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¿Gusta tomar una tacita de café?

Álvaro Darío Lara
Escritor y poeta

“Siempre que una persona tiene una lata de Nescafé me doy cuenta de que no todo está en la última miseria; todavía puede resistir un poco”.
Julio Cortázar, salve medicine El perseguidor.

Desde que leí este fabuloso cuento de Cortázar, store El perseguidor, inspirado en esa estrella del jazz, Charlie Parker, este fragmento se quedó indeleble en mi memoria. Sí, siempre hay esperanza si existe aún una lata de café. Eso me lleva a otras dos citas gloriosas, la que da título a la columna de hoy, cuando doña Florinda, invita por milésima vez al profesor Jirafales, a pasar a su apartamento, para degustar, transidos de amor, este elíxir procedente, según los entendidos, de Etiopía. Y la otra, no menos imperecedera, leída hace centurias en una de las dos popularísimas revistas de entonces, Cosmopolitan o Vanidades, no recuerdo ya. La cita decía más o menos así: “No hay nada que una buena taza de café no pueda resolver”. Esto lo creía, religiosamente, mi amigo el pintor abstracto Fernando Pleités, cuando me regaló una diminuta cafetera, de unas dos tazas a lo sumo, para adiestrarme, luego, en el celoso ritual de su mágico preparado. Fernando, aseguraba, que esa taza bendita a primera hora del día, me mantendría alejado de todo tipo de fantasmas interiores, dándome paz y seguridad en mis afanes. El milagro se hizo realidad desde entonces.
Fue el poeta más auténtico de Cuscatlán, Oswaldo Escobar Velado, “Pipo”, como lo llamaban sus amigos y admiradores, quien realizó, desde su mensual Revista “Gallo Gris”, una ferviente campaña a favor del consumo cotidiano de la oscura bebida, ya que ésta, a pesar de representar por aquella época, “el primer producto de exportación nacional”, no era masivamente ingerida. Uno de los redactores de “Gallo Gris”, Tirso Canales, afirmaba, en su  artículo “Una taza de café” (Página 9, Sección Económica-Industrial) del número 2, correspondiente a mayo de 1958, lo siguiente: “En El Salvador, se necesita fomentar más el negocio de las cafeterías. Hace apenas unos años, éstas prácticamente no existían y las personas adictas a tomar café lo tenían que preparar en sus casas. Ahora este negocio ha prosperado mucho. Son varios los cafetines donde se puede gustar una excelente taza de buen café”.
Quizá el más vomitivo café al que me haya enfrentado es el que preparaba mi compadre Víctor Hugo Granados González, cuando estudiábamos lingüística en su casa, aquellas terribles noches antes de los exámenes. Consistía en un brebaje de café listo, batido con apenas unas pocas gotas de agua, mezclado con una mísera ración de azúcar. Era espantoso, pero nos aseguró  buenísimas calificaciones siempre.
El café es un regalo del cielo. Yo aprendí a beberlo, después del almuerzo o a media tarde, en mi hogar, a los trece o catorce años, antes no, “porque los niños no deben tomar café”, por lo menos así decía mi madre. Razón por la que detestó, un par de años más tarde, a los poetas mayores, mis amigos, por hacerme beber tanto café, y luego, el insuperable alcohol.
Hay que rescatar el cultivo de café, apoyar a sus productores, estimular la cultura cafetera.
Para mi gusto, el café de casa o de las buenas y baratas cafeterías nacionales. No, el aspaviento de los calvos bebedores de pose, y de las extranjeras y carísimas cafeterías.
En fin. El pueblo, no puede vivir sin su cafecito, y esto endulza la vida. En serio, la endulza.

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