Luis Arnoldo Colato Hernández
La declaración final de la cumbre celebrada por el G-20 es una mezcla de buenas intenciones y ausencia de estrategias para concretarlas, en donde por ejemplo, en lo concerniente al trabajo leemos “…que los estados miembros se comprometen con formas de trabajo inclusivo, equitativo y sostenible…” al tiempo que se conserva el modelo financista promotor de la inequidad, exclusión y desigualdades vigentes.
O lo relativo al medioambiente, al cual se lo reconoce y comprometen a conservar, introduciendo tecnologías amigables con este, sin asumir sus costes y las resistencias que ello implica. O el tema de educación -fundamental para lograr la inclusión-, que seguirá siendo el último escalafón de la escala incluida en tal delación.
Por otro lado, los acuerdos tomados no son vinculantes -una de sus limitaciones- lo que en la práctica hace de tales una suerte de guía “voluntariosa”, que solo supone una deriva para justificar al modelo al cual se sigue presentando como oferente de más.
Ello porque los temas de fondo (cambio climático, comercio y Kashoggi), permean la reunión, pero no su discusión, evidenciando así las prioridades del sistema.
Es decir, siendo el G-20 responsable de hasta el 80 % de emisiones de gases de invernadero, no resolviendo medidas vinculantes para los estados miembros que limiten a estas más allá del 1 % al tiempo que merman el bosque nativo hasta en un 22 % anualmente por reducción de su frontera, por agricultura intensiva monocultivista [en nuestro país por el cultivo de la caña], subraya el fracaso en materia medioambiental, mientras que el tema del comercio se ve permeado por las guerras emprendidas unilateralmente por EU para limitar a sus competidores, China principalmente, por y desde el aparato financista y comercial sometido a sus intereses, lo que al mes de julio se cobró con $68,000,000,000.00 inicialmente y a la fecha de hoy, de acuerdo a la OMC, con pérdidas “incalculables”, acusando ya el riesgo de que el libre comercio desaparezca como consecuencia, expresándose con el asenso del populismo extremo derechista {las elecciones andaluzas para el caso}, o la violencia antisistema desatada en Francia, donde las privatizaciones impulsadas desde el ejecutivo manifiestan también su incapacidad de asumir el desafío.
Estas se suman al tema de Kasoggi o Yemen, a los que el eje Riad/Washington niegan justicia, por lo que el que sea Macron -opuesto a atender las demandas del pueblo francés- paradójicamente como principal valedor de la transparentación del proceso contra el heredero saudí, señalado por estos atroces crímenes y partícipe más sonriente del cónclave, es por principio una broma.
Este corolario denota sus contradichos, puesto que el discurso que es su colofón nos dice a su vez, un contradicho del mismo.
El creciente cambio climático, las barreras comerciales unilaterales, o los crímenes que en su nombre se cometen la descalifican, por lo que el tal carece de sentido si no se abordan y sí a los medios para la obtención de riquezas inescrupulosas para apenas el 1 % de la población como propósito último.