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Ha muerto Flavio, murió además un amigo

 

Por Wilfredo Arriola

La forma de entendernos quizá llego demasiado tarde, quizá residió en dejarlo ser quien era y él dejarme ser quien soy. Aunque también eso podría significar que entendernos fue una manera de dejarnos en paz, que fue y seguirá siendo dos maneras de estar unidos en la complicidad y la distancia.

Nos admiramos en silencio como en verdad es auténtico -hablar bien del otro a sus espaldas- habló bien de mí y yo, conté su sabiduría con humor. Estar juntos en esta última parte no fue posible, ya sabía que no tenía mucho tiempo y no quizo desde su trinchera robarle el tiempo a los demás, no importándole que fuera su hijo. Fue digno respetador del tiempo ajeno. Hablamos más por teléfono que de manera presencial, me alertaba de la carretera y siempre supuso que en la duda estaba la seguridad. Si bien es cierto el alivio y la felicidad son cosas tan parecidas, esta vez, al llegar el alivio no ha resultado en felicidad sino en una manera de enfrentarse al mundo sin un padre. Pronto la vida fue demasiado tarde, como decía Duras, pronto lo que pronosticó se fue o terminó siendo otra cosa.

Me he sentado adonde solías hacerlo para entenderte desde tu mirada, tampoco quiero hacerme responsable de tu alegría o de tu desgracia, no por cobarde sino por íntegro y por hacer medianamente lo que tú hubieras hecho, que es, sin lugar a dudas dejar que el otro reciba lo que tenga que recibir. Como decías: si hay algo peor que ser malo es ser justo, nosotros los cercanos a ti lo supimos.

Fuiste lo que quisiste ser y lo que no, que la vida te lo perdone. Si hay algo que le da alegría a sus padres es ver a sus hijos con orgullo, sé que a cada uno los vistes así, a tu manera, a tu estilo que siempre fue quedarte en silencio ante aquello que no sabías cómo expresar. Yo te supe y entendí que la mejor manera de compartir nuestros triunfos y derrotas fue contarte con orgullo aquello que nos ha hecho feliz y contarte con rudeza y personalidad las cosas que no podemos cambiar. Que nos vieras fuertes, incluso te satisfacía más que vernos alegres. En su probabilidad tu vida fue eso, saberte fuerte más que saberte feliz.

Escribo desde la resignación de tu muerte, en el lugar donde nosotros comentamos muchas. Hoy sin vos, pero alguno de los dos muertos deben de quedar en pie, y ese es el que escribe.

Esto es la vida Flavio, esto es la vida… esto fue la vida. Nos respetamos los secretos y de esa manera entendí la lealtad, nos hablamos de frente y quizá tú supiste callar al final. Agradezco tu silencio, te escuchaste a ti en mi voz, sabías que discutir con los que uno quiere no es otra cosa que agotar la única trinchera verdadera.

Nos salvamos de la muerte a las 3 de la mañana no una, ni dos, si no tantas… con el puño nos despedimos, como la roca en que se convierten los amigos. No nos volvimos a ver al separarnos, los dos sabemos que ver al destruido es otra forma de continuar su desgracia. Nos esquivamos con la mirada, pero sé que ambos lo sabíamos, la muerte estaba cerca. Ni lo dije, ni lo dijiste, con las botas puestas sin sentir lástima, que para ti era el mejor apoyo. Nunca patrocinaste hijos débiles.

Siempre es cobarde la muerte, nos deja un desconcierto, un recuerdo y estas palabras que no son ni pretenden ser una esquela sobre la vida de él ni el pesar mío. He querido solamente poner en palabras este nivel de angustia, –sé no confundir escritos con confesiones–. La muerte enseña mucho y devela tantos secretos que nunca conocimos de las personas que ahora ya no están, no supe los suyos y los que sí, están conmigo haciendo guardia en su memoria, como también sé que él guardo los míos. Quizá nos debimos más, o no nos dimos lo que debíamos, no lo sé y nunca lo sabre.

Ahora viene el silencio como todo. Ante las cosas más importantes de la vida siempre estamos solos pero a veces, más solos que los demás. Perder a un padre significa reinventar la soledad, porque no tener a quien llamarle en la aflicción o en la alegría también cuenta como otro grado de la soledad. Uno es de quien le llama cuando tiene miedo. Ya no lo hice, pero cuantas veces me salvaste… y eso es un vínculo imborrable, que se queda dentro de mí.

Está bien Flavio, está bien.. anda en paz que acá las cosas seguirán como siempre, como lo hiciste en la intimidad de todo lo que pronosticaste. No sé si habré estado a la altura de ser un buen hijo, pero sin reproches, estuviste a la altura de ser un buen padre. Andá, seguiremos como siempre: «sin ninguna pista a los enemigos…» como lo dijiste, como lo haré, incluso en el último día como me lo pediste.

Sin lágrimas.

Hasta siempre papá.

16 de febrero 2024

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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