Josef Estermann
(Tomado de Agenda Latinoamericana)
“Nos hacemos cargo de nuestra propia opresión”- Con estas palabras describe el sociólogo e intelectual boliviano René Zavaleta el drama de asumir voluntaria y libremente una mentalidad colonial o neocolonial, por parte de la población indígena y mestiza de los andes de Sudamérica. El diagnóstico vale para la gran mayoría de personas, instituciones y mentalidades del sur global. La lógica binaria excluyente de occidente y sus consecuencias en saberes y organizaciones han tenido un efecto duradero y profundo en las poblaciones colonizadas, y quizá aún más en las generaciones crecidas con el Internet y los medios de comunicación masiva.
Esta lógica incide en los sistemas de educación, salud, agricultura, jurisdicción y política, entre otros. En este sentido, Hegel tenía razón hablando de América como “mero eco de lo que ocurre en Eu-ropa”, como una copia mediocre de lo que está de moda en el viejo continente. Pero no tenía razón al desconocer que detrás de este espíritu imitador y auto-opresor existe un mundo totalmente distinto que sabía resistir durante cinco siglos los ataques de la “modernidad” europea. El eurocentrismo reinante y la resistencia y crítica al mismo determinan gran parte de la historia y también la actualidad del continente de Abya Yala.
La crisis ecológica actual pone de manifiesto de manera inequívoca que las propuestas de la lógica y racionalidad excluyentes de Europa y EE.UU. ya no contribuyen a soluciones, sino que forman parte del problema. La “objetivación” de lo que occidente llama “naturaleza”, la supuesta excepcionalidad del ser humano en la historia y entre los seres vivos, la instrumentalización de todo lo que existe como “recurso”, o el individualismo exagerado que domina en la sociedad y política. He aquí sólo algunos ejemplos de los síntomas de esta enfermedad llamada “eurocentrismo”.
El eurocentrismo colonial se ha vuelto hoy por hoy “occidentocentrismo” neocolonial, es decir: la imposición del paradigma civilizatorio occidental (aparte de Europa sobre todo de EE. UU.) en las sociedades no occidentales, muchas de ellas colonizadas por poderes europeos. Esta imposición ya no se realiza (salvo contadas excepciones) por medio militar, sino a través de un imperialismo económico, político y mediático. Se trata de “universalizar” los estándares occidentales de consumo, del saber, de la estructura política, del sistema jurídico, de la educación y de la salud, considerándolos como los mejores e inclusive los únicos válidos.
Esta “violencia” conlleva al deterioro de sistemas del saber, ordenamiento político, de la justicia y educación autóctonas en contextos aún no sometidos por completo a la racionalidad instrumental de occidente. Respecto a la producción y reproducción de saberes (“ciencia”), se suele hablar de la “violencia epistémica” que puede llevar a un epistemicidio, la erradicación completa de saberes ancestrales. Respecto al ordenamiento político, esta violencia puede resultar en la supresión de formas ancestrales de organizarse y decidir, tal como aún se practica en las comunidades indígenas en los andes. Respecto al derecho, la violencia conlleva la eliminación o por lo menos subordinación de la justicia comunitaria bajo el derecho “formal” de origen europeo. Y respecto a la educación, esta violencia impone un sistema formal de enseñanza-aprendizaje centrado en capacidades cognitivas, en desmedro de un sentipensar indígena holístico.
Estos ejemplos demuestran que el eurocentrismo –o mejor: el occidentocentrismo- no sólo pretende cambiar costumbres, actitudes, modos de vida y valores, sino también la misma filosofía o cosmo-espiritualidad que sostiene y alimenta como base sapiencial las manifestaciones de la vida en sus muchas formas. O con palabras más “técnicas”: se pretende cambiar el ADN civilizacional de cómo se ve el mundo.
Solo dos ejemplos de este cambio, respecto a lo que en los andes de Abya Yala rige a nivel de la cosmo-espiritualidad o filosofía. Para la filosofía andina, la base de todo lo que existe es la relación que a su vez es vida y fuente de vida (principio de relacionalidad); todo está conectado con todo, no existen seres sueltos. En contraste, para la filosofía occidental dominante, la base de la realidad es la sustancia, un ser suelto y autónomo que se manifiesta a nivel humano como individuo. La relación es algo derivado de la sustancialidad primordial. En segundo lugar, para las y los andin@s, el tiempo no discurre en forma lineal como en occidente, sino en forma cíclica (principio de ciclicidad) lo que implica que el pasado está “adelante” como punto de orientación, y el futuro “atrás” como algo desconocido.
La imposición del modelo occidental -el “euro-centrismo”- se plasma, entre otros, en el modelo del “desarrollo” que se basa en la linealidad del tiempo y un crecimiento supuestamente ilimitado de la economía. En los andes no piensan en términos de “desarrollo” y “crecimiento”, sino de “armonía” y “equilibrio”. Además, el principio de relacionalidad no construye un abismo artificial entre ser humano y lo que occidente llama “naturaleza”; la humanidad forma parta del pacha, este organismo cósmico vivo que se deteriora cada vez más.
A pesar de los incesantes intentos por parte de los poderes coloniales y neocoloniales de sustituir la matriz civilizacional abyayalense indígena por el ADN europeo y occidental, los pueblos indígenas y mestizos del continente han sabido resistir a esta empresa durante más de 500 años. Las estrategias de resistencia han sido y siguen siendo muy di-versas y son muchas veces invisibles. Parece que much@s se adaptan fácilmente a las exigencias globales de un modelo de consumo occidental (cultura McDonald), pero por debajo se mantiene e inclusive se restituye la “América Profunda”.
Las nuevas constituciones políticas de Ecuador (2008) y Bolivia (2009) son muestras tangibles de esta resistencia que es el inicio de una “liberación” de la “autoimpuesta opresión” (Zavaleta). La racionalidad andina plasmada emblemáticamente en la figura del “buen vivir” (sumak kawsay/suma qua-maña), surge nuevamente a la superficie. Se implementa en diferentes países andinos y mesoamericanos sistemas de justicia comunitaria, universidades indígenas, sistemas tradicionales de salud y formas indígenas de deliberación política. Hay un nuevo aprecio por las lenguas nativas de Abya Yala y por una espiritualidad y religiosidad ecológica.
Por otro lado, el eurocentrismo entra en crisis como modelo supuestamente universal de interpretar y cambiar el mundo. Las múltiples crisis -pandemia, cambio climático, crisis energética, crisis de democracia, creciente desigualdad etc.- que se expanden como ondas expansivas por todo el globo terráqueo, hacen manifiesto que el modelo civilizatorio no solamente carece de soluciones, sino que es parte del problema. El resurgimiento de “otros mundos”, de saberes distintos, de cosmo-espiri-tualidades no occidentales no sólo es un signo de “hacerse cargo de su propia liberación”, sino una propuesta alternativa de enfrentar las múltiples crisis que nos acechan en la actualidad.
La crisis del eurocentrismo, y con ello de los modelos (neoliberales) de desarrollo, crecimiento y progreso, no significa, sin embargo, el fin de la violencia epistémica, política, educativa, axiomática y jurídica ejercida por los países del norte global. La agonía de un paradigma que ha servido de norte por más de cinco siglos no implica transiciones pacíficas en mesas de diálogo.
El emperador -para hablar en forma metafórica- todavía no se percata de su desnudez. No podemos esperar hasta que se caiga el castillo de naipes construido por occidente a lo largo de la llamada “modernidad”. Somos nosotros quienes tenemos que hacernos cargo de nuestra liberación.
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