Chencho Alas
Este 8 de enero cumplo cincuenta años de haber sido secuestrado frente a catedral y torturado. Estaba participando del Congreso de Reforma Agraria convocado por el presidente de la Asamblea Legislativa, el Dr. Juan Gregorio Guardado, el único congreso que se ha tenido sobre este tema en la historia del país.
La situación social y económica del final de la década de los 60 era angustiante, fruto del agotamiento del modelo económico agro-exportador instalado por la Comisión Económica para América Latina (CEPAL). El modelo debería de generar un crecimiento auto-sostenido en la región centroamericana. Fundamentalmente estaba basado en la liberalización de los mercados y la coordinación de planes para la región en los sectores agro-industriales, industriales y comerciales. Como siempre, los más afectados eran los campesinos y los obreros quienes veían año con año disminuir sus entradas. Para 1969, el per capita rural era 111 colones, el equivalente a $44 al año. ¿Cómo podía vivir una persona con un salario tan bajo?
El país acababa de vivir una guerra con Honduras, miles de salvadoreños habían regresado huyendo de las masacres infligidas por el ejército hondureño y las llamadas “manchas bravas”, gente espontáneamente organizada para cometer asesinatos. Terminada la guerra de cuatro días de duración, del 14 al 18 de julio de 1969, el presidente Fidel Sánchez Hernández había prometido llevar a cabo tres reformas fundamentales para el bienestar del país: la reforma agraria, la reforma educativa y la reforma administrativa. Ninguna de estas reformas se llevaron a cabo.
Es en este ambiente que me encontraba trabajando en Suchitoto al cual llegué a fines de 1968, después de mis estudios en Quito, Ecuador. En muy pocos meses me di cuenta de la pobreza que vivía el campesino y la mayoría de la gente de la ciudad. Tres terratenientes eran los dueños de la mayoría de las tierras dedicadas a la agricultura. Los campesinos tenían dos caminos: dedicarse a cultivar las tierras erosionadas de los cerros o trabajar como jornaleros.
En Quito, entre otras cosas, había estudiado el tema de la reforma agraria. Los obispos ecuatorianos estaban comprometidos a llevarla a cabo siguiendo los pasos de los obispos chilenos que ya la habían ejecutado. Uno de los diez mandamientos de una verdadera reforma agraria es la participación activa de los beneficiarios. La reforma no cae del cielo, no viene de la buena voluntad del Gobierno y menos de los terratenientes. Hay que pelear con puños y dientes para lograrla, lo que exige estar organizado. Después de darles el tema de bautismo en mi casa por una semana a 33 líderes de las comunidades, ellos me pidieron les diera el tema de reforma agraria. Por el bautismo somos reyes, profetas y sacerdotes. ¿Cómo se puede llamar “rey” un campesino sin tierra? Se quedaron una semana más conmigo, con la obligación de incorporar a las celebraciones de la Palabra, la organización de las comunidades para exigir el derecho a la propiedad de la tierra.
El tiempo era muy oportuno; Fidel Sánchez Hernández había prometido la reforma agraria. Mons. Luis Chávez y González me había pedido que participara en el congreso convocado por el Dr. Guardado representando a la Arquidiócesis. Escogí participar en la mesa dedicada a los sujetos de la reforma agraria de la cual me nombraron secretario. Uno de los participantes era el Dr. Fabio Castillo, rector de la Universidad Nacional. Después de tres días de discusiones por mesa y plenarias, yo creí conveniente presentar mi propuesta: había que formar un nuevo partido político encabezado por los campesinos y con la alianza de los sindicatos, de la clase media y de los intelectuales. Según mi parecer, en el país no había un partido político capaz de llevar adelante la reforma agraria, algo que exige tres cosas: voluntad política, voluntad económica y organización de todas las partes participantes. Esta idea no le agradó al partido comunista que defendía el liderazgo del proletariado. Me extrañó mucho que el jueves por la mañana apareciera en mi mesa por primera vez una persona desconocida con grabadora en mano. Una vez terminé mi propuesta, se marchó. Esa tarde fui secuestrado.
El secuestro es algo muy duro, nunca se olvida. Pensaba en el dolor que le estaba causando a mi mamá, en los campesinos por quienes estaba sufriendo, en el significado teológico de perder la vida por el bienestar de los más pobres. Los captores, todos miembros de ORDEN (Organización Democrática Nacionalista fundada por la embajada norteamericana) en los comentarios que hacían mientras me llevaban acostado sobre el metal del Jeep que me trasladaba, hacían chistes de mi muerte. Como a medianoche hicieron un alto en un lugar muy elevado y frío y recibieron por radio la orden de no matarme. La presión que estaba recibiendo el Gobierno de parte de la Iglesia, la Universidad Nacional y los campesinos era muy fuerte. Me dieron una botella de alcohol con una pastilla, me desnudaron y me dejaron a la orilla de la carretera.
Me llevó tres meses aproximadamente para recuperarme del efecto físico y sicológico del secuestro. ANDES 21 de Junio, con Mario López y Mélida Anaya Montes me ofrecieron dar charlas a nivel nacional, lo que vi como mi tabla de salvación. El miedo termina en el momento que se echa uno a volar. Y eso hice. El Gobierno me dio alas para volar a nivel nacional. Unos tres años después se lo comenté al coronel Molina y no le gustó.
(Una información completa de mi secuestro la encontrará en mi libro “Iglesia, Tierra y Lucha Campesina”, pág. 104 y ss.)