Iosu Perales
El Partido Socialista Obrero Español (PSOE) está viviendo un drama de imprevisibles consecuencias. Un Comité Federal, órgano máximo del partido entre congreso y congreso ha sustituido al Secretario General, Pedro Sánchez, que fue elegido en julio de 2014 tras vencer en unas primarias internas. Ganó pero fue desde el primer momento un líder poco fiable para los dirigentes históricos que acuñaron una frase reveladora: “Este chico no vale, pero nos vale”. Nadie en ese momento lo consideraba el candidato idóneo para disputar a la derecha la mayoría parlamentaria y la presidencia del país.
Sin embargo, Sánchez, con el apoyo de las bases socialistas, logró encaramarse al puesto de candidato electoral en disputa con el derechista Mariano Rajoy. Perdió las elecciones del 20 de diciembre de 2015 logrando 90 escaños frente a los 123 del Partido Popular y los 71 de Podemos-Izquierda Unida, partido que se estrenaba en la contienda. En España el Congreso de los Diputados es de 350 escaños y la mayoría absoluta es de 176. La derecha quedó lejos de alcanzar el gobierno y no logró apoyos de ningún otro partido, y Sánchez tuvo la tentación de buscar un acuerdo con Podemos y los nacionalistas vascos y catalanes. Viajó a Portugal para inspirarse en el gobierno tripartito de izquierdas, y a su regreso fue amonestado por la cúpula de su partido, particularmente por los llamados “barones” que conforman una casta dominante en el PSOE con conexiones con grandes corporaciones nacionales e internacionales, algunos de los cuales forman parte de sus consejos de administración. Se le prohibió pactar con Podemos, fuerza política que se erige como la gran amenaza a la hegemonía socialista en la izquierda y le impusieron buscar un acuerdo de gobierno con el partido neoliberal Ciudadanos, que es un invento político de la banca creado para obstaculizar los avances de Podemos y que había conseguido 40 escaños.
El PSOE y Ciudadanos firmaron un pacto de gobierno pero su suma de 130 votos en el congreso era insuficiente. Desde ese momento se desató una brutal campaña política y mediática para obligar a que Podemos diera sus votos a un acuerdo que recogía postulados neoliberales y alguna reforma política cosmética. Podemos resistió los ataques y denunció la incoherencia de Pedro Sánchez. Se generó un bloqueo que obligó a ir a las elecciones del 26 de junio. Los resultados favorecieron al Partido Popular con 137 escaños, bajando a 85 el PSOE, Podemos-IU mantuvo los 71 y Ciudadanos descendió a 35.
Ya al día siguiente los “barones” del PSOE viendo que el escenario apenas había cambiado, pidieron a Sánchez que con su abstención facilitara un gobierno de la derecha que ahora sí había logrado los apoyos de Ciudadanos y podía obtener la presidencia en segunda vuelta de votación con mayoría simple. Sánchez, aplicando una resolución que en su momento había tomado el Comité Federal de no facilitar un gobierno de la derecha respondió con un “no es no”. En ese instante, la casta socialista, encabezada por Felipe González que ya no es de izquierda ni de derecha sino de Gas Natural y asesor del multimillonario Carlos Slim, y con el apoyo del poderoso grupo PRISA, dueño del diario El País, decidió cesar a Pedro Sánchez utilizando una interpretación torticera de los estatutos.
El sábado 1 de octubre tuvo lugar un caótico Comité Federal cuyo punto único era obligar a dimitir al secretario General o en su lugar cesarlo. Mientras esto ocurría en el interior de la sede socialista en Madrid, en la calles centenares de militantes socialistas manifestaban su apoyo a Pedro Sánchez y lo hacían mártir al tiempo que abucheaban a los críticos alineados con la casta con alusiones directas a la existencia de una mafia en el PSOE y todo tipo de insultos. Tras el cese se nombró a una Gestora que previsiblemente facilitará finalmente el acceso a la presidencia del gobierno del derechista Mariano Rajoy. Sin embargo, puede ocurrir que el Partido Popular rechace ese apoyo y prefiera la celebración de unas terceras elecciones con el fin de terminar de hundir al PSOE, al que las encuestas de última hora le dan resultados catastróficos.
Curiosamente, el grupo crítico que ha logrado su objetivo en la sesión citada del Comité Federal con una votación de 133 a favor del cese de Sánchez frente a 107 que le dieron su apoyo, tiene como rostro público a Susana Díaz, presidenta de la Junta de Andalucía y componente destacada del grupo de “barones” que tiene en Felipe González a su inspirador. Y digo curiosamente porque los datos que ofrece su comunidad autónoma son patéticos: tras cuarenta años de gobiernos socialistas es la región con más paro de Europa, el 36,3% y el 66% de paro juvenil. La población en resiego de pobreza es del 42,3%. En la mayoría de indicadores sociales Andalucía está en la cola de España y las condiciones laborales de los jornaleros son cercanas a la esclavitud. De manera que la elección de Susana Díaz como lideresa de un nuevo PSOE sólo se puede entender por su obediencia a una casta que vive la política al servicio de grandes empresas, nunca por ser buena gestora de los intereses populares.
Algunos analistas ven en esta pelea fratricida que puede partir literalmente al partido en dos, es una lucha de poder, pero el problema no es tan simple como que unos se aferran a la silla y otros aspiran a tomar la poltrona. El problema es de fondo y afecta al ser o no ser de un partido que es parte de una socialdemocracia que en toda Europa pierde elecciones y carece de proyecto alternativo al neoliberalismo. En un escenario de derrotas lo que sucede es que numerosos socialistas europeos se han encaramado a posiciones económicas ventajosas utilizando sus agendas de contactos e influencias políticas.
Desde mi punto de vista esta es la gran lección que debemos extraer: la crisis de la socialdemocracia no podemos vivirla como una realidad ajena a la izquierda, pues entre otras cosas facilita la prolongación de gobiernos de derecha. Además, el que la socialdemocracia esté pagando su falta de alternativa al modelo neoliberal es una advertencia para la izquierda. No basta gobernar con mejores servicios sociales y atender asistencialmente a comunidades deprimidas, algo que de todos modos hay que hacer; es necesario construir alternativas económicas y sociales con vocación de país que sean viables y al mismo tiempo atrevidas. Lo que no puede ser es que el regreso de gobiernos de derecha haga desaparecer buenas medidas tomadas por gobiernos de progreso, sencillamente porque no se han blindado adecuadamente en las constituciones, porque no se han fortalecido modelos productivos en los territorios y porque no se han fortalecido a los actores sociales.
Regresando a lo que nos ocupa, la crisis del PSOE es la crisis del llamado régimen de 1978, puesto en marcha por la transición española, ya que durante cuarenta años fue el partido principal para sostener y defender dicho régimen que, dicho sea de paso, estuvo tutelado en sus principios por la socialdemocracia alemana para impedir el avance del Partido Comunista. Coser las costuras rotas del partido será difícil, ha habido demasiadas conspiraciones, deslealtades, insultos y juego sucio como para que pueda restaurarse la unidad sólo con buenas palabras. Además, la batalla continúa. Los estatutos del PSOE obligan a que más pronto que tarde se hagan nuevas primarias para la elección del nuevo Secretario General: y Pedro Sánchez ya ha advertido que se presentará. Y las bases están con él.