Licenciada Norma Guevara de Ramirios
El exalcalde y ahora presidente Nayib Bukele en su campaña invitaba a sus seguidores a hacer historia; en verdad, todos hacemos historia y solo se habla de ella después de los hechos; claro Bukele no dijo qué tipo de historia haría.
Justo es hacer un breve recorrido de los hechos que ya marcan la historia política de nuestro país con hondas repercusiones en la vida institucional, social, económica e internacional.
El país hoy goza de mala reputación por todas las violaciones a derechos humanos, y el deterioro de la institucionalidad. Bukele ejerce su mandato como si el país fuera una hacienda del siglo XVIII.
La base de ese ejercicio autoritario y neofascista es el sometimiento de la Fuerza Armada y la desnaturalización del rol constitucional de la Policía Nacional Civil. Cuando esos dos cuerpos dotados de armas se colocan al servicio de una persona y no cumplen la ley, dejan a la Fiscalía, a la Corte Suprema de Justicia y a la Asamblea Legislativa sin el recurso último para hacer cumplir decisiones, que estas instancias de Estado tienen facultad de tomar, ante los desafueros del Ejecutivo.
Sus pedidos, resoluciones o decretos se convierten en palabras y son desobedecidas como lo hemos visto a lo largo del último año, y los mandatos constitucionales convertidos en letra muerta. El orden jurídico se vuelve nulo.
Esa es la constatación de lo que dijo Bukele al sentarse en la silla del Presidente de la Asamblea Legislativa, abrir una sesión sin tener potestad para hacerlo y, afirmar que quedaba claro quien tiene el control.
Con la aspiración de controlar la Asamblea Legislativa busca legalizar los abusos que con esta sombrilla de las armas ha cometido: corrupción, incumplimiento de deberes, violaciones a la constitución, y por eso tanto afán para desnaturalizar el sistema electoral actuando contra el TSE y asumiendo acciones con la finalidad de afectar a las fuerzas políticas opositoras y para favorecer a su bloque político (impagos de FODES y deuda política, uso del presupuesto con fines partidistas).
Ya es historia que desconocemos el destino de los 30 millones de dólares que le dio México, ya es historia que quitó programas sociales que beneficiaban a sectores necesitados; ya es historia quedó un golpe de estado contra la actual legislatura y que ni con esa fuerza de las armas logró someter a la mayoría de diputados; ya es historia que los decretos emitidos por diputados para favorecer a maestros, personal de salud, varados en el exterior, despedidos, pequeñas y medianas empresas, fueron vetados para que la gente entienda quien tiene el control.
Ya es historia que bajamos los índices sociales, que aumentó la pobreza, que los funcionarios son corruptos, que se niegan a rendir cuentas y anulan libertades y crean medios para manipular pagados con fondos públicos.
Todo eso y más es historia
La historia de estos veinte meses es la medicina amarga que ofreció el 1 de junio en su discurso de toma de posesión el presidente.
Y es el descubrimiento, asombro de muchos que creyeron que era representante de una nueva política, pero que la práctica expresa que nada nuevo tiene aunque se usen los medios modernos para proyectarse.
Este curso de la historia que vivimos tendrá un punto de inflexión indudablemente porque muchos sectores empiezan a despertar, se dan cuenta que es un mal camino por donde se conduce al país y sin duda iniciará la resistencia a ese rumbo.
Nunca es fácil la lucha para quienes lo hacen contra poderes con dinero y armas. Pero igualmente la historia registra en el mundo y en nuestro propio país que desde minorías dotadas de razón han luchado por la libertad, la democracia y la justicia y es posible vencer.
Esa inflexión histórica se necesita con urgencia y para lo cual las voces y organizaciones dispersas deben hacer la unidad en la acción, la concertación para recuperar el camino de la democracia. Otra vez la historia demanda que el camino y el método de la concertación sean utilizados para una causa justa.
Pues las voces de la razón se abren paso para descubrir el engaño que ha servido para tanto daño en tan corto tiempo y que ya compromete el futuro de las generaciones venideras, entre las más visibles el pago de la deuda.
Schafik Hándal en el discurso de la firma de los Acuerdos de Paz dejó en claro que cuando las puertas se cierran, una y otra vez se debe acudir a la lucha por estas causas y también el ineludible papel del pueblo, como actor de su propia transformación.