Iosu Perales*
Israel ha incumplido 35 resoluciones de Naciones Unidas sin que por ello sufra sanciones ni presiones significativas. Este conflicto tiene responsables principales que conviene señalar pues su resolución no puede abordarse al margen de los hechos. En Sudáfrica se dio una reconciliación, sales si bien todo el mundo sabe que los responsables del apartheid eran una minoría de blancos. En el caso que nos ocupa la responsabilidad del gran sionismo es evidente, discount como también hay una responsabilidad de potencias occidentales por colaboración necesaria.
Sin embargo, israelíes y palestinos siempre estarán ahí, unos junto a otros. Antes o después deberán encontrar en el diálogo y la negociación la satisfacción de sus respectivos derechos sin olvidar la legislación internacional. Una catástrofe humanitaria que nos rompe los ojos señala miles de muertos y decenas de miles de heridos; una catástrofe política revela el fracaso de Naciones Unidas para obligar a Israel la aplicación de sus más de treinta resoluciones; la catástrofe social es extraordinaria como consecuencia de los castigos colectivos que el gobierno israelí inflige al pueblo palestino; la catástrofe económica la apreciamos en la destrucción sistemática de las infraestructuras y propiedades en los territorios ocupados, así como en la pérdida de empleos y quiebra de empresas. También Israel paga las consecuencias de su militarismo y negación de la paz: cada vez más sectores sociales del Estado de Israel sufren los recortes sociales de gobiernos que priorizan la confrontación.
Los israelíes viven obsesionados por la seguridad. Muchos judíos inocentes pagan un precio muy alto por la política agresiva de sus dirigentes. Muchos judíos forman parte de movimientos por los DDHH y por la paz; son gentes que aceptan a los palestinos y abogan por la convivencia de dos pueblos con todos sus derechos. Hay ya puentes testimoniales, proféticos, entre movimientos sociales israelíes y palestinos, incluso existen organizaciones que son mixtas. Los pequeños pasos de algunos movimientos sociales de ambos pueblos tienen por el momento una mínima influencia en el rumbo político y militar del conflicto. Pero nos muestra la fotografía del futuro. Contiene una idea espiritual, social y política fuerte que está destinada a abrirse camino: dos pueblos conviviendo en paz y libertad.
Pero ¿qué ocurrirá si la razón de la fuerza se impone a la fuerza de la razón y la confrontación continúa? El Estado sionista tiene todavía mucho margen para seguir matando y destruyendo el tejido social palestino, pero estratégicamente la resistencia palestina tiene ventaja: es la expresión de una nación. En cambio el Estado de Israel es un hecho artificial, un implante, una unidad política edificada alrededor de un ejército de ocupación. Sólo la guerra mantiene su cohesión. De un millón de personas llegadas de Rusia, el 35% forma su propio grupo lingüístico y cultural, con sus propios códigos de conducta social, lo que constituye una distorsión. Si el viajero pregunta a un soldado israelí venido de Argentina –hay más de 700.000 personas procedentes de este país- ¿qué hace un bonaerense en este lugar del mundo, haciendo la guerra a un pueblo que hunde sus raíces en esta tierra?, le pondrá en un buen compromiso. Lo más probable es que acuda a su origen judío y a una lectura del Antiguo Testamento que suena a explicación fuera del siglo en que vivimos. Lo que ocurre es que el gobierno de Israel le ha una ofrecido tierra que defender. Un caso paradigmático es el caso del indio andino Manuel Pérez. Como quiera que es un apellido muy corriente entre los judíos sefardíes, al hombre le reclutaron convenciéndole que sus orígenes y la tierra de sus antepasados está en Israel. Le ofrecieron todo lo que no tenía en su aldea peruana y se lo llevaron con toda su parentela de la misma aldea. Manuel Pérez descubrió que era judío sin tener ni idea de lo que significaba semejante palabra. Pero hoy está en Israel y es uno más de los que defienden su nuevo estatus frente a la amenaza palestina. Mi conclusión es que la locura sionista no tiene una identidad nacional comparable con la causa palestina; tiene eso sí la razón de la fuerza. Pero la fuerza de la razón está de parte del pueblo palestino. En estas condiciones la continuidad de la guerra es la prolongación del sufrimiento. La solución justa debe venir en primer lugar de la recapacitación israelí: haciendo la guerra jamás tendrá la paz. Ahora bien, Israel tiene derecho a seguridad, a ser un Estado soberano no amenazado por nadie. Pero para lograrlo tiene que mostrar al mundo el rostro de la paz: terminar con las colonias, devolver territorios y pozos de agua, aceptar que Jerusalén sea una ciudad compartida, desmontar el muro que hace de los pueblos palestinos ghetos inaceptables, y admitir el retorno de los refugiados palestinos. Y, desde luego, aceptar de buen grado un estado palestino, libre y viable.
*Es autor del libro “El perfume de Palestina”
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