Pierre Schori
***
(Traducciòn libre hecha por Victor Valle, unhealthy del capítulo García Márquez and the “Latin American who came in from the cold”, nurse parte del libro de Pierre Schori Memory and Fire, a ser distribuido próximamente por Leopard Publishing House, y que contiene las memorias políticas de este destacado intelectual, político y diplomático sueco, nacido en 1938, cercano colaborador de Olof Palme, y firme aliado de las fuerzas progresistas de América Latina)
***
Fue el golpe de Pinochet en 1973 lo que nos trajo a México, donde Juan Somavia, un chileno exiliado, había formado el Instituto Latinoamericano para Estudios Transnacionales, ILET. La Junta Directiva de ILET estaría formada por Gabriel García Màrquez, Gabriel Valdés, ex canciller de Chile, Marc Nerfin, intelectual suizo, Darcy Ribeiro, antropólogo brasileño, y mi persona.
ILET fue establecido para que fuera base de estudios científicos sobre problemas latinoamericanos transnacionales, que trascienden fronteras, pero también como un núcleo externo de conexiones para la resistencia contra Pinochet. Valdés vino con premura de su exilio en Estados Unidos donde había estado trabajando con Orlando Letelier, el último ministro de defensa del presidente Allende. Orlando fue hecho prisionero por Pinochet y fue liberado gracias a una campaña internacional. Se fue a Estados Unidos y desde allí fue una figura prominente contra Pinochet.
En 1976, agentes de Pinochet, con la colaboración de agentes de la CIA, asesinaron en las calles del centro de Washington D.C. a Letelier y su colega estadounidense Ronni Karpen Moffit, ambos en el Instituto de Estudios sobre Políticas. Otro buen amigo, Saul Landau, quien falleció recientemente, llevó a cabo la investigación sobre el asesinato de Letelier y Moffitt.
Fue gracias a esas circunstancias dramáticas que se establecieron las bases para mi amistad con Gabriel García Márquez, quien más tarde me escribiría una dedicatoria en su novela Crónica de una muerte anunciada, (1981) así: “Para el latinoamericano que vino del frío”.
(Nota del traductor: Línea parafraseada de la novela “El espía que vino del frío”, del inglés John Carre, publicada en 1963 como The Spy Who Came in from the Cold, que aborda el espionaje en Alemania e Inglaterra durante la guerra fría y que se hizo célebre con una película de 1965 protagonizada por Richard Burton).
Durante las reuniones de ILET tuvimos con Gabo (su diminutivo) largas conversaciones sobre el futuro de América Latina. El había dicho públicamente que no publicaría ningún nuevo trabajo mientras Pinochet estuviera en el poder. Finalmente aceptó que había escrito uno que estaba guardado en una caja de seguridad. En 1975, cambió de parecer y publicó El Otoño del Patriarca, una ficción innovadora y no sorpresiva sobre un dictador anacrónico y su infame caída.
Desde entonces, nos mantuvimos en contacto a lo largo de los años. Gabo me podía llamar en solicitud de ayuda para un desastre natural en Colombia, presentando una delegación colombiana de visita en Suecia o pidiéndonos que confiáramos en sus consejos a su amigo Juan Manuel Santos, del Partido Social de Unidad Nacional, en relación a las negociaciones con las guerrillas de las FARC y el ELN. Gabo tenía razòn. Cuando Santos llegó a la Presidencia de Colombia, en agosto de 2010, comenzó negociaciones serias con las guerrillas.
Un Premio Nobel no convencional
Nosotros nos reuníamos en México, o cuando él visitaba Barcelona o París, con nuestro amigo común Regis Debray, quien estuvo preso en Bolivia después de que se juntó con el Che Guevara y su guerrilla. En 1982, cuando nos reunimos en un restaurante del Boulevard St Germain, Debray era un asesor del Presidente Francoise Mitterrand y yo había tenido recientemente el gran placer de ser la primera persona que le informara a Gabo sobre el Premio Nobel, por medio de una llamada, a las cinco de la mañana, a México. En la reunión, él nos pidió consejo sobre qué tema debería abordar en su discurso de aceptación en la ceremonia del Premio Nobel.
