota en breve, el tiempo refiere además una distensión del alma-psique-energía humana que se proyecta hacia lo natural y lo transforma. «Time and tense», tal cual las oraciones castellanas: ¿qué tiempo/clima hace hoy? vs. ¿cuál tiempo verbal es mejor usar? No en vano, el inglés hace de los fragmentos temporales vividos una posesión del sujeto, de igual manera que las pertenencias de objetos materiales: «I had a nice day/shirt/lunch; how is your day/book/lunch?».

De hecho, la crónica define uno de los géneros historiográficos fundadores de América, ya que los frailes la utilizan al recolectar información primaria. Se dan cuenta que la historia no es sólo un hecho objetivo, sino se perfilan a sí mismos en el centro de ese acontecer. Ellos mismos se hallan inmersos en el tiempo y actúan al escribir crónicas. El historiador es un ente histórico que relata su propia vivencia, a la vez de narrar lo que ocurre a su alrededor. Este método resulta tarea habitual en la antropología que exige un trabajo de campo, aun si no todos los investigadores publican diarios de su experiencia personal. En cambio, ocultan la vivencia y prefieren elaborar libros que expongan los resultados, sin aclarar el arduo proceso de recopilación. En este instituto tecnológico, la usanza más familiar la ofrecería la vivencia de un ingeniero petrolero o geólogo, quien describe las peripecias de su viaje a los campos de explotación, antes de redactar un reporte técnico. A semejanza del ensayo clásico, la crónica no sólo relata los resultados objetivos y convencionales de la investigación. También esboza la trayectoria conflictiva, los errores y los varios incidentes cuya recorrido concluye en un producto racional elaborado. Sin abstracciones, lo objetivo e imparcial los decide el objetivo que establece el sujeto en su colecta (logos) selectiva del mundo material.
I. Llegada

Llegué a Nuevo México hace veintitrés años. Unos tres o cuatro años después fui a la biblioteca de la Universidad de Nuevo México, en Albuquerque, a consultar bibliografía. Al acercarme a la recepción, luego de platicar un rato con dos bibliotecarios, uno de ellos me preguntó. «¿Qué hace Ud. aquí tan lejos de su patria (homeland)? Al observar su apellido, marcado en el pecho anoté lo familiar: «Sánchez», como uno de mis compañeros de escuela. A su lado, la colega se apellidaba «Romero», otra compinche de infancia. Al advertir lo conocido, en silencio me interrogué. ¿Sánchez y Romero? Si los tradujera al inglés, el primero sería hijo de Sancho, quizás de Sancho Panza, la figura literaria de mayor renombre, es decir, Humpty Dumpty. En inglés, el segundo apellido rezaría «Rosemary» o «pilgrim». Dudaba que esa planta sólo creciera en Nuevo México, al igual que las romerías sólo llegaran a estos rumbos nórdicos. A mi afán traductor —pues hablábamos en inglés— añadía el sinsentido de concebir que los mismos patronímicos se juzgaran extranjeros a uno u otro lado de una frontera trazada hace un siglo. Imaginaba que una persona oriunda de Massachusetts le replicara lo mismo a otra del Sur de Carolina. Los seres imaginarios del Reino Unido sólo se habían arraigado en el norte, mientras el sur permanecía ajeno a toda experiencia colonizadora. Dizque algo similar había ocurrido con la herencia ibérica, la cual sólo permanecía vigente en Árido América.
Mi respuesta acallada por años la ofrece esta conferencia bastante tardía. Yo había nacido más allá de la frontera sur de la Nueva España y aquí vivía en la frontera norte. Sospechaba transitar la esfera boreal de mi propio país como si, por simple unión de contrarios, el trópico cálido y poblado se diluyese en el árido desierto. La humedad, en su antónimo de sequía. Sin embargo, esta antigua correspondencia de los complementarios ya no la vislumbraban como tal. Por las nuevas fronteras nacionales y su educación cívica, los Sánchez y Romero norteños se percibían más cercanos a los pobladores de la Nueva Inglaterra que a sus homónimos del sur. Esta concepción no me parecía descabellada al pensar que la distancia no la medían los kilómetros ni las millas. La tanteaba el recorrido inventado por una cultura nacional en boga. En esta comarca, mi familia materna se juzgaría más que extranjera —alienada, por la glosa literal del inglés alien— pero la gobernadora de igual apellido se arraigaría en este sitio como oriunda desde su origen.

