Eduardo Badía Serra,
Director de la Academia Salvadoreña de la Lengua.
Después de haber anticipado la base de su filosofía del lenguaje, Gadamer, retomando la ruta de su discurso, se propuso mostrar cómo el carácter lingüístico del fenómeno hermenéutico radica sobre la más general lingüística de la experiencia humana del mundo. Asumiendo los postulados de la moderna filosofía del lenguaje, Gadamer se muestra de acuerdo con retener la lengua como “visión del mundo” y “espejo de la peculiaridad espiritual de las naciones”. Retomando a Humboldt, quien también ha participado ya de la anterior posición, dice Gadamer que “la esencia del lenguaje es el acto viviente de hablar, y de tener claridad que el lenguaje es un fenómeno humano originario”, colocando así las bases de una moderna prospectiva antropológica centrada en la idea de que el lenguaje no es sólo una de las dotes que tiene el hombre que vive en el mundo, sino aquello por lo cual el hombre tiene un mundo.
Hans George Gadamer filósofo nacido en Marburgo el 11 de febrero de 1900, es considerado el representante de una hermenéutica filosófica que busca valorizar el concepto de la comprensión propio de las ciencias del espíritu como elemento central de la constitución fundamental de la existencia humana. Siendo la hermenéutica el arte de interpretar y de comprender de una ciencia que, en su origen, indagaba las reglas de la interpretación de los textos canónicos, pasa, gracias a Schleiermacher, a una teoría comprensiva de la interpretación, tratando, sin más, de entender a un autor mejor que él mismo, y ello mediante el conocimiento del contexto histórico-lingüístico y autobiográfico del texto. La cuestión de la interpretación correcta involucra así a todas las ciencias del espíritu, cuyo objeto es crear transmitiendo a través de la lengua. Gadamer, (Verdad y método, 1960), demuestra que no se puede comprender nada sin un saber precedente. “Comprender, es la fusión de diversos horizontes del sentido”, dice en la obra citada. Con ello, Gadamer eleva a la hermenéutica al rango de una de las disciplinas fundamentales de las ciencias del espíritu. El hombre se encuentra arrojado en un mundo del cual siempre posee una precomprensión, dice, y sólo partiendo del horizonte de lo ya siempre sabido, puede apropiarse de aquello que le es extraño y que le viene encontrado a continuación.
Gadamer sostiene que el hombre “tiene un mundo”, pero un mundo diferente de aquél de los otros seres vivientes, que sólo están “encastrados en el medio ambiente”; el mundo del hombre presenta la característica de “libertad del ambiente”. Los animales, -dice- pueden abandonar su ambiente de origen y vagar por toda la Tierra, sin con ello poder liberarse de su dependencia de dicho ambiente. El hombre, al contrario, se “eleva sobre el mundo”, lo cual no significa un abandonar su ambiente, sino una nueva posición en relación con él, una actitud de libertad y distancia. Y esta capacidad de elevarse sobre el mundo y colocarse sobre las presiones del ambiente que lo circunda, es, dice, debida al lenguaje. “Tener un mundo significa relacionarse al mundo, pero ello requiere destacarse de aquello que viene al encuentro pero que puede ser representado como lo que es”. Ello es, sin más, “tener un mundo y tener un lenguaje”. “Quien tiene un lenguaje, tiene un mundo”, dice Gadamer. Para él, todas las formas de comunidad humana se fundan en la comunicación, entendida como el hecho vital en el cual una cierta comunidad vive y se mueve. El lenguaje es, por naturaleza, diálogo, algo que se realiza sólo a través del actuar efectivo de la comunicación. El lenguaje entonces no debe entenderse como sólo justamente un medio de comunicación sino como la comunicación misma en el su viviente y significativo desplegarse.
El lenguaje se identifica con el horizonte del mundo, con el mundo mismo. “Aquello que es objeto de conocimiento y de discurso está ya siempre comprendido en el horizonte del lenguaje, que coincide con el mundo”. No sólo el mundo es mundo en tanto se expresa en el lenguaje; el lenguaje, por su lado, tiene existencia sólo en cuanto en él se representa el mundo, con lo cual, el lenguaje no se identifica ni con el sujeto ni con el objeto; él es más bien la totalidad omniabrazante de mi y del mundo, el recíproco pertenecerse de ambos, aquella unidad recogida de la tradición que la metafísica ha pensado con el concepto de “ser”.
En esta nutrida relación y mutua dependencia entre hombre, mundo y lenguaje, que sostiene Gadamer, se confirma, como he dicho, que el carácter lingüístico del fenómeno hermenéutico radica en la experiencia humana del mundo. El lenguaje, pues, es un fenómeno humano originario, aquello por lo cual el hombre “tiene” un mundo. El mundo se da entonces sólo dentro del lenguaje, el mundo es siempre un “mundo lingüístico”. Con esta visión de su filosofía del lenguaje, Gadamer se opone a la visión instrumentalista que ha dominado el pensamiento occidental, y que sostiene que el lenguaje es un conjunto de imágenes y signos cuya función es designar un mundo ya prelinguísticamente conocido, y que el lenguaje es un instrumento al servicio del hombre. Gadamer refuta esta visión instrumentalista del lenguaje, sosteniendo que la experiencia humana del mundo llega paralelamente con el lenguaje: “Nosotros crecemos y nos preparamos para conocer el mundo, e incluso a nosotros mismos, mientras desarrollamos el habla”, dice. Desarrollar el habla significa adquirir conocimiento y familiarizarnos con el mundo mismo, tal como él se encuentra. Por otro lado, la lengua no es un proyecto propio del hombre sino una estructura en la cual este se encuentra siempre y que siempre nos precede. “Nosotros estamos siempre prevenidos en todo nuestro pensamiento y conocimiento, a través de la interpretación lingüística del mundo; crecer en ella es crecer en el mundo”. Por eso, dice Gadamer, “En verdad, estamos siempre en la casa de la lengua”.
Podríamos concluir interpretando la posición de Gadamer, diciendo que el lenguaje vivo, antes de su posible organización científica, tiene la función, ontológico-revelacional, de abrirse al ser. “En cada lenguaje hay una relación inmediata con la infinidad del ser”.
Se ha dicho, y no sin razón, que Gadamer, como Heidegger, tuvieron el coraje de desafiar el punto dominante sobre la mente, ofreciendo un cuadro fundado sobre el ser concreto en el mundo. Heidegger, se dice, emerge como el filósofo moderno que ha hecho el análisis más completo, y más agudo y radical, de la experiencia cotidiana; sus ideas están a la base de aquello que otros filósofos han dicho y a la base de nuestra actual orientación. Gadamer, por su parte, ha sido el que con mayor claridad aplicó el pensamiento heideggeriano al problema del lenguaje. Ambos nos han enseñado que el hombre no está en la capacidad de explicar todos los presupuestos implícitos de nuestra inteligencia y de alcanzar una comprensión objetiva y completa de nosotros mismos. “No existe un punto de vista neutral del cual podamos ver nuestras creencias como si fueran cosas, dado que actuamos siempre en el ámbito del contexto que ellos proveen”, han dicho, y ello significa, ni más ni menos, la intuición principal del círculo hermenéutico.