EL PORTAL DE LA ACADEMIA SALVADOREÑA DE LA LENGUA.
Yo no digo lo que digo,
sino quien conmigo va.
Hace muchos años, como resultado de haber cometido un delito menor, “muy menor” por cierto, me vi obligado a asistir a un juicio en uno de los juzgados de un pueblo del país. Para poder desarrollar el juicio, la jueza, una joven mujer, me requería que debería llegar acompañado de tres hombres buenos. Menudo requisito, pensé en el momento, pero mi abogado, muy conocedor de su oficio, me indicó que no debería preocuparme por ello.
El día asignado, y a la hora precisa, me presenté, así, al juzgado en referencia, situado en una añosa y oscura casa casi derruida, de aspecto amarillento y parecer precario. Sin embargo, a su interior, había un movimiento intenso, gentes que entraban y salían, bulla interminable, personas que se levantaban y volvían a sus asientos incontinentemente….. De no ser por el clima y por las muy propias figuras del gentío aquel, bien hubiera podido imaginarme que me encontraba en aquellos ambientes sombríos que tanto y tan bien describía Dostoievski en muchas de sus obras.
En las aceras del caserón semiderruido que refiero, se situaban, en las más diversas e incómodas posiciones, un par de docenas de hombres de los más variados tintes. Eran, precisamente, los hombres buenos, estos de los cuales mi juicio, tan simple y tan leve, requería tres. Mi abogado se acercó a ellos, algo les dijo, y al momento se irguieron los necesarios, acomodándose un poco la vestimenta y agitando el rostro como para despertar de la modorra interminable en la que vivían. Me acompañaron, el juicio se desarrolló rápidamente, sin contratiempo alguno, y antes de lo esperado, salí de nuevo del caserón, alejándome rápidamente del ambiente, aunque no del recuerdo.
Tres hombres buenos. ¡Cuántos hombres buenos me encontré esa mañana sin pensarlo! Yo que siempre había pensado que encontrar uno sólo era una hazaña. Y tantos más que estaban allí, a la espera de su oportunidad para poder certificar su bondad ante una autoridad de la justicia. La jueza hizo la pregunta, ¿son ustedes hombres buenos? Los tres contestaron sin el menos asomo de duda que sí lo eran, y la buena mujer procedió a registrar sus nombres y detalles personales, luego de lo cual estamparon su firma con la mayor de las convicciones de que habían dicho la verdad.
Eso fue hace muchos años, como ya he dicho. No sé si la justicia mantiene aun ese requisito dentro de sus leyes. Pero a mi me provocó una impresión que aun guardo en mi memoria sin explicarme la razón de ello, y aun perplejo por lo profundo de los crípticos misterios de la vida. Así que tres hombres buenos, recogidos de una acera y mezclados de entre muchos, fueron suficientes para atestiguar mi inocencia y provocar mi libertad y devolverme mi condición de persona honorable y justa.
Dicen que Diógenes, este hombre soberbio, vanidoso y arrogante que vivía en un barril criticando todo lo que encontraba, que ha admirado a tantos y tantos, y que es hasta el momento irrepetible, a quien le bastaba vivir con una manta y un pequeño plato, y de quien Alejandro Magno dijo que si no fuera lo que era, Diógenes hubiera querido ser; que afirmaba que cuando el alumno fallaba, a quien debería castigarse era al maestro; que se burlaba de Platón llamando desperdicios a sus lecciones,….. cuando le preguntaron si conocía en Grecia a algún hombre bueno, contestó que no sólo en Grecia sino en ninguna parte había visto uno, a pesar de tanto buscarlo con el candil encendido que llevaba consigo.
¿Tenía razón Diógenes, el Cínico? Hobbes hubiera estado de acuerdo con él, aunque por diferentes razones. Para el inglés, el hombre es malo por naturaleza. Es famosa su frase el hombre es el lobo del hombre. La postura de Hobbes ha servido para provocar que el hombre busque auto regularse, creando estamentos que le ayuden a ello, el Estado el mayor de ellos, y con el Estado, las leyes. Ello hace caer al hombre en una postura inmoral, pues abandona su autonomía para caer en lo heterónomo, con lo cual aleja irremediablemente la posibilidad de alcanzar el afán kantiano del imperativo categórico. Rousseau, en el siglo siguiente, se contrapone a la posición de Hobbes, afirmando que el hombre es bueno por naturaleza, y que es la sociedad lo que lo inclina al mal, depravándolo. Por abandonar su estado natural e integrarse a la sociedad, Rousseau definía al hombre como un animal depravado. Para el gran francés, el hombre debería volver a su estado de naturaleza, casi proponiendo que de nuevo regrese al estado salvaje.
La discusión sobre si es bueno o no el hombre tiene carácter histórico. Platón mismo hablaba del hombre como un ente caído, caída que se origina cuando el alma, que es pura y que ha morado en el mundo de las ideas, se degrada al unirse con el cuerpo, con lo que las ideas se vuelven confusas, sombras, aquello que es propio del mundo sensible en que vivimos, tan lejano del mundo inteligible, del topos uranus. San Agustín ha corregido de alguna forma al maestro de los que saben, como se conoce al gran ateniense. Para el santo del cristianismo, el cuerpo no es malo sino más bien es una de las maravillas del mundo, creado por Dios y destinado a resucitar. Nuestros nahuatl originarios, en el mito de texcuco, hablan del hombre como fruto de la penitencia de los dioses, que con su sacrificio los merecieron y por ello se hicieron macehuales, es decir, los merecidos por la penitencia.
Pero bien, volvamos a la historia original, y a la pregunta fundamental: El hombre, y el salvadoreño concretamente, ¿es bueno? ¿es posible encontrar ahora unos tres hombres buenos que puedan certificar ante la justicia su bondad, y ante lo cual esta se incline y reconozca que es así? ¿es patente esa posibilidad, o acaso necesitaríamos el candil de Diógenes para poder encontrarse con ellos? ¿Hobbes o Rousseau? ¿Llull o Maquiavelo? ¿Sartre, para quien el hombre es una pasión inútil; o Camus, que aunque se aferra a la absurdidad del hombre, le deja la oportunidad de rebelarse y buscarse a sí mismo? ¿Teillhard de Chardin y Kierkegaard, hombres en sus etapas hasta alcanzar el Ser verdadero en el Punto Omega o en la Religión?
Bien, la verdad es que yo encontré al hombre bueno, y no a uno sino a tres, que esperaban a la vera del camino para que alguien les llevara ante la justicia y certificarle a esta que así efectivamente eran. Y si lo hubiera deseado, hubiera encontrado a más.
Sin embargo, por lo que pudiera suceder, en estos tiempos de inmediatismo y perentoriedad en que, no vivimos sino al parecer vegetamos, llevaré siempre conmigo el candil de Diógenes en caso que lo necesite.
A veces, cuando veo el mundo, entiendo porqué don Quijote eligió morir de cordura.
Debe estar conectado para enviar un comentario.