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“Género” y “generación”: una contribución al debate conceptual (III)

Luis Armando González1 

V

Dicho lo anterior sobre la expresión “género”, paso a la siguiente expresión objeto de estas reflexiones: “generación”. Llevada y traída por todos lados, manoseada por comentaristas y publicistas, la palabra “generación” está de moda, y hasta es de mal gusto que no se la use cuando se trata de hacer creer que se habla de algo trascendental. “Nuestra generación debe participar”, “somos parte de una nueva generación”, “las nuevas generaciones han desplazado a las viejas”, y así por el estilo son los enunciados que resaltan el tema generacional. Prácticamente nadie explica a qué se refiere con la palabra y al intentar aclararse en la gama de usos que tiene se encuentran las más distintas acepciones.

Una de ellas es de procedencia estadounidense, y es la que entiende que la generación hace referencia a un grupo personas graduadas de educación media en el mismo año. Algo así como el equivalente a “promoción”. Por supuesto que se trata de un significado sumamente pobre de la expresión, pero en algunos estampados de chumpas alusivas a graduaciones de bachilleres, en algún momento recuerdo haber leído -en la parte de atrás- la frase “Generación del 88” o “Generación del 91”. La contrapartida de esta acepción simple de generación es la que agrupa en una generación a quienes nacieron un mismo año, lo cual quiere decir que las sociedades estarían formadas por tantas generaciones como personas nacidas (y vivas) en un mismo año hubiera. No cuesta darse de cuenta de que este “generacionismo popular” (de graduados en un mismo año o nacidos en un mismo año) es un disparate.

Mucho mejores son los ordenamientos generacionales que toman periodos más largos de tiempo, como por ejemplo diez años2. No son pocos los colegas y amigos que, cuando tocamos el tema de las generaciones, piensan inmediatamente en grupos de personas que coinciden en su nacimiento en una misma década, es decir, serían miembros de una generación quienes nacieron en un marco temporal de diez años .  Esto es más razonable que las generaciones anuales, pero sigue sin ser la mejor forma de agrupamiento generacional. Buscando en la literatura con acuciosidad, por fin di con una forma de entender lo que es una generación con un criterio temporal sumamente razonable y útil para el análisis. La idea la encontré en el libro de Steven Pinker, En defensa de la Ilustración, y la misma es enriquecida con la bonita expresión: “cohorte generacional”, que agrupa a todos los nacidos en un periodo aproximado de 20 años. En su análisis para EE.UU., Pinker agrupa a las distintas generaciones del siglo XX de la siguiente manera: “generación GI, nacida entre 1900 y 1924; la generación silenciosa, 1925-1945; la generación del baby boom, 1946-1964; la generación X, 1965-1979; y los millennials, 1980-2000”3. 

Esta visión de las generaciones –entendidas como cohortes— permite salirle al paso a interpretaciones erradas de lo que es una generación, por ejemplo esas que creen que las generaciones son “puntuales”, y que una “nueva generación”, cuando aparece, desplaza totalmente a la “vieja generación”. Las cohortes generaciones, por el contrario, van entretejiendo sus relaciones a lo largo del tiempo, y claro está que los primeros grupos de las cohortes van muriendo antes que el resto, pero también los últimos grupos de la mismas se conectan con los primeros grupos de las siguientes cohortes. Como ejemplo, veamos esto con dos de las generaciones mencionadas por Pinker: la generación GI y la generación silenciosa. Quienes nacieron en 1924 (los últimos en nacer de la primera generación)  coexistieron directamente (en la escuela, los parques, las fiestas infantiles y a lo largo de su vida) con los nacidos en 1925 (los primeros de la segunda generación), con quienes estuvieron mucho más cerca que con los de su propia generación (los nacidos en 1900); se trata de una diferencia de 23 años entre unos y otros4. Asimismo, los miembros de este grupo etáreo nacidos en 1900, y miembros de la generación GI tienen una diferencia de casi 45 años con los nacidos al final de la generación silenciosa (los nacidos en  1945). El ejercicio se puede seguir hacia adelante (hasta 2019) o hacia atrás, hasta los orígenes mismos de la especie Homo sapiens, hace unos 100,000 años. 

