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Golpes de Estado y Golpes de Gobierno (2)

René Martínez Pineda *

En la Guatemala de 1944 -pongamos por caso antes de hacer un repaso somero de toda América Latina- se da un golpe de Estado (éste no se pensó como golpe de Gobierno) que derroca a la dictadura reaccionaria de Jorge Ubico, una década después de que el país fuera conocido como el lugar donde se vivía la eterna primavera en la tierra de la eterna tiranía, aludiendo a un Estado inestable y cruel que subsumía las formas de trabajo feudal a la lógica del capital a través de los terratenientes. Después de ese acto pre-revolucionario –al menos por unos años- los militares cedieron el poder a un gobierno democrático, y la palabra “socialismo” dejó de ser una “mala palabra”, pues se ligó a la aprobación de La ley del Seguro Social (1946) y del Código de Trabajo (1947). Como contraparte y contra-amenaza al reflejo, en 1944, en El Salvador, se da un Golpe de Gobierno que le pone fin a la dictadura de Hernández Martínez, pero sin abandonar la dictadura militar.

Desde ese instante –montándose en la cruenta experiencia del 32, en El Salvador- el gobierno de Guatemala es tildado de comunista, lo que se plasma en 1947 en la Conferencia de Río de Janeiro aprovechando que Brasil era, por voluntad propia, un refugio del anticomunismo. Ese es el hito injerencista de nuestra historia, ya que EE.UU. supone que hay un peligro creciente para su seguridad en el “auge” del comunismo en los países pobres (cosa totalmente absurda), ante lo cual lanza la estrategia de Seguridad Hemisférica que se resume en el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) ideado en función de la “seguridad del hemisferio”, una seguridad que se creía amenazada, aún más, porque en 1951 llega al poder en Guatemala Jacobo Arbenz e impulsa la reforma agraria, lo cual fue visto como una afrenta por la United Fruit Company (UFC), compañía que, posteriormente, jugaría el papel de Celestina regional, de rufiana por encargo.

EL problema fue que a la UFC se le expropió más del 90% de su propiedad y eso justificó la trama de un derrocamiento anunciado del gobierno guatemalteco, ideado, letra por letra, por la CIA. Y es que la “celestina” era tan poderosa e impune en Centro América que hasta fue referencia para una poética de resistencia y lucha que, desde la pluma de la generación comprometida en El Salvador, se trasladó al sur del mapa como presagio de los futuros enroques golpistas. Cuando sonaron los primeros balazos de las fuerzas invasoras del Tío Sam, la tierra fue preparada y abonada para la nueva cosecha de los filibusteros, y Jehová Dios dijo: “hágase la propiedad privada” y al séptimo día le heredó el mundo unánime a sus hijos primogénitos: McDonalds, Coca-Cola, Ford Motors, General Motors, Gorila Motors, Plusvalía Motors, y otras multinacionales golpistas que celebrarían en América Latina su propia santa inquisición y expropiación: la United Fruit, por ser la abuela desalmada, se guardó para sí la tajada más grande y jugosa, la tierra más fértil de mi tierra, el mediodía del continente para instaurar la prolongada noche. Y Jehová Dios bautizó de nuevo su tierra prometida, en las aguas salvajes del Amazonas, del Lempa y del Río de la Plata, como “Repúblicas Bananeras y Futboleras” y no como “Repúblicas de Venas Abiertas”, y montándose en los muertos sin lápida, en los héroes del silencio clandestino que conquistaron la dignidad, la memoria y los símbolos ancestrales, los golpes de gobierno se convirtieron en la trama de una obra teatral burlesca: enajenó el libre albedrío y los predios baldíos; regaló tierras y monumentos como tarjetas de navidad y laureles de emperadores; le prohibió a los estudiantes pobres que leyeran a Marx; desenvainó el machete de la avaricia burguesa; atrajo la dictadura militar de las hienas que fueron dejando tirados miles de cuerpos y entonces la tierra se llenó de carroñeros que la harían más fértil: hienas Trujillos; zopilotes Somozas; escarabajos Hernández Martínez; buitres Carías; moscas infladas Ubico; chacales aguanosos sedientos de sangre dócil y fruta confiscada; ebrias cucarachas que bailan sobre las tumbas populares; tiburones de plomo; cuervos ciegos expertos en tiranía. Entre los carroñeros carniceros la vendedora de frutas atraca, saqueando el café y las frutas, en sus buques mercantes que pasaron en la bandeja del diezmo la fortuna de nuestras tierras. Mientras tanto, por los muelles azucarados iban hombres soterrados en el vapor del progreso: un cuerpo-alma; una sombra sin patronímico; un número sin rostro; un racimo de bananos muertos derramados en el panteón del inventario.

En este momento de la historia la figura de la CIA ya no era una leyenda urbana entre los intelectuales y políticos latinoamericanos, con el asombroso caso de que sus funcionarios (al menos algunos de ellos) además eran accionistas de las grandes empresas, como fue el caso de John Foster Dulles, secretario de Estado de los EE.UU. accionista y abogado de la UFC, y su hermano Allan Dulles, primer director civil de la CIA. Juntos dirigieron el derrocamiento de Arbenz –invasión previa- en 1952, y dibujaron el paisaje que reinaría en la región como resultado de los golpes de Gobierno que se impulsarían: miles de niños muriendo cada año de desnutrición en una región que podría alimentar fácilmente no sólo a su propia población, sino a la de otro continente con hambrunas; ejércitos genocidas e iletrados con asesores norteamericanos eruditos para ponerle freno a todo tipo de reformas democráticas; salarios de hambre y sueños americanos de consumo; una miseria radical que sería escándalo y advertencia mundial; una dieta bien balanceada de pobreza masiva, asesinato masivo y frijoles escasos, mientras las oligarquías criollas y los capitalistas gringos jugarían a su Imperio Romano. Neruda escribió: “podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera.”

La historia continúa y atraca, en 1961, en la ciudad turística de Punta del Este (Uruguay), donde EE.UU. organiza una conferencia para tratar el tema de Cuba, donde había triunfado la revolución y se había impuesto el socialismo. Eso despertó los recelos de los americanos que temían que la demanda de una justa distribución de la riqueza por parte de los millones de latinoamericanos ahogados en la pobreza hiciera que se explayaran las revoluciones en la región continental. El fruto de esa conferencia fue La Alianza para el progreso y La Seguridad Nacional, reflejando ambos documentos la nueva orientación de Incaparina de la política exterior de EE.UU. en América Latina.

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