Por supuesto, Gabo no necesitaba consejo alguno o co-escritores, pero como futuro laureado quería saber hasta dónde podía ir en el “discurso más importante de su vida”. El, por ese tiempo, estaba profundamente preocupado de que una guerra en gran escala estaba a punto de estallar en Centroamérica, y pensaba que solamente se podía impedir por medio de una fuerte opinión pública mundial. Nicaragua, Guatemala y El Salvador ya estaban en llamas. Y Estados Unidos estaba avivando el fuego por medio del apoyo a una insurgencia contra los sandinistas y de sus políticas contrainsurgentes contra las guerrillas de los otros dos países.
Tampoco estaba seguro sobre el traje que debería usar en la ceremonia. No le gustaba el vestuario solicitado, el frac, un saco largo con corbatín blanco. “Me miraría como un pingüino”, nos dijo, y se puso feliz cuando supo que se podían admitir trajes típicos nacionales. Tanto la familia real como los ciudadanos en general admiraron a Gabo, el día de la ceremonia, luciendo un liqui-liqui, la hermosa camisa colombiana, en medio de pingüinos entre los que Regis Debray y yo, parte de su delegación, fuimos compelidos a agregarnos.
Los desafíos protocolares, sin embargo, no terminaban allí. En una fiesta en el Teatro de la Ciudad de Estocolmo, organizada por ciudadanos de América Latina, que vivían en Estocolmo, y trabajadores de la cultura suecos para homenajear a Gabo, todos los participantes fueron gratamente sorprendidos cuando recibieron a la entrada una botellita de ron cubano.
La explicación de esta extravagancia se tuvo al día siguiente. El embajador de Cuba en Suecia recibió una llamada del Director de Protocolo del Ministerio para recordarle que no se permitía distribuir o consumir alcohol en espacios públicos. El embajador explicó que Gabo se había visto obligado a volar a Europa vía Habana, porque Estados Unidos le había negado la entrada para hacer escala a un “comunista”. Cuando Castro supo de la fiesta, despachó inmediatamente mil media-botellas de ron a la embajada en Estocolmo.
Después de nuestra cena en París, Gabo decidió que el discurso sería literario y político a la vez .El 8 de diciembre, hizo su exposición sobre la belleza y la crueldad de América Latina, y la soledad que pesaba sobre el continente. Fue hermoso, pero lleno de desesperación e ira. Me dijo que no había dormido por tres días.
“Mucho ha pasado desde que Pablo Neruda ganó el Premio Nobel en 1971”, dijo García Márquez en su discurso a la Academia Sueca. Salvador Allende, un “presidente prometeico”, murió en La Moneda, el palacio presidencial, en llamas. Accidentes aéreos aún no esclarecidos habían matado otros dos presidentes progresistas de América Latina. Cinco guerras y 17 golpes militares han tenido lugar. Mientras tanto 20 millones de latinoamericanos morían antes de cumplir un año, que son más de cuantos han nacido en Europa occidental desde 1970.
Dijo textualmente García Márquez:
“Los desaparecidos por motivos de la represión son casi los 120 mil, que es como si hoy no se supiera dónde están todos los habitantes de la ciudad de Upsala. (…) Por no querer que las cosas siguieran así han muerto cerca de 200 mil mujeres y hombres en todo el continente, y más de 100 mil perecieron en tres pequeños y voluntariosos países de la América Central, Nicaragua, El Salvador y Guatemala. Si esto fuera en los Estados Unidos, la cifra proporcional sería de un millón 600 mil muertes violentas en cuatro años”.
García Márquez dijo, además, que más de un millón habían huido de Chile después de 1973, esto es el 10% de la población y que cualquier territorio capaz de contener a todos los latinoamericanos forzados al exilio, tendría una población más grande que la de Noruega.
