Álvaro Darío Lara
A David Rodríguez Araujo
La gran mayoría de las antiguas culturas y civilizaciones fueron solares. El sol representó para ellas, el astro rey que, con sus benéficos rayos, hacía posible el canto de la vida en el planeta. No era para menos, el sol fascina por su recia determinación en todo nuestro quehacer, porque en base a él, hemos ordenado, articulado, esa terrible ficción que es el tiempo.
Recientemente hemos recibido el solsticio de invierno, para el hemisferio norte (25 de diciembre, desde la vigencia del calendario Juliano), fecha en la cual, el catolicismo cristiano, principalmente, conmemora la navidad o natividad de Cristo (por cierto, fruto más bien de la tradición, que de la certeza histórica).
Sin embargo, muchos siglos antes de esta institucionalización religiosa, ya la Europa precristiana celebraba con gran entusiasmo ritual, el solsticio de invierno, prueba de ello son las culturas célticas (francas, anglosajonas y germanas) del viejo continente.
Una fiesta donde se rendía culto a la vida, a la luz, al fuego inmenso de la estrella que gobierna nuestro sistema. Para el catolicismo, esto fue intolerable, y a medida que avanzó la sangrienta cristianización de los pueblos, las ancestrales tradiciones, llenas de magia y de vivaz simbolismo, se fueron sustituyendo por la católica navidad, aunque algo de aquello, como suele suceder, siguió de alguna forma, ardiendo en las nuevas ceremonias.
Entre el universo fascinante de los textos de don Alberto Masferrer, maestro, pensador, consumado humanista centroamericano, salvadoreño, brilla uno particularmente, nos referimos a “Helios” (1928), una bellísima exposición poética, del credo supremo, último, de don Alberto. “Helios” se nos presenta como la síntesis de su búsqueda hacia la formulación más entrañable de aquello, de aquél que es el TODO.
Masferrer dice: “Nuestro Dios es el Sol. De su luz nacimos, de su luz vivimos y en su luz desaparecemos. El sabe, también a quién adora, y tiene su Dios, un Sol aún más divino, a quién yo no sé ni concebir. Y ese otro Dios, sabe también a quien adora; ¡y así, hasta el Corazón del Universo…!”. (1).
Hay que entender esta formulación filosófica, espiritual de Masferrer, como su más depurado concepto del SER SUPREMO, de aquello que debe darnos real asidero en este tránsito breve por el mundo físico.
Confundir la adhesión de Masferrer por Helios (Dios griego del sol, hijo de Hiperión y de Tea), como un culto físico al sol, es tener una lectura extraviada de la obra masferreriana. En esto, es muy ilustrativo, lo expresado por el escritor francés Édouard Schuré (1841-1929), quien dentro de su serie de Los Grandes Iniciados, al abordar el apartado de Zoroastro nos dice: “El verbo Solar es el Logos, la divina Palabra que anima nuestro mundo planetario. Al glorificar al sol, no adoraban exclusivamente los primitivos rishis y los poetas védicos al sol físico, sino que presentían tras él al Espíritu animador del astro-rey. Nuestro sistema solar y la tierra, su crisol más denso, en donde el Espíritu y la Materia alcanzan su tensión máxima generando la más ardiente vida, han sido creados por la jerarquía de las potestades cósmicas bajo la inspiración de Dios, infinito e insondable. El Génesis lo expresa admirablemente con la palabra Elohim, que significa Dios de los Dioses (2).
Entender esta entrega de Masferrer a Helios, como la razón verdadera, la Gran Inteligencia, el Amor Universal, el Absoluto, supone ubicarnos dentro de su contexto histórico y generacional, dentro de la historia de las ideas de su época. Ya hemos afirmado en anteriores escritos como el esoterismo, en especial, la teosofía, signó de manera clara a un apreciable conjunto de autores, intelectuales, políticos y artistas de finales del siglo XIX y de las primeras décadas del siglo XX.
De esta manera, la teosofía se constituyó en un pensamiento alternativo, humanista, frente al positivismo y al materialismo que caracterizó el escenario histórico referido.
Dentro del espectro esotérico, sobresalió también la heliosofía, una doctrina que se derivó, como muchas, del movimiento espiritista, y que tuvo mucha popularidad en la región centroamericana.
