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El cardenal Gregorio Rosa Chávez, fue designado por el Papa Francisco para inscribir en el libro de los beatos a los cuatro mártires salvadoreños, la ceremonia se llevó a cabo en el monumento al Divino Salvador del Mundo. Foto Diario CoLatino /Samuel Amaya.

Hace falta recuperar el espíritu de los Acuerdos de Paz: Cardenal Rosa Chávez

Alma Vilches
@AlmaCoLatino

En la ceremonia de beatificación de los cuatro mártires salvadoreños, el cardenal Gregorio Rosa Chávez afirmó que su ejemplo puede ayudar a recuperar la memoria y esperanza, a fin de no renunciar al sueño de un país reconciliado y en paz, tal como lo quiere Dios, es decir, justo, fraterno y solidario, pero hace falta recuperar “el espíritu de los Acuerdos de Paz” y la hoja de ruta” que allí se trazó.

 El cardenal enfatizó que en la figura de Manuel Solórzano y del joven Nelson Rutilio están los innumerables mártires anónimos que forman parte del número simbólico de 75,000 muertos llorados a lo largo de la lucha fratricida, que desangró durante 12 años al país y terminó felizmente cuando las partes enfrentadas firmaron los Acuerdos de Paz.

Los 4 mártires beatificados vienen de la gran tribulación, la guerra fratricida que con su martirio lavaron sus vestiduras y las blanquearon con la sangre del Cordero.

Es de recordar que el Presidente Nayib Bukele no solo ordenó que se eliminara oficialmente la fecha de la firma de la paz, sino que ha dicho que los Acuerdos de Paz “fueron un farsa”.

“De ahora en adelante sean llamados beatos y que sean celebrados cada año en los lugares y según las reglas establecidas por el derecho canónico, respectivamente el 12 de marzo y el 10 de junio”, reza la carta enviada por el Papa Francisco, donde confirma la beatificación del padre Rutilio Grande, los laicos Nelson Lemus y Manuel Solórzano, y fray Cosme Spessotto, asesinados durante el conflicto armado por odio a la fe. 

En los 70 y 80’s sacerdotes, religiosas y laicos fueron perseguidos y asesinados en el país por defender la vida y los derechos humanos del pueblo reprimido, por lo cual en la persona de los mártires Dios reivindica a todas las víctimas inocentes; Rutilio, Manuel, Nelson y Spessotto dan nombre a todas las víctimas inocentes ofrecidas en el sacrílego altar de los dioses del poder, placer y dinero; la beatificación de los mártires es una luz de esperanza, para alcanzar la verdad y justicia en El Salvador.

El cardenal Gregorio Rosa Chávez, fue designado por el Papa Francisco para inscribir en el libro de los beatos a los cuatro mártires salvadoreños. La ceremonia se llevó a cabo en el monumento al Divino Salvador del Mundo, que no fue suficiente para los cientos de feligreses que la tarde de este 22 de enero acudieron para presenciar el hecho histórico en el país. 

El templete representó un simbólico rancho de paja, la humilde vivienda de los campesinos, la cual invita a sentirse una sola familia que retoma fuerzas para seguir caminando, como los desterrados que vuelven a su casa, el pueblo salvadoreño ve en los mártires inscritos en el libro de los beatos, una imagen de su propia historia, marcada por alegrías y esperanzas, tristezas y angustias. 

  “Llenamos esta plaza y sus alrededores quienes hemos vivido esta experiencia, los que han experimentado en carne propia el drama de la violencia institucionalizada, la violencia del conflicto armado y la de todos los días, los que hemos visto caer sin vida a personas muy amadas que no tenían nada que ver con conflictos, son las víctimas civiles los que han escapado como un pájaro de la trampa del cazador. También nos acompañan hombres y mujeres investidos de autoridad, llamados a ser instrumentos del diálogo y la reconciliación, mediante la búsqueda del bien común”, recalcó Rosa Chávez en la homilía.

Expresó que es imposible olvidar el drama horrible de la guerra, la cual trajo consigo odio, venganza, dolor, destrucción, terror, muertos y estigmatización, son componentes perversos de la gran tribulación que compartieron los nuevos beatos con el pueblo indefenso, esa sangre derramada por los mártires, asociada a la del sacrificio de Cristo en la cruz son fuente de esperanza para el pueblo, es germen de reconciliación y paz.

Según el religioso, la “gran tribulación” en el país no vino sólo por las muertes violentas, sino también por los estigmas que marcaron injustamente a la mayoría de las víctimas, miles de familias sufrieron la calumnia, difamación y desprestigio inmerecidos que hicieron aún más fuerte su dolor. Rutilio devuelve la dignidad a los campesinos, hace pensar en su bella parábola de la mesa con manteles largos en los que cada uno tiene un lugar y a todos alcanza el con qué; fray Cosme, mártir de la reconciliación y de la paz, devoto de la eucaristía, celoso del templo de Dios, de enfermos y necesitados, siempre fue bienhechor, cercano al sufrimiento del pueblo y mediador en favor de la paz.

El cardenal externó que la palabra de Rutilio no fue escuchada, pero quedó claro que nunca la violencia será el camino para alcanzar la paz, mientras que, a fray Cosme su comunidad parroquial lo venera como pastor que no se distinguió por su elocuencia, sino como su santo fundador, San Francisco de Asís, anunció el evangelio, por lo cual, el título de “mártir de la reconciliación y de la paz”, destaca bien su perfil de fiel seguidor de Jesús. En el fragor de la guerra, no rehuyó el peligro ni dejó de defender a su rebaño ante las autoridades militares y los grupos insurgentes, a muchos jóvenes que encontró en el campo de batalla les exhortó a dejar el camino de la violencia. 

