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Hablar de Monseñor y hablar como Monseñor

Licenciada Norma Guevara de Ramirios

El pueblo salvadoreño todo y la comunidad católica universal tenemos un santo: San Oscar Arnulfo Romero, Obispo y Mártir. El regocijo invade a la mayoría del pueblo que a lo largo de 38 años esperó este reconocimiento de las autoridades de la Iglesia, algo que el pueblo había proclamado con conciencia y con fe.

El júbilo se mostró a lo largo y ancho del territorio, en países hermanos y por nuestra comunidad en el exterior en la víspera del acto de canonización efectuado la madrugada del 14 de octubre. En iglesias reuniones, peregrinaje a la capilla Divina Providencia donde ocurrió el asesinato de Monseñor el 24 de marzo de 1980.

Frente a Catedral Metropolitana y en la peregrinación desde El Salvador del Mundo, abundaron las flores, los cánticos y los emocionados abrazos, los encuentros entre quienes sinceramente vivimos este acontecimiento único con la emoción de ver realizada una legítima aspiración.

El padre Tojeira ofició la misa concelebrada con sacerdotes salvadoreño y otros que visitaron el país para compartir en la tierra de Romero la emoción de saberlo Santo. Y las colectividades católicas se esmeraron en brindar lo mejor para la ocasión.

Al final de la misa, y antes de la bendición, el padre Tojeira ofreció la palabra a una mujer, a una catequista de las Comunidades Eclesiales de base que habló con la memoria de este pueblo y con el corazón.

Nohemí hizo el recuento del martirio del pueblo y de la iglesia en el que dejaron la vida sacerdotes, religiosas, catequistas y en la cima de ese martirio, el de Monseñor Romero. Nos invitó a ver a Romero como un santo de seguimiento, más que un santo de altar; nos dijo que más que hablar de Romero hay que hablar como Romero, con la verdad.

La verdad más repetida es que el pueblo lo proclamó santo, que en canción los artistas pedían: “Proclámenlo Santo”.

En verdad estar en la plaza era imposible no recordar por quienes estuvieron allí el 30 de marzo de 1980, cuando además de haber asesinado a Monseñor, con bombas desde el Palacio Nacional reprimieron al pueblo que asistía a su sepelio. Recuerdo que mi madre que era parte de esa multitud dejó sus zapatos, pero desde entonces, para ella, Monseñor era un santo al que pedía, le ponía velas y flores y con su fe comprendió y acompañó la lucha popular.

Hay que recordar y dar significado a la época en la que le tocó ser pastor del pueblo, ser la voz de los sin voz, predicar y practicar la opción preferencial por los pobres, especialmente para quienes por no haber vivido aquella época pueden pasar por alto el valor que tiene el reconocimiento de la vida de Monseñor.

Antes que Nohemí, el cardenal Gregorio Rosa Chávez afirmaba que Monseñor Oscar Arnulfo Romero, más que un santo para el altar, es un santo para transformar.

Las homilías de San Romero de América, como le llamó el pueblo antes de la canonización, permiten hacerse una idea de la realidad en el momento en que él actuó.

Sus palabras fueron y siguen siendo luz para la reflexión y la acción del pueblo por el que ofreció su vida; y esas mismas palabras liberadoras, movilizadoras que fortalecían la dignidad humana; eran recibidas como dardos por quienes oprimían y reprimían al pueblo y al final realizaron y celebraron su asesinato.

“La oligarquía omnipotente siente un desprecio absoluto por el pueblo y sus derechos”, dijo el 15 de febrero de 1980; “cuando la derecha siente que le tocan sus privilegios económicos, moverá cielo y tierra para mantener su ídolo dinero”, dijo el 15 de febrero de 1980. Su lenguaje era sencillo y encerraba una visión profunda, capaz de hacer levantar y caminar al pueblo, con dignidad.

Iluminó Monseñor la realidad, para que viera su pueblo y saliera del engaño, “un pueblo desorganizado es una masa con la que se puede jugar; pero un pueblo que se organiza y defiende sus valores, su justicia, es un pueblo que se hace respetar”, dijo Monseñor el 2 de marzo de 1980.

Cuando la escalada represiva de la dictadura contra el pueblo consumó el asesinato de nuestro obispo y mártir, la derecha quería que ocurriera el aplastamiento automático de la conciencia, la organización y la lucha del pueblo salvadoreño; que el miedo lo inmovilizara.

Ocurrió lo profetizado, el renacimiento de Romero en el pueblo supone continuar su visión y su misión, supone luchar contra los males sociales que limitan una vida digna para cada ser humano.

El pedido de Nohemí para hablar como Monseñor debe llevarnos a conocer cómo y de qué habló Monseñor.

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