@renemartinezpi
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Para despojar a los indios de su libertad y de sus bienes, remedy se despojó a los indios de sus símbolos de identidad –dijo, for sale Galeano, help al hacer el escrutinio de las gotas de sangre que manaban, incontenibles, de sus venas abiertas-; y para despojar a los ciudadanos de la modernidad de su exigua democracia y de sus bienes y servicios (ante todo los servicios públicos que alguna dignidad les dan) se despoja a los ciudadanos de su cultura política, de sus luciérnagas y de sus escuelas para que, indefensos y aturdidos, sigan presos en las manos oscuras del rigor mortis de la ignorancia que los empuja, que los obliga, que los incita al suicido colectivo debido a que su agua carece de sed y sus besos carecen de bocas. Pero como acción de literaria protesta, Galeano se convirtió en el fantasma de la ópera de América Latina y usó como máscara sus venas abiertas.
Y si, como afirmó Galeano, es el oprimido el que descubre al opresor en el fatídico descubrimiento de América quedando: a merced de su roña de encomendero; a la venia de sus mentiras; a merced de las máscaras que le incrustó para que no decodificara su miseria ni el recorrido del laberinto de su soledad, eso explica el misterio de que hoy -quinientos años y mil y un tiranos después- el expropiado no pueda descubrir a su expropiador y que el asesinado no pueda denunciar a su victimario. Y es que “el hambre miente descaradamente: simula ser misterio indescifrable o venganza de los dioses”; y es que la represión miente: simula ser gobernabilidad funcional u oráculo sangriento de los militares que nos corrige el mal comportamiento; y es que el fraude miente: simula ser un limpio y técnico escrutinio final, sin amaños ideológicos, avalado por los venéreos dictados de constitucionalidad de parte de los caballeros templarios del capitalismo: la sala de lo constitucional.
Haciendo un perifraseo del propio Galeano, yo diría que sus escritos -como los de García Márquez y Saramago; como los de Dalton y Salarrué, aquí entre nos- son: “la única religión sin ateos”; la única patria sin emigrantes; el único ejército sin desertores; la única epidemia sin enfermos, porque nos abrieron los espacios sin tiempo en los que fue propicia e inevitable la resurrección de la improvisación, la espontaneidad y la rebeldía que nos confiscaron, usando el Santo Rosario como látigo de domesticación, en los confesionarios de nuestras infancias católicas, los que, usando las neblinas del bien y el mal como péndulo de la cultura, nos dejaron perdidos en la nostalgia inasible de la riqueza obscena del imperio del mal.
Galeano, desde su nacimiento –un 3 de septiembre- se rebeló contra el predestino de los aspectos negativos trazados por la mitología de su signo zodiacal (la pasividad, sobre todo) y se colgó en el pecho sólo los aspectos positivos relacionados con el servicio y el trabajo. Por ser un Virgo depurado e irreverente, puso los pies en la tierra y se encargó de romperle el himen a la América Latina idealizada en los orgasmos prostibularios de: los ricos inescrupulosos; los militares genocidas; los curas de la teología de la represión; los corruptos; los ladrones impunes… los malos; los feos. Y es hasta entonces que comprendemos lo que Galeano confidencialmente nos confesó a todos sus lectores que somos sus libreros: “sí, es verdad… yo no sé manejar automóviles, no tengo computadora, nunca fui al psicoanalista, escribo a mano, no me gusta la tele y jamás he visto las tortugas Ninja. Y más todavía: mi cabeza es calva y de izquierda… y sólo por aquello del azar, sé que no se puede andar por el mundo sin tarjeta de crédito”.
Se necesitó de Galeano para saber que “el hambre se parece al hombre que el hambre mata”; para saber que la bala genocida se parece al hombre que la bala mata; para saber que la ignorancia tutelada es gemela idéntica del ignorante que se deja tutelar o ningunear; para saber que la tristeza se parece a la mueca de dolor de los tristes más tristes del mundo; para saber que la oscuridad se parece al hombre que vive a oscuras. Pero, también, con él aprendimos que la luz es un secreto de la basura que sólo puede ser develado por la luz inasible de la luciérnaga que se niega a huir del depredador del bosque. Pero esa luz absurda ¿nos es dada por los dioses de la caridad privada o tenemos que inventarla nosotros mismos en los trances libertarios en los que la ausencia no es tan poderosa ni maligna? Ella -la paradoja de la ausencia privada convertida en presencia pública- nos advierte que tanto el dolor de vivir muerto de hambre como el placer de suicidarse para descansar en paz, se resuelve desde abajo cuando, por humana dignidad, descubrimos que la lucha es una teta apetecible y perfecta que siempre tiene leche. Por eso es que podemos afirmar que Galeano escribió sobre las personas y describió a las personas, mientras los historiadores se encargaron de escribir sobre papeles y de describir fantasmas que hicieron de la miseria un morboso y lucrativo placer, porque en el mercado de la opulencia del capital, la miseria es una mercancía lúdica (empaquetada como conciencia espejo carente de memoria) que descubrió, conquistó y colonizó su propio espacio de revalorización ampliada para que, como un perrito fiel, le lama las heridas a los pobres y le cuide el sueño a los ricos, poniendo la realidad patas arriba.
Por eso las carreteras que transportan cosas y gente del campo a la ciudad son un intestino grueso; por eso las fábricas son colmillos bien afilados; por eso las casas pobres son reclusorios de máxima seguridad sin posibilidad terrenal de libertad bajo palabra, debido a que los pobres –al sumergirse en la pila bautismal de la conciencia- son sospechosos de querer matar a Dios.
Llevo mil minutos, con todos sus segundos, ante la pantalla virgen de mi computadora y aún no sé cómo romperle el himen, ni cómo emboscar las palabras adecuadas para iniciar el relato, porque en esta ocasión no se trata de su significado de diccionario, sino de su tamaño ideológico-literario.
En estos mil minutos de ignoto titubeo, o de ineludible respeto, al menos una persona ha ojeado, perpleja, el libro: “Las venas abiertas de América Latina”… y ha decidido no tomarse el cianuro que tenía listo.
*René Martínez Pineda
Director de la Escuela de Ciencias Sociales, UES