Guatemal/Prensa Latina
Sentada en el suelo y amarrado a su cintura, la tejedora controla con celo el telar de cintura o “de palitos” y deja en cada pieza una sabiduría milenaria.
De origen prehispánico, es su instrumento inseparable para crear lienzos angostos, no muy largos, y de multicolores motivos, que reflejan gran pasión y esmero. Cada puntada es única y en ella insertan anhelos, esperanzas, alegrías y tristezas, un proceso que realizan calladas, en comunión con su espíritu.
Generalmente son mamaítas que guardan celosamente los secretos de cómo “tejer el alma”, por eso fue un descubrimiento encontrar a Cheny López, de tan solo 21 años, en uno de los tantos puestos de venta a la entrada de Santa Catarina Palopó, uno de los pueblos alrededor del famoso lago Atitlán, en el departamento guatemalteco de Sololá.
A diferencia de otras vendedoras que ofrecen una amplia gama de textiles ya elaborados, la muchacha aprovecha el tiempo para confeccionar sus propias piezas a la vista de todos.
Cheny contó a Escáner que desde los ocho años comenzó a aprender la técnica del telar de cintura y hoy es capaz de sacar adelante su propio negocio con una variedad de productos muy buscados por los turistas, aunque no siempre reconocen el valor de lo que compran.
Con su frágil figura, sorprende ver cuánto ritmo imprime a la estructura portátil, una operación fatigosa porque “hay que ajustar y mantener la tensión del hilo”, explica, sin perder la cadencia, ya que la urdimbre se estira entre un respaldo y el cuerpo de la mujer.
Es un privilegio observarla y saber que no cambiaría esa forma de elaboración artesanal a pesar de la fuerte competencia de bordados y tejidos hechos con maquinaria industrial que hoy invade Guatemala.
Balancea el cuerpo, hacia delante o hacia atrás, según lo requiera la pieza, generalmente de unos 75 centímetros de ancho, terminada en los cuatro lados si se trata de un huipil (lo que en la cultura occidental sería una blusa), la cual le puede llevar de tres hasta ocho meses en dependencia de la complejidad de los motivos, asegura.
Cada bordado tiene un sentido, como en el pasado, cuando el refinamiento de los tejidos y el uso de las joyas hablaba de la condición social de los habitantes de la antigua civilización prehispánica.
Por ejemplo, los tzutes ceremoniales (pañuelos que llevan las mujeres sobre la cabeza o los hombros) en Chichicastango tienen animales bicéfalos, presentes en la mitología maya.
Y el huipil no es solo una obra de arte, también indica dónde nació la mujer que lo usa, si está casada o sus cualidades como tejedora.
Grandes dosis de paciencia y mucha dedicación que Cheny aprendió de su madre y abuela desde pequeña, cuando le entregaron el mayor de los trofeos: los palitos tallados a mano.
VISIÓN ANCESTRAL MAYA A TRAVÉS DE SUS LIENZOS
Todo el que visita Guatemala queda prendado del colorido y diseño de los trajes indígenas, expresión de su riqueza cultural y herencia maya.
Pero no siempre fue así, antes de la conquista la vestimenta era bastante similar, salvo algunas distinciones para los nobles, más bien en collares y joyas con piedras preciosas, principalmente jade.
El Memorial de Sololá, Anales de los kaqchikeles (uno de los pueblos mayas), describe los inicios así:
“…Fue entonces cuando comenzamos a hacer nuestras siembras de maíz, derribamos los árboles, los quemamos y depositamos la semilla. Así conseguimos un poco de alimento. Así también hicimos nuestros vestidos: aporreando la corteza de los árboles y las hojas de maguey hicimos nuestros vestidos… “
Según textos de la época, la modificación de la vestimenta nació de la necesidad de distinguir a las comunidades a cargo de los encomenderos, quienes agregaron colores específicos para una mejor diferenciación -más bien control- de los pueblos indígenas, como se reseña en Recordación Florida, escrito en 1690.
Tejedoras expertas, las mujeres mayas asumieron el rol y si bien al principio tenían diseños y conceptos muy españoles, con el tiempo pusieron su sello de identidad.
Llevaron a las telas la cosmogonía de su entorno, creencias, símbolos, naturaleza y la sabiduría que los conquistadores no pudieron arrancarles, una herencia que pasó de generación en generación, como uno de los secretos mejor guardados de las abuelas.
En la época precolombina conocieron el rojo, el blanco, el amarillo y el negro, los colores sagrados de la guerra, la vida, representada en el maíz, y de la muerte. Aun entonces el tinte rojo, probablemente fue preparado utilizando la cochinilla, que posteriormente sería un importante rubro de exportación de Guatemala.
En la confección del vestuario de los pueblos originarios encontramos el uso del henequén y el algodón, conocidos desde la época maya; además de la lana y la seda, introducidos por los conquistadores.
Y si bien al recién llegado a esta tierra multiétnica, todas las indumentarias le pueden parecer iguales, cada una refleja tantas variaciones como las 22 lenguas mayenses reconocidas oficialmente.
Huipil o güipil, corte (especie de falda hasta los tobillos) y faja (pieza que se ata para unir ambos) son tres de las piezas básicas usadas por las mujeres indígenas hasta hoy en franca competencia con la invasión de diseños occidentales y la aparición de telares mecánicos que tienden a la estandarización de los textiles.
Aunque la tradición de los hombres de llevar prendas tradicionales se pierde con el tiempo, en muchas partes de Guatemala todavía pueden ser vistos, especialmente alrededor del área del lago Atitlán.
La mayoría son confeccionados a mano por mujeres en telares, diseñados de forma parecida a los huipiles, con exquisitos bordados de aves y flores.
En su devenir histórico, los trajes regionales de Guatemala también son fuente de investigación, análisis y descubrimiento como gran tesoro espiritual de la nación. En ese sentido, el Museo del Traje Ixil se encarga de preservar esta riqueza ante el avasallamiento de la moda occidental y la permanencia de un racismo histórico que influye en su desaparición.
El recinto alberga aproximadamente siete mil 801 tejidos originarios de 147 municipios y 34 aldeas, por lo que 181 comunidades están representadas en un espacio que le rinde también homenaje como peculiaridad.
Desde el exterior, el edificio simula un patrón textil tejido, pues su friso está decorado con un símbolo distintivo de los huipiles de San Juan Comalapa, el rupan, un plato usado en la iglesia cuando se bendice la fruta y el pan.
También el colectivo Hilos de Historia, con su línea de ropa Nooq´, busca que las nuevas generaciones se acerquen al legado maya mediante una fusión de la indumentaria moderna con los tejidos tradicionales.
“Creemos que es trascendental socializar la importancia de los textiles regionales para que las nuevas generaciones y la población en general empatice con el trabajo de las artesanas tejedoras y lograr su empoderamiento.
“Hay que hacerlas conscientes de su aporte cultural al país”, afirma el grupo en su presentación en las redes sociales.
*Este trabajo contó con la colaboración de PLTV, la editora Amelia Roque, el jefe de la Redacción Centro-Suramérica Alain Valdés, y el webmaster Diego Hernández.
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