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En la madrugada de ese día 82 hombres, con su líder al frente, desembarcaron en una zona de manglares en Las Coloradas, apartado rincón de la actual provincia de Granma, en el oriente de Cuba.
Los expedicionarios habían comenzado el 25 de noviembre una tortuosa travesía desde el puerto de Tuxpan, en México, a bordo del Granma, un yate construido en 1943, que contaba con una eslora de 19,25 metros y apenas cinco de manga.
La nave podía embarcar a solo 20 personas, pero logró recibir en todos sus rincones a aquellos jóvenes, apertrechados con más ideas que armamentos, y empeñados en liberar a Cuba de la tiranía de Fulgencio Batista.
Un año antes de comenzar esa epopeya, tras salir de presidio por el asalto al Cuartel Moncada de Santiago de Cuba, el propio Fidel Castro había asegurado que “como martiano, pienso que ha llegado la hora de tomar los derechos y no pedirlos, de arrancarlos en vez de mendigarlos. La paciencia cubana tiene límites”.
Para agregar más adelante, lapidariamente: “De viajes como este no se regresa, o se regresa con la tiranía descabezada a los pies».
Los avatares de la expedición son bien conocidos: un mar tormentoso, roturas en el motor de la deteriorada nave y el sobrepeso que soportaba hicieron más largo el trayecto y retrasaron la llegada, prevista inicialmente para el 30 de noviembre.
Así coincidiría con el levantamiento armado de la población de Santiago de Cuba, acción concebida en gran medida para desviar la atención de las fuerzas militares sobre el desembarco.
Sin embargo, fracasado el enmascaramiento, los expedicionarios se vieron asediados por el ejército y la aviación batistianas y a duras penas y con fuertes pérdidas lograron llegar a la Sierra Maestra, la principal cadena montañosa de la isla.
Esos parajes se convirtieron en el escenario de la guerra de guerrillas que se desató en los dos años siguientes en las montañas y llanos con un creciente apoyo de la población mediante la lucha clandestina en las ciudades, y que condujo al triunfo revolucionario del 1 de enero de 1959.
El yate Granma devino así en el símbolo por antonomasia de una Revolución que no solo descabezó a una dictadura, sino que logró liberar a Cuba de la dependencia semicolonial de Estados Unidos durante más de medio siglo, realidad que Washington no ha podido admitir y razón por la cual ha intentado a lo largo del tiempo asfixiar a la isla por todos los medios a su alcance.
Sobre todo, uno tras otro los gobiernos estadounidenses aplicaron y recrudecieron hasta niveles insospechados un bloqueo económico, comercial y financiero que perdura hasta hoy.
Tal política, rechazada por la comunidad internacional, no ha podido doblegar a los cubanos a pesar de estar sometidos a privaciones de todo tipo.
El Granma es hoy la pieza más preciada por su trascendencia histórica, entre las casi nueve mil que atesora el Museo de la Revolución, uno de los más visitados del país, enclavado en el otrora Palacio Presidencial que acogiera a los gobiernos de turno durante la primera mitad del siglo XX.
Pero es, sobre todo, paradigma de lucha y resistencia, y en tiempos de nuevos retos, perdura imbatible ante las olas del tiempo, desde la enorme urna de cristal que lo resguarda en el Memorial que lleva su nombre, en uno de los puntos más concurridos de La Habana, donde reposa desde hace ya 45 años.