Marlon Chicas
El Tecleño Memorioso
En esta ocasión traigo a la memoria a un pintoresco personaje de la cultura tecleña, de estatura diminuta, ojos rasgados, barbado, juguetón, aventurero, pernoctando en donde caía la noche. Su nombre Carlos Mauricio Hernández, (+). De inmediato surge la interrogante ¿quién fue dicho personaje? La respuesta: nuestro amigo, el recordado Carlitos… “El Niño”.
El apelativo de “El Niño” se debía a que Carlitos fue siempre en su comportamiento y mente, un chiquillo, en busca de comprensión y cariño.
Carlitos fue más conocido que cualquier alcalde tecleño. Poseía una inigualable voz de barítono, de la que hacía gala durante la Semana Mayor. Cuando la santa madre de Carlos Mauricio vivía era característico verlos visitando iglesias con gran devoción. Carlitos, entonces, siempre se presentaba muy bien ataviado, con saco y corbata (¡eso sí un par de tallas arriba de la propia!); sin embargo, nunca prestó atención a las críticas por esa forma de vestir, en ocasiones un tanto estrafalaria. Carlitos supo imprimir, hasta el día de su muerte, una gran solemnidad en todas las festividades del santoral católico, celebradas en mi querida ciudad.
Cuando era joven, fue muy amante de la ejecución musical. Su primer saxofón fue de plástico, pero ponía tal empeño, que, posteriormente, recibió un instrumento verdadero. Otra especialidad de Carlitos era su capacidad para inventar historias. Historias que contaba con tanta naturalidad que, incluso, cualquiera llegaba a creerlas a pie junto.
Nuestro buen Carlos gustaba vivir la vida de manera despreocupada, siempre obtuvo sus ingresos de manera honesta realizando encomiendas a los empleados de la Alcaldía de Santa Tecla (lamentablemente, la actual autoridad municipal, ¡le prohibió el ingreso a la comuna, y con esto, su forma de obtener algunos recursos económicos!). No era extraño verle durmiendo donde le llegará la noche, o verlo caminando por Santa Tecla, a la espera de la llega del astro rey. Sin embargo, por su simpatía y espíritu de servicio, Carlitos, siempre encontró una mano amiga dispuesta a apoyarle.
Carlitos siempre lograba informarse sobre las defunciones que se producían en la Ciudad de las Colinas, de esta manera, acudía, puntual y solidario, a las funerarias, solidarizándose con los dolientes, pero también disfrutando de un suculento tamal y de una humeante tacita de café con su pan dulce (como las que le encantan al bachiller Juárez, otro personaje destacado de la ciudad, por aquello de los cantos y de su afición por la luna llena). Gracias a estos velorios, Carlitos, podía disponer de un techo seguro durante una noche, confortando con su presencia a los familiares del difunto, hasta bien entrada la madrugada.
Nuestro amigo Carlos sufría el Día de la Madre o de los Fieles Difuntos. Con flores entre sus callosas manos, buscaba, incansable, la tumba de su querida madrecita. Una tumba que nunca encontró en la realidad, ya que ésta fue enterrada como desconocida. Sin embargo, la piedad ciudadana, le indicaba cualquier tumba, para que el desdichado, pudiera colocar, entre lágrimas y tristezas, su homenaje de amor, al tiempo que cantaba, a todo pulmón, una sentida melodía.
Carlos Mauricio volvió a la casa del Padre muy recientemente, el 11 de junio del año en curso. Finalmente logró reencontrarse con la autora de sus días.
Sirva este humilde reconocimiento a Carlitos, nuestro eterno “Niño” a quien la Ciudad de las Colinas adoptó como hijo meritísimo, sin condecoraciones ni pergaminos, ubicándolo en el verdadero sitial de honor de Santa Tecla, donde se recuerda a sus más queridos hijos e hijas, a los más sufridos, a los más necesitados.
Descansa en paz, Carlitos, al lado de tu santa madre. Bajo el abrazo misericordioso de Nuestro Creador y el cariño maternal de nuestra Santísima Virgen María, a quien tanto cantó. ¡Hasta siempre Carlitos, nuestro eterno niño!
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