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HACE 60 AÑOS JULIÓN RIVERA LLEGÓ A LA GUAYABA Y AL ZAPOTE

Víctor M. Valle Monterrosa

Los pueblos son ingeniosos e irreverentes por naturaleza. A veces esgrimen, como únicas armas, la burla y el apodo contra los poderosos y sus insectos circundantes. Por eso, entre 1962 y 1967, al Excelentísimo señor presidente Constitucional de la República de El Salvador, teniente-coronel Julio Adalberto Rivera Carballo le decían simplemente Julión o el Piporro.

Desconozco por qué, por mucho tiempo en El Salvador, a la presidencia de la República se le decía “La Guayaba”. Tal vez el amigo Carlos Cañas Dinarte en su acuciosidad por descubrir documentos históricos nos educa para que sepamos por qué la presidencia de la República era “La Guayaba”.

Lo de “El Zapote”, puede ser sencillo deducirlo. Tal vez sea el nombre de un espacio rural, en las afueras de San Jacinto, donde se asentó el llamado Cuartel de Artillería El Zapote, desde donde se dominaba la Casa Presidencial, originalmente construida en 1912 para ser Escuela Normal pero que, por mucho tiempo, hasta el año de los terremotos de 2001, fue la sede de la Presidencia de la República. El dúo frutal del poder político se veía así: un zapote como guardián de la guayaba.

El 1 de julio de 1962, Julión Rivera tomó posesión como presidente después de una mascarada electoral donde fue candidato único. Pocas semanas antes de esa ceremonia, la AGEUS, por sugerencia de Ivo Alvarenga, estudiante de Derecho, inspirado en un caso similar de un candidato cuadrúpedo (un hipopótamo) en Brasil, propuso a la dirigencia estudiantil un digno opositor del coronel Rivera en su contienda por la presidencia. Y propuso un burro, el cual fue conseguido en San Antonio Abad, cuando todavía era pueblito, se le confeccionó un traje que simulaba militar y hasta kepis le hizo un sastre. El burro lo consiguió un líder estudiantil de ingeniería, Eduardo Castillo Urrutia, que llegó a ser notable académico de la Albert Einstein y presidente de la ANDA en tiempos de los gobiernos de Duarte y los militares bendecidos por Estados Unidos.

El caso del burro causó mucha risa popular. Cuando se anunció lo de la candidatura, los confeccionadores de leyes a la medida y de las cláusulas pétreas dijeron que estaban prestos a hacer las reformas pertinentes para que la AGEUS se inscribiera como partido político, todo por engrandecer la democracia. El pueblo comenzó a “barajar” nombres. ¿El Dr. Romero Fortín Magaña, rector magnífico? ¿El Dr. Arturo Romero, hombre símbolo de la revolución? ¿El Dr. Napoleón rodríguez Ruiz, rector apaleado hasta el borde de la muerte por las huestes de Lemus?

Pero la tal burrada no fue más que un chiste político para ridiculizar un sistema electoral basado en la pantomima y la falsedad.

El desfile del burro era encabezado por una manta a lo ancho de la calle que decía:” Este burro (dibujo de cabeza de burro) es coronel. Este coronel (caricatura de Rivera) es burro”. El desfile se cerraba con otra manta similar que decía:” salvadoreño: por el bien de la patria no votes”. Era la línea de boicotear las elecciones. Para los dibujos, caricaturas y textos los artistas estudiantiles eran el Choco Huezo, el Choco Curlin y Coco Parada.

El primero de julio de 1962 la toma de posesión del nuevo presidente se llevó a cabo en al Gimnasio Nacional. Mientras esto sucedía, unos manifestantes marcharon sobre la Calle Arce y llegaron a la sede de la Embajada de Estados Unidos, sita en un edificio actualmente propiedad esquinera de la Universidad Tecnológica, y protestaban por la farsa democrática y contra sus patrocinadores inmediatos: el gobierno de Estados Unidos.

Los manifestantes lanzaron piedras y botellas con pintura rojo y verde, colores de una organización revolucionaria efímera, el FUAR, contra la fachada del blanco edificio. Lo dejaron manchado y con vidrios de ventanales hechos añicos. El Frente Unido de Acción Revolucionaria (FUAR) era una organización creada por el Partido Comunista para ser vanguardia de una revolución que se veía venir, tipo Cuba, que había comenzado la suya 3 años antes cuando Fidel Castro entró triunfante a la Habana después de vencer al gobierno tiránico y pro-Estados Unidos del general Fulgencio Batista. Esa revolución todavía está en pie.

La acción audaz del FUAR, tengo la impresión, fue el comienzo de un acelerado proceso de evaporación, pues el Partido Comunista, a la luz de los tiempos nuevos, prefirió tantear la lucha parlamentaria para acceder al poder político sobre todo por los giros que tomó la política salvadoreña después de la llegada del presidente Rivera.

Lo importante de recordar es que el embajador de entonces, Murat Williams, nombrado por Kennedy, se apersonó de inmediato a la embajada, pidió a la policía que cercaran la zona y no permitieran el paso ni de vehículos ni de personas ajenas a la embajada y puso cuadrillas de trabajadores a limpiar los estragos y pintar de nuevo las paredes. En pocas horas, el edificio lucía como siempre y “aquí no ha pasado nada”. Quizá Murat Williams no quería darles alas a otros revoltosos y aplicó el concepto de las ventanas rotas. Hay que repararlas de inmediato.

