Washington/AFP
Ivan Couronne
Tres rovers, seis banderas estadounidenses, decenas de sondas que aterrizaron o se estrellaron, herramientas, cámaras y residuos. Cientos de objetos están esparcidos por la Luna, y varios expertos quieren inscribirlos en un patrimonio lunar de la humanidad.
Todo empezó el 13 de septiembre de 1959 cuando la sonda soviética Luna 2 se estrelló en el Mar de la Lluvia. Unos 390 kilos que se volatilizaron seguramente con el impacto.
Luego se sucedieron sondas rusas (Luna) y estadounidenses (Ranger, Surveyor) hasta la llegada de los primeros humanos Neil Armstrong y Buzz Aldrin, el 20 de julio de 1969.
Los dos astronautas permanecieron veintidós horas en el Mar de la Tranquilidad. Antes de despegar dejaron en la superficie lunar todo el peso inútil. La NASA contabilizó unos cincuenta objetos: la parte de descenso del módulo lunar (LEM), cámaras, botas, pinzas, objetos conmemorativos y cuatro aparatos para recoger heces.
Otras cinco tripulaciones Apolo dejaron cientos de objetos adicionales.
La Luna tiene ahora cientos de lugares con rastros humanos, según la organización For All Moonkind que contabiliza al menos 167 toneladas de material en el satélite terrestre.
Esos lugar no tienen ninguna protección jurídica, explica Michelle Hanlon profesora de Derecho en la universidad de Misisipi que confundió For All Moonkind en 2017, tras una broma del jefe de la Agencia Espacial Europea, Jan Wörner que dijo querer regresar a la Luna para robar ahí una bandera estadounidense.
“Las huellas de pasos, las marcas de neumáticos y los lugares donde se encuentran objetos muy importantes desde un punto de vista arqueológico no tienen ninguna protección”, dice Hanlon.
La profesora teme que los lugares visitados por las misiones Apolo llame la atención de turistas espaciales algún día. Y la proyección de polvo lunar, cortante como vidrio, puede dañar los materiales.
“Si alguien quiere acercarse al LEM, nada en el derecho internacional prohíbe conducir un rover hasta él”, explica. “Necesitamos protección contra actos accidentales o deliberados”.
-¿Basureros? –
La NASA adoptó “recomendaciones” entre ellas, la de no alunizar a menos de dos kilómetros de los lugares visitados por las misiones Apolo.
Senadores del Congreso estadounidense presentaron un texto para crear de facto áreas de patrimonio cultural protegidas y zonas prohibidas en la Luna.
Pero el Tratado sobre el Espacio (1967) es muy claro: la Luna “no puede ser objeto de una apropiación nacional por reivindicación de soberanía, uso u ocupación”.
“Impedir que países utilicen y exploren libremente el espacio es contrario a una base fundamental del Tratado sobre el Espacio”, afirma Jack Beard profesor de Derecho Espacial en la universidad de Nebraska.
Es cierto que el tratado contiene salvaguardias: todo objeto espacial debe ser registrado por un Estado, que es responsable de él para siempre. Eso limita el riesgo de anarquía lunar.
El tratado prohíbe también claramente cualquier robo, por ejemplo de recuerdos de las misiones Apolo. Los objetos lanzados por un país siguen siendo suyos, estén donde estén en el universo.
Pero las lagunas del derecho espacial preocupan a los juristas, agencias espaciales y la ONU, no solo por la protección del patrimonio.
El tráfico lunar crecerá seguramente en las próximas décadas, y los vagos principios de cooperación recogidos en el tratado no bastarán para regularlo.
Solo en 2019 un robot chino alunizó, una sonda israelí privada se estrelló en la Luna e India ya tiene previsto mandar una hasta allí. Los estadounidenses por su parte, tienen previsto posarse en 2024 en el polo sur, donde hay hielo.
Cientos de empresas emergentes espaciales han surgido en los últimos tiempos; muchas de ellas quieren explotar el agua y los recursos mineros de la Luna y de asteroides. ¿Qué pasaría si dos compañías se disputaran el mismo yacimiento?
“Está claro que hay una posibilidad de conflicto”, dice Tanja Masson, profesora de Derecho Espacial en la universidad de Leyde en Holanda. “Se necesitan reglas para que esto no se convierta en el Lejano Oeste”.
Masson sugiere la creación de un organismo internacional para repartir de forma equitativa derechos prioritarios, sin conceder soberanía, como se hace para gestionar los satélites en órbita geoestacionaria.
Respecto al riesgo de contaminación, la profesora dice que tal vez se necesitan “basureros en la Luna”.