José M. Tojeira
Cuando asesinaron a los seis jesuitas y a sus dos colaboradoras y tocaba interpretar el contexto de su muerte no se nos ocurrió más que encabezar nuestros comentarios con una frase evangélica: Testigos de la Verdad. Ellacuría en particular solía decir que la tarea universitaria más importante en El Salvador, era hacer verdad. Y tanto él como los otros compañeros se empeñaban con una constancia y fortaleza admirable en el sistemático análisis de la realidad que exige el hacer verdad. Por eso, ahora que celebramos los 31 años de la masacre en la UCA, resulta indispensable analizar el estado de la verdad en este El Salvador nuestro por el que ellos dieron sus vidas.
Para empezar habría que decir que judicialmente ni siquiera se ha conseguido hacer verdad sobre el crimen cometido contra estos testigos de la verdad. Moralmente se ha llegado a la verdad, ratificada ampliamente tanto en comisiones, estudios y en un juicio contra uno de los autores intelectuales en España. Pero en el sistema judicial salvadoreño queda todavía la suficiente podredumbre como para impedir esa verdad judicial que, en definitiva, es la verdad que debe decir el Estado ante un crimen de la naturaleza que comentamos. Podredumbre que, al menos de momento, está impidiendo todavía que el Estado pueda reconocer la verdad de demasiados crímenes del pasado. Esta costumbre de negar la verdad estatalmente se amplía con frecuencia a otros estamentos y poderes del Estado, que continúan con la tendencia a construir historias e interpretaciones falsas de nuestra propia realidad. Las confrontaciones con periodistas y medios de comunicación críticos, la tendencia a aprovechar políticamente las coyunturas para deformar la realidad atacando al opositor, continúan siendo un problema grave en la política salvadoreña desde hace mucho tiempo. Tal vez por eso mucha gente se inclina a favor de quienes atacan a los mentirosos de siempre, aunque en ocasiones utilicen mentiras del mismo porte y nivel.
La tarea de hacer verdad, sin embargo, permanece en el esfuerzo de muchos. Es una tarea indispensable para el desarrollo de El Salvador. Pero mientras continuemos presentando pequeños y aislados pasos como grandes soluciones, más interesados en las posibles repercusiones electorales que en la construcción de un desarrollo real y de largo plazo, difícilmente llegaremos a un futuro que supere nuestras fuertes limitaciones. El diálogo serio y con responsabilidad sobre la realidad del país es indispensable. Lo mismo que una adecuada planificación de las respuestas que debemos dar a una situación donde la pobreza aumenta y donde el desastre climático es cada día una amenaza mayor. Continuar con la furia de gallos de pelea mientras la casa común se inunda o se quema no tiene sentido.
Las elecciones se acercan y solamente una planificación seria del futuro, incluida la necesidad de escuchar a la población en sus necesidades, puede devolver la confianza perdida en la política. Y no sirve decir que de momento el 90 % de la población apoya a uno o a otro. Los apoyos coyunturales pueden mantenerse un tiempo. Pero si la pobreza aumenta, si el trabajo escasea, si los problemas se quieren resolver desde el insulto y la maniobra artera, si la corrupción continúa en los tres poderes del estado, es muy difícil que sólo un grupo o un líder carismático resuelva los problemas. Y cuando el estancamiento en la marcha atrás sea demasiado patente, todo se volverá en el país más difícil. Hanna Arendt, una filósofa del siglo XX, decía que la verdad puede aplastarse e incluso destruirse. Pero que quienes la destruyen tienen siempre un grave problema: nunca encuentran un sustituto adecuado para la verdad. En este tiempo largo de mentiras que con cierta frecuencia triunfan sobre la verdad, hacer verdad continúa siendo un legado clave de los mártires de la UCA.