Álvaro Darío Lara
Escritor y poeta
Cada día se descansa menos. Nuestras sociedades, antaño muy provincianas, rurales, donde las actividades laborales, familiares y personales estaban más en consonancia con la luz solar, probablemente eran más ajenas a todas las patologías físicas y mentales asociadas a lo que actualmente conocemos como estrés.
El que esto escribe aún recuerda de niño como los vecinos se conocían por sus nombres y apellidos, cómo los mayores sacaban sus sillas a la calle, al caer de la tarde, para recibir el fresco, y conversar. No había casetas de vigilancia, ni “hombres fuertemente armados”, ni muros, ni alambradas, ni túmulos, ni sofisticados códigos digitales para entrar y salir en barrios y colonias. Las puertas se mantenían abiertas y no era raro buscar a los infantes o a las mascotas en “casa ajena” como se decía, aunque en realidad de “ajena” tenía muy poco. En otras palabras, no éramos presas del miedo, la desconfianza, el recelo, que hoy, lamentablemente, predominan.
Por otra parte, los horarios marcaban el fin del trabajo, y no era costumbre “llevarse trabajo a casa” o ausentarse de ella por muchas horas. Recuerdo cómo mi familia desayunaba, almorzaba y cenaba de forma unida y puntual. Y cómo mi padre iba y venía de su trabajo en cuestión de minutos (siempre se preocupó porque nuestra casa, trabajo y colegio formaran un cercano triángulo). En conclusión, nunca conocí prisas, tránsito espantoso, miedos irracionales. Lo que más dominó mi vida doméstica fue la relativa tranquilidad, sólo quebrantada por las ocasionales diabluras etílicas y amorosas de mi progenitor.
Como familia respetábamos mucho el descanso. Se trabajaba sí, se estudiaba sí, pero los espacios para el descanso y la diversión, eran literalmente sagrados.
Siempre me sorprende cómo hemos cambiado a nivel social. Cada día, insisto, se descansa menos, y se camina menos también. Cierto es que nuestras ciudades ofrecen pocas condiciones para el caminante, no sólo por el tema de seguridad, sino también por la invasión de las calles con toda clase de ventas y obstáculos, pero también es cierto que despreciamos un ejercicio tan sencillo y benéfico como el caminar.
¡Cuántas horas le robamos nocturnamente al descanso! Y de lo poco que dormimos, lo dormimos mal, amaneciendo de pésimo humor, débiles, física y mentalmente.
Hay que modificar, urgentemente, los malos hábitos. Planificar momentos cortos en el día para desembarazarnos de la presión, practicando ejercicios respiratorios, de meditación, tiene efectos sumamente positivos. Adoptar un horario regular de descanso, evitando las bebidas estimulantes antes de dormir, al igual que las actividades extenuantes y la obsesión por el teléfono móvil, es clave para alcanzar el estado de relajación indispensable para el buen reposo. Un té de aromáticas hierbas, una leche caliente, pueden hacer maravillas, como inductores naturales del sueño.
Sobre todo, no hay que caer en la nociva práctica de ser verdugos de nosotros mismos, siempre hay una Luz Superior, a donde podemos acudir con la personal y pesada carga ¡Y de eso, no hay que olvidarse nunca!