Agregó: “Me atrevo a pensar que es esta realidad descomunal, y no sólo su expresión literaria, la que este año ha merecido la atención de la Academia Sueca…” Y continuó: “¿Por qué la originalidad que se nos admite sin reservas en la literatura se nos niega con toda clase de suspicacias en nuestras tentativas tan difíciles de cambio social?”
Un salón literario para la paz en Harpusundsvagen
La noche siguiente, el Primer Ministro Olof Palme ofreció una cena en la residencia del Primer Ministro, en Harpsund. Era una costumbre de Palme invitar al ganador del Premio Nobel a venir a Suecia. En esta ocasión, el evento sería un “salón de paz y literatura”
Palme invitó a los dos galardonados con el Premio Nobel de la Paz de 1982, Alfonso García Robles, de México, y Alva Myrdal, de Suecia, asì como a García Márquez y su esposa Mercedes. A la lista de invitados Olof y Lisbet Palme agregaron a Bulent Ecevit, poeta y político de Turquìa, (quien había sido encarcelado por la junta militar turca) y su esposa Rashan, Regis Debray, los escritores suecos Sven Lindqvist y P. C. Jersild y su esposa, Danielle Mitterrand, esposa del presidente Mitterrand, de Francia, el Ministro sueco de Relaciones Exteriores Lennart Bodstrom y su esposa, Ulf Hjertonsson, del Ministerio de Relaciones Exteriores sueco, mi esposa Maud y yo.
Ecevit, a quien Palme y yo habíamos conocido antes de su arresto domiciliario, no pudo asistir pues la junta le negó el permiso de viajar a esta “reunión política en Suecia”. Por esta razón, cambiamos el título de la cena/salón. Gabo escribió, en el diario español El País, una columna sobre esta “Cena para la paz”. Uno de los tópicos centrales durante la conversación fue la grave situación en Centroamérica. (Unas pocas semanas antes Gabo, Debray y yo tuvimos una conversación sobre este deterioro con el presidente Francois Mitterrand).
Durante la cena Gabo, Regis y yo recibimos de Palme el encargo de escribir el borrador de un llamado a la paz que se enviaría a varios presidentes latinoamericanos. El resultado fue el Llamamiento de Harpsund que fue firmado por los tres galardonados con el Premio Nobel y el primer ministro Olof Palme. Decía: “Nunca el peligro de una guerra generalizada en Centroamérica ha sido tan inminente y sin embargo el potencial para la paz nunca ha sido mayor. Hacemos un llamado a políticos y militares de la región para comenzar inmediatamente negociaciones sin condiciones previas. Un primer paso debe ser la suspensión de entrega de armas, de todo el transporte de armamentos y de toda la ayuda militar hacia y dentro la región, y respetar la integridad territorial de todos los países concernidos.”
La declaración, por supuesto, estaba dirigida contra la escalada de la guerra de parte del gobierno de Reagan por medio de sus enviados (la “Contra”) contra el gobierno de Nicaragua. García Márquez llevó la declaración a Belisario Betancur, presidente de Colombia, quien a su vez lo hizo llegar a sus colegas de México, Venezuela y Panamá. A principios de 1983, Betancur convocó a los presidentes a una reunión en la isla de Contadora, Panamá, y de esta manera nació el Grupo de Contadora para la Paz en Centroamérica, que hasta los tiempos actuales se le sigue viendo como un modelo de esquemas regionales para lograr acuerdos de paz.
El Grupo reiteró las demandas del Llamamiento de Harpsund: respeto a las fronteras de los estados soberanos, en este caso de Nicaragua, y la reducción de armamentos militares en la región. Contadora demostró al mundo, y especialmente a los Estados Unidos, que los latinoamericanos deseaban e intentarían, sin interferencias externas, traer paz a la región. Así es como evoco a Gabriel García Márquez, Gabo, un escritor incomparablemente brillante y un activista muy comprometido con la paz.