Prensa Latina
Danay Galletti Hernández (*)
La armonía entre una Habana con grietas, retrospección e historia y las frutas tropicales emanadas de la huerta de América Latina y el Caribe constituyen motivos recurrentes y, a la vez, novedosos en la obra del pintor cubano Arturo Montoto.
Son ellas mismas, protagonistas de las más exóticas, diversas, exuberantes y tradicionales recetas de esta región del mundo pero que, sumadas a un paisaje urbano añaden arte, nostalgia y poesía.
Las frutas del artista penetran, hace ya varios años, en el paladar visual de los espectadores y fusionan su color, realismo y toques de abstracción, con ciudades como París o Vaticano, donde han estado expuestas.
Montoto descubrió un día que, tras los influjos de la metafísica italiana, las sombras largas y la evocación e, incluso, en aquellos escenarios desolados, oscuros, tristes y absurdos faltaba un elemento contrastante.
“Necesitaba incorporar un objeto raro y pequeño que generara una especie de inquietud y extrañeza, contrario a la atmósfera gris y a los espacios incongruentes. Pretendía despertar el interés del público y fue así como llegué a las frutas y a los vegetales”, evoca el artista.
ARTE, SABOR Y COLOR
Sus cuadros generan explosión de sentidos: el espectador palpa y saborea con la mirada figuras seleccionadas por su exquisitez, delicadeza y una masa cuya jugosidad trasciende óleos y pinceles.
El pintor aboga por la reminiscencia de su propia infancia y devela la singularidad de mangos, guayabas, sandías, papayas y otras menos comunes y olvidadas como el canistel.
“Preferí que fuera siempre una fruta del ambiente cubano, de las que tenemos más a mano y ellas me dieron esa clave para establecer la relación entre lo carnoso, lo fruitivo, lo sabroso, sensual y erótico”, reconoce.
La ubicación y tratamiento en ese entorno áspero, responde a la formación del artista en varias escuelas de arte nacionales y foráneas, conocimientos de escultura y composición.
En sus pinturas el hombre es elipsis y parábola. Para él su mayor inspiración radica en el descubrimiento del concepto de la obra, componerla responde a esa poética. Después precisa de sabiduría, técnica y claridad respecto a lo que quiere representar.
Al principio la fruta ocupaba un lugar insignificante, un espacio reducido sobre muros o esquinas rotas, si bien atrapaba los primeros planos. Su experiencia como fotógrafo determinó la inclusión de un close up y, por consiguiente, los detalles y el protagonismo.
Escaleras, entradas de casas, aceras y espacios de la arquitectura transitaron desde los convencionalismos y la imaginación hasta el verismo, la teatralidad, la escenografía y los atrezos.
De ahí que la fruta no es visible desde una perspectiva clásica o renacentista, sino más bien, coloniza un escenario concentrado, cercano y sin puntos de fuga.
“No me inspira pintar una manzana en París, sería como crear un dibujo arquitectónico. La peculiaridad y lenguaje de mi obra radica en mostrar que los espacios de ruido, rotos, destruidos, dan siempre una idea de pasado y de memoria histórica”, reflexiona.
ESCULTURA Y VOLUMEN
Una de sus más recientes producciones demoró tres años en concebirse: cuatro esculturas e igual número de piezas pictóricas de gran formato, incluidas todas en la muestra “Dark” y, exhibidas hace tres años en la Galería Gorría de La Habana Vieja.
Bajo la curaduría de David Mateo, la exhibición respondió a una estética de lo oscuro y todas las piezas poseían un coeficiente común; asimismo, marcaron el regreso del artista a las salas de exposición cubanas, tras una ausencia de siete años.
Precisamente, en 2011, la Sala Alejo Carpentier de la Biblioteca Nacional acogió “El Jardín de Picuro”, un acercamiento o close up a las entrañas de las frutas que él había pintado con anterioridad; desde una mirada más abstracta, voluptuosa y hedonista en el color y la textura.
A esa muestra siguió “Jardines invisibles” que incluía obstáculos como rejas para evitar un fácil acceso a las obras y, cuyo título representa una alegoría a la literatura del escritor cubano José Lezama Lima.
Esa selección recorrió circuitos y galerías fuera de su tierra natal desde el Centro Cervantes de Berlín, en Alemania hasta la Feria de Artes de Santo Domingo, en República Dominicana.
De la época en la cual vivió en naciones como Chile y México emergió una obra más objetual, conceptual y abstracta. Confiesa, asimismo, su atracción por la escultura porque confiere de volumen al objeto, incluso su pintura es una búsqueda constante de la tercera dimensión.
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