Se forma, cada momento, un crisol generacional en el que segmentos de las distintas cohortes van estableciendo una línea de continuidad generacional que es la base de la transmisión social y cultural de una generación a otra. Los cambios que se dan –en los hábitos, las costumbres, los gustos, la visión de la vida— tienen un soporte de continuidad sin el cual no se explica la pervivencia de hábitos, prácticas, valores, creencias y estilos de vida lo largo del tiempo histórico de una sociedad determinada. 

Y autores como Steven Pinker, Richard Dawkins y otros enfatizan la transmisión genética que sostiene materialmente –que da continuidad— a la dinámica generacional, que comienza precisamente con el hecho fundamental de todo este proceso: la “generación” (entendida como producción) por parte de individuos que se reproducen sexualmente, como es el caso de los seres humanos, de una descendencia, que a su vez generará otros descendientes. 

Para cada pareja de individuos humanos –hombre y mujer— su generación son sus hijos e hijas, y claro está que –salvo casos de gemelos, trillizos, etc., que nacen al mismo tiempo— los nacimientos son temporalmente espaciados, lo cual no obsta a que los hermanos (aunque el menor tenga una diferencia de 15 o 20 años respecto del mayor) sean de la misma generación biológica, de la cual no deberíamos olvidarnos porque es la que permite explicar algo fundamental en las dinámicas generacionales: el árbol que se teje en la medida que las cohortes van surgiendo y, con el paso del tiempo, van desapareciendo –por el mecanismo biológico de la muerte—, siendo reemplazadas por otras, no abruptamente sino en un proceso que, como tal, se caracteriza por la continuidad no sólo genética, sino familiar, grupal, social y cultural. 

Salvo en casos extremos –de catástrofes, guerras o epidemias que diezmen totalmente a una cohorte generacional mayor o vieja— las generaciones menores o nuevas no comienzan de cero, con un borrón y cuenta nueva. Incluso -en casos críticos- la cohorte sobreviviente lleva la herencia genética y cultural de sus ancestros cercanos y lejanos, que hacen imposible comenzar desde cero. La tabla rasa es una invención filosófica equivocada, como lo demuestra concluyentemente Steven Pinker, en su libro: La tabla rasa. La negación moderna de la naturaleza humana (Barcelona, Paidós, 2018). 

El “nuevo generacionismo” –la creencia de que una “nueva generación” no solo reemplaza totalmente a la “vieja generación”— es ingenuo y para nada serio. Tanto la visión de las generaciones como “cohortes” como el conocimiento que se tiene de las bases biológicas de la dinámica generacional –comenzando con el conocimiento básico de que los hijos e hijas de una pareja de seres humanos (o de cualquier pareja de seres vivos) son su generación— permiten una comprensión más apegada a la realidad sobre cómo se tejen los crisoles generacionales (la coexistencia de individuos y grupos pertenecientes a distintas cohortes generacionales) en una sociedad determinada. 

Sobre esta base, se tiene un buen punto de partida para entender la persistencia de patrones culturales y comportamientos a lo largo del tiempo y explicar cómo es que los mismos se transmiten, es decir, cuales son las interacciones sociales que lo hacen posible. Por aquí se encamina el quehacer de las disciplinas científico sociales de avanzada, es decir, las que no temen a la realidad natural humana (física, química, biológica y psicológica) ni temen a las disciplinas científicas que estudian esa realidad5.

VI

En conclusión, las palabras son importantes. Nos sirven para hablar de la realidad, comprenderla y transmitir a otros nuestras ideas sobre el mundo y sobre nosotros mismos. Palabras mal usadas o mal hilvanadas generan confusión, a partir de la cual se hace posible la manipulación de los demás y el autoengaño6. Las palabras “género” y “generación” –a la lista se pueden añadir otras muchas palabras (como “sexo”, “sexualidad”, “macho”, “hembra”, “verdad”, “alma”, “dios”, etc.)— son usadas a diestra y siniestra sin el mínimo cuido de lo que se quiere decir con ellas, dando lugar a una confusión extraordinaria no solo en ambientes mediáticos, sino en ambientes académicos en los cuales eso no debería suceder. Preocupémonos, pues, por las palabras que usamos porque son un instrumento imprescindible para hablar de la realidad y de nuestras dudas e incertidumbres, de nuestros sueños y esperanzas. Y también –no hay rosas sin espinas— porque son un instrumento para manipular y engañar a otros y a nosotros mismos. 

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