Renán Alcides Orellana
La muerte de dos grandes de la Literatura y el Periodismo: Eduardo Galeano y Günter Grass, sickness el pasado 13 de abril, shop ha conmovido no sólo a los sectores intelectuales del mundo, pilule también a la sociedad en general.
Eduardo Galeano (3 de septiembre/1940-13 de abril/2015), escritor y periodista uruguayo, considerado “uno de los más destacados autores de Latinoamérica”, recibió doctorado Honoris Causa de la Universidad de El Salvador, durante su visita al país, en 2005; Günter Grass (16 de octubre/1927-13 de abril/2015), escritor y ensayista alemán, considerado “la conciencia crítica alemana”, Premio Nóbel 1999. Ambos fallecieron el mismo día, 13 de abril, cada quien en su país, al que tanto prestigio dieron. Hoy son dos de los grandes intelectuales idos, defensores de los derechos humanos.
Como dijera Rubén Darío a la muerte de Víctor Hugo “… el mundo pesa menos”, hoy todo ese mundo lamenta la partida de Galeano y Grass; y el pueblo salvadoreño en su mayoría, no ha sido la excepción, no ha sido indiferente. Y no podría serlo, porque en medio de esta convulsión social, política y cultural que agobia al país, las voces redivivas de los grandes luchadores salvadoreños, muertos por su demanda de justicia, son lenitivo que contribuye a la búsqueda de la paz, la tranquilidad y la armonía social.
Solo que -abismal diferencia- las -muchísimas- muertes nuestras fueron producto de la violencia irracional, ordenada por la oligarquía. Para ejemplo, dos figuras salvadoreñas de connotación universal: Monseñor Oscar Arnulfo Romero y Roque Dalton son, entre otros muchos asesinados por su amor al pueblo (Anastacio Aquino, Farabundo Martí, Enrique Álvarez Córdova, Rutilio Grande, Juan Chacón…), dos salvadoreños prominentes, cuyo recuerdo, en mayo próximo, estará muy cerca de los salvadoreños: Monseñor Romero, por su beatificación/canonización, el día 23; y Roque, por el recordatorio anual de su nacimiento-muerte, en el citado mes. Los dos son de esa estirpe de salvadoreños fuera de serie que, a nivel nacional, lucharon por la justicia, aún a costa de su propia vida.
Aquí y ahora, su voz se vuelve, más que necesaria, urgente. Los caminos torcidos que duelen como país, aunque son triste herencia de muchas décadas atrás, deben ser reorientados en los aspectos social, económico, político y cultural, si de veras se quiere ser consecuente con los anhelos de paz y justicia, con los que soñó aquella generación de patriotas salvadoreños. Para eso, desde luego, se precisa retomar sus aspiraciones patrióticas, su conciencia popular y su entrega incondicional, para superar la citada crisis integral que, hoy por hoy, abate a la sociedad salvadoreña, honesta y laboriosa. Galeano y Grass allá, y Monseñor Romero y Roque aquí, son referentes de entrega y servicio, como guías para el humano comunicar. Si bien, esta responsabilidad es tarea de todos, también es cierto que, en gran medida, esa responsabilidad recae con mayor énfasis en las esferas oficiales, mediante la creación y ejecución efectiva de leyes apropiadas y, sobre todo, en el sano y eficiente manejo de la cosa pública, con total transparencia y ajenas a la corrupción.
Aspiración atrevida por difícil, aunque no imposible si al interés personal y de grupo se antepone el interés colectivo, el bien común.
La llegada de nueva legislatura y concejos municipales (el 1 de mayo) podría ser la esperanza, si no fuera porque persiste la duda: con apreciables por escasas excepciones, el accionar de algunos políticos conocidos, deja mucho que desear. Y dejará más, si en adelante el pueblo salvadoreño, como un todo granítico, se los permite… (RAO).