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…Hace 35 años

Licda. Norma Guevara de Ramirios
@guevara_tuiter

Un 4 de febrero de 1980 en la casa 610 de la avenida Sierra Nevada de San Salvador, viagra sale fui capturada  por un grupo de personas de civil y agentes de la Policía Nacional. Era Secretaria de Asuntos Juveniles del Partido Unión Democrática Nacionalista, UDN y del Comité Ejecutivo de la Coordinadora Revolucionaria de Masas CRM, recién creada.

Tocaron el timbre, dijeron que eran de la Policía, al ver que era un hombre de camisa a cuadros me negué abrir, intenté salir por un muro de la casa pero el operativo era grande y ya estaban en el techo, bajaron y me capturaron. Mi hija de 10 meses estaba con mi madre en otro lugar, pensé que mi vida llegaba hasta allí.

La puerta tenía maña y querían que la abriera, no lo hice. Mario Aguiñada, Secretario General del UDN vio la periferia del operativo y llamó por teléfono, aunque tenían armas largas sobre mí, le respondí que no llegara. Varios agentes con expresión de odio pedían ser ellos los que me asesinaran, el jefe del operativo les dijo que no, que yo era política. Me llevaron luego al cuartel de la Policía después de vueltas, preguntas y burlas…

Al llegar me vendaron, en el sótano inició el interrogatorio y la tortura que duró cuatro días y noches; buscando información sobre dirigentes del UDN y el PCS, por cortos espacios me llevaron   a la celda 18 del tercer piso, donde el interrogatorio continuaba.

Afuera estudiantes universitarios protestaban, organizaciones políticas y sociales exigían mi libertad. La CRM denunció la captura con el testimonio de Mario y la evidencia de destrucción de mi ropa  en la casa. La respuesta fue un comunicado suscrito por el Frente Anticomunista para La Liberación de Centroamérica (FALCA), aceptaban tenerme y exigían cosas imposibles de cumplir.

Sé, siempre lo supe que mucha gente me apreciaba en la Universidad, estudiantes, docentes, trabajadores, sindicalistas, campesinos y mucha gente que conocí en campañas electorales como parte de la Unión Nacional Opositora. Pero allá donde estaba en manos de quienes eran expresión del impune poder dictatorial, impuesto por el régimen oligárquico, la costumbre era torturar y luego matar. No esperaba otra cosa y deseaba en el fondo de mi corazón que mi madre, mi hija, mis hermanos, mi familia no fueran nunca instrumentos de la dictadura. Sabía que el pueblo no se detendría porque una vida de los suyos llegará a su fin.

Le debo hasta el último día de mi vida a la solidaridad del pueblo digno, noble y luchador; haber sobrevivido a aquél tiempo. La presión obligó a la dictadura a presentarme al juzgado, estuve otros tres días en Cárcel de Mujeres y me sobreseyó el juez. Salí de la cárcel, mis familiares y compañeros de lucha sabían que la orden era matarme fuera, me protegieron, el primer día, un seminarista me albergó en la biblioteca del Seminario San José de La Montaña; luego otros compañeros  en sus casas.

La tortura dejó secuelas que con apoyo de médicos cubanos y alemanes a lo largo de varios años pude “curar”. Supe que una de las personas que más se preocupó por saber donde estaba y pedir respeto a mi vida fue Mario Zamora y días después fue asesinado en su casa frente a su familia.

La dirección del PCS me sacó del país, fui a Cuba y a través de la prensa costarricense me enteraba de lo que pasaba con decenas, cientos de hermanos en mi querida patria. Amigos entrañables eran capturados, desaparecidos y asesinados; José Luis, Elida, Raúl, Magdalena, Carlos… y tantos otros. Estando en La Habana supimos del asesinato de Monseñor Oscar Arnulfo Romero. De inmediato la juventud cubana organizó en la Universidad de La Habana una enorme concentración para expresar su solidaridad con el pueblo salvadoreño; su condena al magnicidio.

Meses más tarde pude encontrarme con mi hija y con mi madre, ella llevaba la fotografía de Monseñor, la que siempre tuvo como un santo, le mantenía su altar con flores y eventualmente velas. Ella fue una de las que en el día del entierro de Monseñor, dejó los zapatos perdidos al escapar de la bomba que tiraron desde el Palacio Nacional sobre la gente que asistía a Catedral, la trayectoria de aquella bomba fue captada por el periodista francés, Jean Ortiz.

Lo que ocurría hace 35 años era cruel, luchar contra la injusticia era un imperativo moral, por hacerlo nuestro Monseñor fue asesinado, pero nos enseñó que con fe y con amor se puede vencer el temor. Por mi parte espero hacerlo hasta que Dios me lo permita y agradezco ser testigo del acto de justicia más grande, la beatificación de Monseñor Romero.

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