Sobre esto apunta la doctora Ana Margarita Silva Hernández, de la Universidad de Costa Rica, en su ensayo “El ideario político de los intelectuales unionistas centroamericanos 1898-1921”, lo siguiente: “Los ideólogos unionistas, semejantes a otros intelectuales de la época, encontraron en la teosofía y el espiritismo un espacio contestatario a los principios liberales y de impulsar la democratización del sistema político del Istmo. Particularmente la heliosofía, una corriente del espiritismo experimental desarrollada por León Dennis y definida por Adán Isola como el sol de la sabiduría. Esta doctrina profesó la inmortalidad del alma y las vidas sucesivas, la presencia de diversos mundos, la explicación científica de los fenómenos de orden psíquico, el cristianismo como moral universal y las enseñanzas de Jesucristo, pero fuera de la Iglesia. Además, sostuvo la solidaridad, la fraternidad universal, el servicio al prójimo y el civismo” (3).
En Masferrer, hay desde luego, una tendencia heliosófica, pero muy masferreriana al final, lo mismo vale para su libro “Las siete cuerdas de la lira” (1926), y en general, para toda su producción más evidentemente esotérica. Hay que recordar que Masferrer es heterodoxo en su lectura y traducción del esoterismo y del orientalismo, y que nunca se adhirió de forma rígida a ninguna escuela, aún en este ámbito.
“Helios” está escrito en una prosa límpida, fluida, y altamente poética. Su estilística es de las mejores en el corpus masferreriano. En cuanto a sus ideas, hay dos a las que haremos alusión especialmente. Primero, al sentar una vez más, una idea reiterada en Masferrer: la espiritualidad verdadera, la religión verdadera, no puede ser intolerante. El sendero espiritual de la persona, está por encima de los asfixiantes credos confesionales impuestos. Masferrer nos dice al respecto: “Si el cristianismo no hubiera tenido orgullosos intérpretes, no hubiéramos visto matanzas religiosas; no se llevaran a la hoguera millares de herejes, a quemarles el cuerpo para que no se les perdiera el alma. El sacerdote es fatal; es el hombre que se sustituye a Dios; el que se abroga el derecho de declarar lo que Dios ha querido decir”. (4).
En segundo lugar, su concepción más teosófica, sobre los principios de amor y de verdad que subyacen en la palabra de todos los Maestros, a quien Masferrer admira y reconoce. Es decir, el hilo conductor, universal, que une a las grandes enseñanzas espirituales. Veamos: “De tarde en tarde, Helios envió para salvarnos algunos de sus hijos más altos, algún divino espíritu solar, de los que viven a su diestra: Mahatma, Jesús, Krishna, Pitágoras, Sócrates; y siempre, cuando los hombres comprendieron que era un Mensajero de la Luz, que podía libertarles enteramente de las tinieblas, se llenaron de espanto y de cólera, y les crucificaron. Porque los hombres aborrecen la plenitud del Sol”. (5).
El Salvador, ha tenido en su historia, la presencia de varios soles. Para nuestro recordado maestro y escritor, Francisco Andrés Escobar (1942-2010) tres de ellos brillaron excepcionalmente, sobre la tierra de Cuscatlán: Alberto Masferrer, Óscar Arnulfo Romero e Ignacio Ellacuría.
Potentes soles que no dejaron espacio alguno, para señalar y denunciar valientemente, esto es, para iluminar, la oscuridad de aquellos que siempre han ensombrecido la vida de los pobres. Y en ello, se les fue la vida.
Ir, entonces, a la lectura y meditación del Helios masferreriano, significa ir al encuentro de nosotros mismos, que son los otros, que somos el Todo, que es la luz, en definitiva, del Gran Hacedor.
FUENTES
(1) Alberto Masferrer. Helios. En obras escogidas de Alberto Masferrer. Tomo Primero. Editorial Universitaria, Universidad de El Salvador, 1971. p. 287.
(2) Édouard Shuré. Zoroastro y Buda, Serie los Grandes Iniciados. Editorial Kier, Buenos Aires, Argentina, 1960. pp.8-9.
(3) Documento disponible en internet. p.10.
(4) Alberto Masferrer. Helios. En obras escogidas de Alberto Masferrer. Op. cit. p. 303.
(5) IDEM. p. 313.