Eso es lo que pasó hace 60 años en nuestra patria. Esa nuestra pequeña gran patria que alberga un pueblo excepcional, “un pueblo doloroso (…) y sin embargo fuerte porque otro pueblo ya se habría muerto” como dijo en 1959 el poeta Osvaldo Escobar Velado en su “Patria Exacta”.

Julio Rivera fue un presidente de la cadena de gobiernos militares que tuvo El Salvador de 1931 a 1979. Podríamos decir que fue un período de dictablanda. Julión era comunicativo, populachero, sencillo y campechano.

Claro. Comenzó su ejercicio de poder como hombre fuerte en golpe de estado del 25 de enero de 1931, que entró y se consolidó a sangre y fuego. Después, se hizo del lado reformista auspiciado por el gobierno de Estados Unidos para seguir lo prescrito en la Alianza para el Progreso.

Rivera aupó la introducción de la representación proporcional en la Asamblea Legislativa, facilitó la aprobación de la Ley de Universidades Privadas en 1965 que permitió, casi ipso facto, la fundación de la Universidad Católica Jesuita, como le decíamos a la UCA y con esto terminó la exclusividad de la Universidad de El Salvador como institución de Educación superior en El Salvador.

La gente de la iglesia católica y sus cercanos,  que todavía no estaban muy imbuidos de la “opción preferencial de los pobres”, vieron en la Universidad Católica la alternativa respetable a la UES que era subversiva y comunista.

Quizá es importante hacer notar que Rivera, al haber una crisis en la UES azuzada por derechas políticas en el país, fue explícito en la Televisión cuando, en una presentación, dijo que había dado instrucciones de “Fuera manos de la universidad”.  El viejo anhelo de intervenir por la fuerza la UES se concretó 8 años, después en el gobierno del coronel Molina.

El detonante de la crisis en la Universidad de El Salvador, en 1964, alentada por el Diario de Hoy, la Prensa Gráfica y el Partido de Conciliación Nacional fue porque el rector Fabio Castillo había firmado, ese año, un convenio con la Universidad de Lomonosov, Moscú, para traer profesores soviéticos. Tal vez, para esa actitud prudente de Rivera con respecto a la UES   sirvió el hecho de que él fue compañero de Fabio Castillo Figueroa en la primaria del Liceo Salvadoreño.

Es mucho más lo que se puede decir de Rivera. Gustaba andar en motocicleta manejada por el mismo. A veces compartía la moto con alguna amiga de la farándula o alguna lideresa oficialista. No diré nombres para no herir sensibilidades.

Rivera no acostumbraba tener guardaespaldas. Iba al estadio flanqueado por ministros y subsecretarios grandes y cholotones como él. Julio Rivera, Julio Noltenius (ministro de OOPP), Hans Bodewing (Subsecretario de Vivienda) iban con camisas floreadas como de turista gringo y anteojazos rayban. Más de algún ciudadano yoyo desde sombra gritaba; “Ahí está Julión”. Y le aplaudían y el saludaba risueño.

Al final de su período, para la sucesión, inventó que en el PCN habría varios precandidatos para la presidencia. Rivera impuso a Fidel Sánchez Hernández y dejó descontentos a otros militares: Mario Guerrero, Joaquín Zaldívar y Mauricio Rivas Rodríguez. Los civiles eran Álvaro Magaña y Chachi Guerrero.

No quiere decir que durante la dictablanda de Rivera no había represión. “Era la del gasto”. Los ejecutores inmediatos de la represión eran los directores generales de la Guardia, Chato Casanova, y de la Policía Nacional, Arnoldo Rodezno a quien sus adversarios y hasta algunos de sus amigos le decían “la bestia”.

Por traer al país un libro pasta roja, presuntamente comunista, uno se podía echar de facto un año en la penitenciaría. Tirso Canales (fallecido recientemente) y el Yeti Ricardo Ayala Kreutz, entre otros, pasaron por eso en 1963. Dirigentes izquierdistas como Raúl Castellanos y Antonio Velasco Iglesias fueron secuestrados por la policía en octubre de 1962 y meses después, expulsados hacia las selvas mexicanas sin juicio y en secreto.

Rivera todavía se benefició de la inercia del miedo que quedó después de la matanza del 32 y de los 13 años de plomo y sangre de Martínez. La cuerda se le agotó al monstruo de la represión y dio paso a la antesala de otro período: el despertar de la conciencia contestataria en paralelo a una siembra de vientos desde las élites insensibles.

Han pasado 60 años, desde que Julión llegó a la guayaba y al zapote. Cuántos dolores, alegrías y amores han corrido por los caminos de El Salvador. Cuántas represiones políticas, engaños a ciudadanos y asaltos a la cosa pública han sucedido en el territorio donde vive un pueblo sufrido y alegre a la vez, resistente y empeñoso. Las glorias de este mundo han sido efímeras y el pueblo –expresión del alma nacional- permanece y de veras es admirable porque “…otro pueblo ya se habría muerto”.

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