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Hay que aprender las lecciones del diálogo negociación

El proceso de diálogo negociación que desarrolló el Gobierno de turno de El Salvador y la exguerrilla del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), que concluyó después de varios años en la firma de un acuerdo de paz, que llegó no solo a modificar la Constitución, crear nuevas instituciones, propiciar la instauración de la democracia en el país, como un punto concluido, sino como producto de un proceso. 

En tanto proceso, la democracia debe irse construyendo cada día, porque tendrá sus altibajos y sus avanzadas apresuradas, allí están las instituciones producto del Acuerdo de Paz, prestas a vigilar y a hacer valer los pesos y contrapesos.

Las últimas dos Salas de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia han formulado sendas resoluciones que, aunque les guste a unos y la rechacen otros, al fin y al cabo, lo que buscan con esas resoluciones es que prevalezcan los preceptos constitucionales y, con ellos, los afamados pesos y contrapesos. Lo mismo podemos decir de la Procuraduría de los Derechos Humanos, una de las más importantes instituciones surgidas de la negociación entre las partes que desarrollaron una guerra civil de 12 años, oficialmente.

No debemos dejar de lado, por supuesto, el reconocimiento y el fortalecimiento de la sociedad civil, en el marco de los derechos humanos, también reformulados a partir del Acuerdo de Paz.

Por el hecho de que en una democracia deben prevalecer los pesos y contrapesos es lamentable, por un lado, el ataque a los profesionales que han sido elegidos para estar al frente de esas instituciones, como los miembros de la Sala de lo Constitucional, como se ha hecho, recientemente, y, por otro lado, burlarse de sus resoluciones emitiendo nuevos decretos o leyes con los mismos vicios de la resolución que declaró inconstitucional la anterior ley o decreto.

Los últimos ataques verbales han llevado a distinguidas personalidades internacionales defensores de los Derechos Humanos a criticar al Ejecutivo por esos ataques, que han visto, inclusive, hasta amenazas a la integridad física.

Lo anterior aleja las posibilidades de diálogo, sobre todo, porque en tiempo de paz, es decir, ante la ausencia de una guerra civil, la tolerancia y el debate para llegar a un entendimiento debe ser primordial. Se ha escuchado a más de un funcionario de gobierno decir que “no vale la pena dialogar con los diputados, después de 8 horas de estar sentados alrededor de una mesa”. Esta declaración debería preocupar a los salvadoreños, porque ningún funcionario debe renunciar al diálogo, a la explicación que pide el otro, sobre todo, si lo que se busca es un producto que favorezca a la población gobernada.

Si es necesario estar ocho días más, o quince, o un mes, para llegar a un acuerdo final que favorezca a los gobernados debe hacerse. Esas son las lecciones que dejó el proceso de diálogo y negociación entre el Gobierno y la exguerrilla.

Hay que recordar que, si bien la paz se firmó el 18 de enero de 1992, el primer encuentro entre las partes en conflicto sucedió en octubre de 1984, en la Palma, Chalatenango. Ese mismo año, pero en noviembre, se dio el segundo encuentro, estando como presidente de la República José Napoleón Duarte.

Con Duarte al frente del Gobierno hubo un tercer intento de diálogo, en Sesori, departamento de San Miguel, y a, partir de allí, el proceso de diálogo y negociación quedó suspendido hasta que se reanudan las conversaciones en 1990, en el Gobierno de Alfredo Cristiani.

No obstante, en el periodo de suspenso siempre hubo señales de acercamiento entre las delegaciones de uno y otro bando, gracias a la intermediación de la comunidad internacional. El proceso de diálogo de El Salvador fue avalado por las Naciones Unidas y tomado como ejemplo de un exitoso proceso de diálogo de negociación en el mundo.

Por eso es que debemos lamentar, que en el marco de una pandemia el tema del diálogo esté al margen, cuando debería ser el factor dinamizador de todo lo que se haga para salir adelante. La CEPAL, por ejemplo, ha dicho que en la etapa de reconstrucción de los países post-pandemia será necesario el diálogo.

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