«Nada nuevo bajo el sol», pensé. En ese instante, dictaminé que el espacio la sociedad calculaba de igual manera que el tiempo. Más que una dimensión en números objetivos, el sujeto hablante los evaluaba a partir de su experiencia presente. Sánchez y Romero me repetían el capítulo XI de «Las Confesiones» de San Agustín, actualizado por M. Heidegger y P. Ricoeur en el siglo XX. Según su postulado, el emisor se hallaba siempre al centro del acto de habla en su Yo-aquí-ahora. Antes que personas individuales, ambos me interrogaban como ciudadanos estadounidenses. Pensé que así definían su subjetividad. Si el pasado y el futuro —will en inglés— los determinaban una intensión y distensión del «alma» —psique, mente, etc.— de igual manera sucedía con el espacio. En un sentido rígido, bajo el sujeto individual —Mr. Sánchez; Ms. Romero— se desplegaba el ciudadano de una república actual. Bajo (sub-. under) el individuo se lanzaba su calidad de elector y súbdito de una comunidad. Sólo en seguida de aceptar esta nacionalidad, el súbdito se asumía en cuanto tal, persona independiente. Previo a cualquier opción activa —»ser sujeto»— se era miembro pasivo de una comunidad actual de origen —»estar sujeto». Después de esta filiación nacional, el sujeto podía volverse deponente testimonial de esa cultura. El inglés —discurría— calcaba esta vivencia paciente original al describir el nacimiento en una oración pasiva, muy distinta del verbo intransitivo castellano, nacer: «I was born/carried/hit». Nadie nació, sino el nacimiento vino a sí —lo trajo al mundo sin preguntárselo, a un espacio-tiempo no elegido—como un sueño o embate, hasta adjudicarse una personalidad propia dentro del rebaño. Por este gran daño, la sociedad se renueva o excluye toda osadía individual que remite al ostracismo. En uno de los múltiples pasos del «estar» al «ser» sujeto.

Por principio natal, la criatura brotaría siempre en una comunidad (zoon politikon) de la cual aceptaba la lengua materna (zoon logos ejon), la cultura y la herencia ancestral, previo a su madurez personal. Desde esta aceptación inicial, el Yo-aquí-ahora hablaría según una memoria del pasado y una expectativa nacionalista futura. En el caso preciso de Nuevo México, por la decisión ciudadana que subtendía a los Sánchez y Romero, ambas familias se encontraban más cercanas de los peregrinos de la Nueva Inglaterra, que de sus parientes lejanos de una Nueva España, ahora en el olvido. La construcción social de la memoria obligaba a inventar nuevos mitos de origen para consolidar el nacionalismo en boga. Se conservaba la memoria de la Nueva Inglaterra, a la vez que se desdeñaba el recuerdo de la Nueva España. Acaso tal duplo recuerdo-amnesia sería un requisito indispensable de la nacionalidad estadounidense actual, por una recolección (logos) arbitraria del pasado.

Ante ese vaivén de los opuestos complementarios —memoria y olvido; retentiva y tachadura— comencé a indagar los posibles encuentros entre mi lugar de residencia actual —Nuevo México— y el de mi nacimiento El Salvador, esto es, entre el sitio de mi ejercicio académico activo y el de mi recepción pasiva iniciática. De inmediato hilvané la solución. Ambos territorios se hallaban al margen de dos antiguas regiones políticas y culturales: la Mesoamérica prehispánica y la Nueva España colonial. Sin mencionar la influencia del capital financiero actual y de otros grupos menos respetados como las maras (gangs).

A continuar: II. Desglose

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