“Somos una iglesia martirial, pero estamos bastante pasivos, no tenemos plena conciencia del tesoro que llevamos en vasijas de barro, pido al Señor que esta celebración nos despierte y nos ponga en camino, la memoria nos llevará a la fidelidad, es decir, al camino de la santidad, pero memoria y fidelidad sólo son posibles con la oración; la primera urgencia por tanto es recuperar la memoria. El más ilustre de los pastores es por supuesto Monseñor Romero, pero la presencia de dos laicos, Manuel Solórzano y Nelson Rutilio Lemus, son como una ventana para asomarse a esa realidad de una multitud inmensa que nadie podía contar”, recalcó el cardenal.

 Durante la celebración fueron presentados en procesión como reliquias de los nuevos beatos un lienzo de tela ensangrentado que envolvió el cuerpo de fray Cosme Spessotto, y un pañuelo lleno de sangre que portaba en el momento del ase

sinato el padre Rutilio Grande. El padre Rutilio Grande nació en El Paisnal, al norte de San Salvador, el 5 de junio de 1928, fue el menor de 5 hijos de Salvador Grande y Cristina García, luego la separación de sus padres, fue criado por su abuela Francisca, quien le inculcó una sólida piedad religiosa. Ingresó al Seminario San José de la Montaña en 1941, durante 1945 continúa su proceso vocacional como jesuita en Venezuela, Ecuador, España y Bélgica, es ordenado sacerdote el 30 de julio de 1959. Animó a la gente a ser co-creadora de una comunidad dinámica en la que se anunciara la Buena Nueva y se denunciaran los pecados personales y las cadenas de injusticia, como el individualismo, avaricia, idolatría del poder y dinero; motivó la convivencia fraterna y solidaria para hacer presente el Reino de Dios y salir de la miseria que roba la dignidad a los hijos de Dios. 

Animó a los campesinos organizados en cooperativas, a despertar su sentido cristiano y su conciencia social, promovió el trabajo tecnificado en el campo.

Esta forma de vivir y predicar el evangelio no le gustó a sus detractores, que tergiversaron sus acciones y palabras, lo acusaban de comunista y subversivo, propiciando el rechazo a su persona, el padre Rutilio cuestionaba el comportamiento injusto, egoísta y violento de éstos hacia los pobres, por encubrir la mentira y la impunidad, y por no corregir su afán de lucro antepuesto al bien común. El 12 de marzo de 1977, de camino a celebrar una misa en El Paisnal, se hizo acompañar de Manuel Solórzano, de Nelson Rutilio Lemus y dos niños más, pero hombres fuertemente armados, apostados a mitad del camino, dispararon contra su vehículo a las 5:45 pm. El padre recibió 12 impactos de bala.

Manuel Solórzano, originario de Suchitoto, procreó 10 hijos con Eleuteria Antonia Guillén de Solórzano, por motivos de trabajo se desplazó a Aguilares, donde gozó de buena fama por no tener vicios, pero sí virtudes morales y cristianas, trabajó en el campo, comercio de semillas y ganado. Cuando inició la misión evangelizadora en Aguilares, impulsada por el padre Rutilio Grande, participaba de las enseñanzas que los sacerdotes impartían en la iglesia y en casas particulares.

Nelson Rutilio Lemus, nació en El Paisnal, el 10 de noviembre de 1960, primogénito de 12 hijos del matrimonio Jesús Lemus y María Evelia Chávez, su familia tenía amistad con el padre Rutilio, el 12 de marzo de 1977 cuando el religioso salió a celebrar la eucaristía, de camino encontró al joven Nelson Lemus y a don Manuel Solórzano, los invitó a subir al vehículo, junto a otros 2 niños, a pocos metros los sorprendió la muerte martirial, quedando a salvo los 2 niños que les acompañaban. En el lugar de su muerte figuran 3 cruces, que quedan como testimonio de la confesión de su fe, donde derramaron su sangre por Cristo.

Fray Cosme Spessotto Zamuner, nació en Treviso, Masué, Italia, el 28 de enero de 1923, su familia era pobre y se dedicaba al cultivo de la tierra, su nombre de pila fue Santos, un joven robusto y fuerte, al que llamaban “el toro”, pues era capaz de jalar una carreta con sus hermanos y primos subidos en ella. Su familia vivía en armonía, y sus parientes recuerdan que él no se enojaba nunca. 

El 27 de junio de 1948 fue ordenado sacerdote, soñaba con predicar el evangelio en China, sin embargo, por las circunstancias políticas de ese país, le fue imposible, llegó a tierras salvadoreñas el 4 de abril de 1950. El 18 de octubre de 1953, tomó posesión de la parroquia de San Juan Nonualco, La Paz. Inició la construcción del templo que fue edificado centavo a centavo con la ayuda de todos, su apostolado fue ante todo el del ejemplo de la vida ejerciendo lo que predicaba; fue asesinado el 14 de junio de 1980, de rodillas adorando el Santísimo Sacramento, en el templo parroquial de San Juan Nonualco, donde fue párroco por 27 años.

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