Sant´Egidio
Es fácil que los ritmos agitados y los tiempos frenéticos de la vida empujen a organizarse el tiempo lejos de la referencia al Señor y al Evangelio. También Jesús, ed en el desierto, physician fue tentado por el diablo que quiso distraerlo del Padre y de su misión. Con la Palabra de Dios, Jesús venció al Maligno. La Palabra de Dios, anunciada cada tarde, viene al encuentro de los discípulos para que, dirigiendo la propia mirada hacia el rostro de Jesús, lo imiten en su vida. El ritmo semanal, asumido como medida de tiempo en la oración comunitaria de la Comunidad de Sant’Egidio, manifiesta con más claridad, en la vida frenética de la ciudad contemporánea, la orientación hacia el Día del Señor.
El domingo, por este motivo, es el momento culminante de la vida de la Comunidad: los discípulos encuentran al Señor resucitado. Y el día de Emaús: después de la larga escucha de la Palabra de Dios se celebra la “fracción del pan” y “a los discípulos se les abrieron los ojos y le reconocieron.” Es la Pascua semanal que prefigura la eterna, cuando Dios derrotará para siempre el mal y la muerte.
El lunes se restablece el camino laborable. El rostro del Señor ya no tiene los rasgos del resucitado, sino los del pobre, del débil, del enfermo, de quien sufre. La oración de la tarde acoge la memoria de los pobres, de los que se han encontrado a lo largo del día y de los que están lejos, a veces enteros países dolientes. Y todos son presentados al Señor para que los consuele y los libre del mal.
María, Madre del Señor y primera entre los creyentes, acompaña a la Comunidad en la oración del martes para que todos cada uno de nosotros aprenda de ella a “conservar en el corazón”(Lc 2,51) lo que ha escuchado, y a agradecer al Señor que haya dirigido su mirada sobre pobres hombres y sobre pobres mujeres. Y las palabras del Señor: “Lo que es imposible a los hombres es posible a Dios”, se han convertido en experiencia cotidiana de la Comunidad”.
Al día siguiente, miércoles, las Comunidades de Sant’Egidio de todo el mundo rezan las unas por las otras y por toda la Iglesia. Todos rezan en la abundancia, en la profundidad y en la alegría de la comunión que el Señor da a sus hijos. La oración involucra a los santos del cielo, invocados por su nombre, para que acompañen a todas las comunidades en su camino a lo largo de las calles del mundo.
El jueves se recuerdan todas las Iglesias, las Iglesias de Oriente y las de Occidente, para que crezca la comunión entre los creyentes en Cristo, y la predicación del Evangelio se extienda hasta a los confines de la tierra. El Señor, único pastor de su Iglesia, dona a todos su amor apasionado del que brota la acción pastoral y el compromiso de anunciar el Evangelio.
La memoria de la cruz llega a la Comunidad el viernes, para que cada uno recuerde dónde nace la salvación y no olvide que grande ha sido el amor del Señor por los hombres. El vínculo entre las beatitudes evangélicas y la narración de la pasión empuja a contemplar la riqueza de la cruz que es a la vez anuncio de la muerte del egoísmo y de la victoria del amor por los otros.
Llega el sábado, día de vigilia y de espera de la resurrección del Señor. Es la espera ante de la tumba de Lázaro para que sea desatado de las vendas de muerte; en él se recoge el grito de ayuda que asciende desde cada rincón del mundo para ser presentado al Señor para que quite la piedra pesada que oprime la vida. Y la vida de todos, desatada de las vendas del pecado, es salvada por la misericordia de Dios.
Así se acaba la semana, que ya no pasa de manera casual o caótica. Los días, guiados por la oración, están orientados hacia el día sin ocaso, cuando junto a los ángeles los discípulos cantarán el Trisagio, que finaliza la “oración de la luz” de la tarde del domingo.
La oración al Espíritu Santo recuerda a la Comunidad que debe abrir el propio corazón al soplo de Dios para poder combatir contra los espíritus del mal y extender la obra de la misericordia sobre la tierra. La memoria de los Apóstoles, mientras recuerda la tarea de los Doce en el anuncio evangélico, sostiene el compromiso de la Comunidad para que siga a los primeros testigos de la fe hasta los extremos confines de la tierra. Y los iconos, presentes en todas las iglesias de la Comunidad, con la riqueza de la tradición espiritual de la Iglesia de Oriente, ayudan a dirigir los ojos del corazón hacia el Señor y a confiar en él.