Salvador Erro Esparza
Guatemala y El Salvador son dos países de Centroamérica marcados por la historia de dos guerras civiles recientes. Guatemala se desangró en un conflicto armado entre 1960 y 1996 que le costó 200.000 muertos y 45.000 desaparecidos. El Salvador sufrió una guerra civil desde 1980 a 1992 que costó la vida a más de 12.000 combatientes de ambos bandos y en torno a los 75.000 muertos y desaparecidos en total.
Guatemala acaba de vivir un proceso electoral que ha erigido presidente a un político tradicional, Alejandro Giammatei, con un partido nuevo, Vamos, inventado a su medida. En El Salvador un joven político, Nayib Bukele, llegó al poder en las elecciones del pasado febrero con un partido prestado, Gana, aunque ya desde el gobierno está creando propia formación, Nuevas Ideas. ¿Vientos nuevos en Centroamérica? Según se mire, puesto que una gran parte de la población de ambos países siguen viviendo al margen: en Guatemala la abstención alcanzó el 57,30% y en El Salvador el 48,12%.
Domingo 11 de agosto, yendo en el autobús que lleva desde San Salvador a Ciudad de Guatemala sorprende que sea día electoral. Solo dos detalles lo indican, la propaganda política pegada en árboles y paredes y la imposición de la ley seca, nadie puede tomar alcohol. Pero en las localidades rurales que llevan a la moderna Ciudad de Guatemala no siente la cita electoral. La abstención ha ganado en un país en el que buena parte de la población rural e indígena se siente excluida de un sistema político que se monta y se desmonta en la capital.
Sin embargo en 2015, cuatro años después de las elecciones de 2011 en las que venció el exmilitar Otto Pérez Molina, las calles de la capital rebosaban de gente indignada acusando de corrupción a un presidente que había prometido acabar con ella. Le implicaba una de casi 90.000 escuchas telefónicas y 5.000 correos electrónicos.
Fueron las grandes movilizaciones de la clase media, con el apoyo de empresarios y de la Iglesia católica, las que consiguieron que el exmilitar renunciara y desencadenaron las elecciones de 2015. Entonces el bipartidismo de los dos partidos dominantes (Partido Patriota y Libertad Democrática Renovada) se rompió ante la fuerza de otras dos formaciones (Frente de Convergencia Nacional y Unidad Nacional de la Esperanza). Un exactor miembro del Frente Convergencia Nacional, Jimmy Morales, alcanzó la presidencia y militarizó aún más un país en el que el ejército sigue sin pedir perdón por las miles de personas que mató y desapareció durante el conflicto. Después también sería acusado de corrupción. Ahora, en estas elecciones, un candidato de centro derecha, Giammatei, ha vencido con un 57,95% de los votos a la candidata de UNE Sandra Torres, que se declara socialdemócrata y ha quedado en segunda posición. Pero la situación se presenta complicada porque la UNE controla el Parlamento.
Mientras, el país sigue distanciándose entre una ciudad de apariencia moderna pero fraccionada en zonas y mundos distintos, que centraliza el poder y la toma de decisiones, y una Guatemala rural e indígena anclada en la desigualdad y la pobreza. Aunque las primeras impresiones pueden engañar. La Antigua, ciudad colonial Patrimonio de la Humanidad, corre el riesgo de morir de éxito ante tanto visitante y acabar en parque temático. El lago Atitlán, de estampas paradisiacas, vive amenazado por la contaminación, y paraísos del turismo como Panajachel parecen prolongarse a otras localidades cercanas como Santiago Atitlán, antiguo pueblo pescador que hoy también se vuelca en el comercio turístico masivo. Pero Santiago tiene una historia heroica porque se defendió comunalmente frente a la dictadura militar.
Todavía la imagen del sacerdote estadounidense Stanley Francis Rother, asesinado en 1981 por los militares, preside la iglesia del Santiago Apóstol. No es tan fácil detectar hoy las huellas del pasado en Sololá, donde a ambos lados de sus calles se levantan desorganizadamente viviendas y construcciones pagadas con el dinero de las remesas provenientes de EEUU. Hasta en el municipio de Chichicastenango, cuna del mercado más famoso del país, se mezclan confusamente auténticos ritos indígenas con otros modos creados para el turismo.
En El Salvador la desilusión con los gobiernos vinculados al FMLN (Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional) se palpa en la calle. El partido de la guerrilla había generado grandes esperanzas -“muchos lloramos de emoción en la plaza de la catedral el día de la victoria electoral”, me comentan, pero tras 10 años el fantasma de la corrupción, con el caso del expresidente Mauricio Funes, huido a Nicaragua, ha indignado a mucha gente. El electorado castigó al FMLN reduciendo su apoyo al 14,41% de los votos. Tampoco a la otra fuerza del bipartidismo, la derechista Arena (Alianza Republicana Nacionalista), desprestigiada por el encarcelamiento por corrupción del expresidente del país exmiembro de ese partido, Saca, le fue muy bien en las últimas elecciones y se quedó en un 31%. Fue Nayib Bukele, exalcalde de San Salvador, proveniente del FMLN y que se alió con el partido Gana, quien ganó con el 53% de los votos. Hoy es un presidente conocido internacionalmente por gobernar vía Twitter. Parece que su manejo de las redes sociales le permite llegar a los jóvenes, relegados por el bipartidismo anterior. Pero el Parlamento sigue en manos de Arena y del FMLN, por lo que Bukele está construyendo desde el gobierno su propio partido, Nuevas Ideas, para afrontar las elecciones legislativas y municipales de 2021.
¿Hacia dónde caminan estos países? Los dos han sufrido el azote de la corrupción y la población, descontenta e indignada, ha reaccionado con el rechazo a partidos tradicionales y con el abstencionismo. Mientras en Guatemala el movimiento social que tumbó y encarceló a Molina parece haberse disipado, en El Salvador el FMLN vive horas bajas. Parece que la vieja políticaya no convence, pero lanueva no acaba de nacer (Guatemala) o se presenta con una cara ambigua, contradictoria e impredecible (El Salvador).
* Tomado de Diario Noticias de
Navarra
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