Álvaro Darío Lara
Escritor y poeta
Se ha afirmado hasta la saciedad, check que el ser humano es gregario, case y que no puede existir plenamente si no está volcado hacia los otros, treatment desde luego por innata vocación y también por lógica necesidad de sobrevivencia.
Y esta es una verdad indiscutible. Sin embargo, en nuestro caso, hemos perdido, lamentablemente, desde hace mucho tiempo, ese profundo sentido.
Nada hay más ajeno a la concordia y paz, que debiera primar en una sociedad, como la contienda entre hermanos. La máxima expresión del desencuentro patrio, lo tenemos en la pasada guerra civil, cuando las contradicciones y conflictos no resueltos por largos años, nos llevaron al derramamiento de sangre y a la trágica destrucción de nuestro entorno.
Las generaciones que vivimos la antesala de la guerra; y luego, todo el proceso bélico, sabemos perfectamente, que mucha del alma nacional sufrió terribles embates, que aún no han podido ser reparados convenientemente.
Por desgracia, tampoco fuimos capaces de capitalizar semejante drama, para asegurar desde los primeros años de la posguerra, un rumbo más idóneo para todos los que habitamos esta región del mundo. El resultado está ahí: en el ineludible déficit social, tan propicio para la horrenda noche del crimen que padecemos.
Lentamente, valores como la solidaridad, la confianza, el servicio, se fueron erosionando ante un modo de vida marcado por el consumismo galopante de las nuevas dinámicas económicas, la superficialidad, la inmediatez y el egoísmo.
Aspectos tan cotidianos como la cortesía, el respeto, el buen trato, el diálogo, la tolerancia, la colaboración entre ciudadanos, casi han desaparecido como importantes y positivas prácticas, para ser sustituidas por la indiferencia, la matonería, la malcriadeza que a diario se percibe: en el tráfico vehicular, en el transporte colectivo, en las oficinas públicas y privadas, en la escuela, en la iglesia, en el vecindario, y por supuesto en la familia.
El filósofo y escritor romano, Marco Aurelio, nos dejó una capital reflexión al respecto, veamos: “Pues hemos nacido para colaborar, al igual que los pies, las manos, los párpados, las hileras de dientes, superiores e inferiores. Obrar, pues, como adversarios los unos de los otros se vuelve contrario a la naturaleza”.
Muchísimas veces, el solo uso del lenguaje corporal, a través de gestos agradables, sonrisas francas, actitudes de atención y escucha, basta para tender puentes que permiten convivir gratamente. Por supuesto, que la palabra hablada, dicha con autenticidad, se convierte en un bálsamo para cualquier apesadumbrado corazón.
Sobre esto último, bien vale este pensamiento del poeta mexicano Amado Nervo: “No temas nunca, en los casos angustiosos, decir una palabra optimista. No receles que el destino te contradiga: el destino jamás contradice a los hombres que esperan en él, y siempre cumple las promesas que en su nombre hacen los fuertes”.
Tendamos puentes. Rechacemos la funesta murmuración, la calumnia, el destructivo rumor, que es fuente de tanta separación y violencia, y que por desgracia, se ha extendido entre nosotros. Nunca es tarde para comenzar a tender puentes. Puentes de entendimiento que nos llevarán – con toda seguridad- a un mejor país.