Alberto Quiñónez /
Colectivo de Estudios de Pensamiento Crítico
Herbert Marcuse (1898 – 1979) fue uno de los filósofos que lograron una gran importancia internacional en el “largo y tortuoso siglo XX”, perteneció durante varios años –junto a Max Horkheimmer, Theodor Adorno y Erich Fromm, entre otros- al Instituto de Investigación Social (conocido tradicionalmente como la “Escuela de Frankfurt”) que daría vida a la Teoría crítica, vertiente teórica que conjugó aportes provenientes de la filosofía marxista, la sociología crítica, la economía política y el psicoanálisis, para la interpretación de la realidad social y política de mediados del siglo.
Marcuse desarrolla, principalmente en su obra “El hombre unidimensional” de 1964 [1], el análisis de la sociedad capitalista contemporánea a través del concepto de “unidimensionalidad”. Aunque en dicha obra el análisis está centrado en las sociedades capitalistas, con especial énfasis en la sociedad estadounidense, el concepto de unidimensionalidad como característica propia del pensamiento moderno resulta aplicable a otras sociedades, como la sociedad soviética de aquel momento, fuertemente definida por los rezagos del estalinismo; el análisis del caso soviético lo ejecuta Marcuse en un texto posterior, “El marxismo soviético” de 1972 [2].
El concepto de unidimensionalidad en Marcuse, aplicado al análisis de la sociedad, posee de hecho varias aristas. Una de ellas es la del pensamiento y la razón, siendo la razón instrumental la que asume una primacía en el patrón de validez científica y filosófica (empirismo y positivismo) y que dan pie a la constitución de una sociedad tecnológica. Otra arista es la política, que hace de la democracia una abstracción ahistórica y concentrada en los procesos electorales. Una arista más es la de la homogeneización ideológica y política de una sociedad que, pese a todo, se mantiene con hiatos insalvables entre las distintas clases sociales. Y, finalmente, puede hablarse de una arista económica, caracterizada por el productivismo y la enajenación del trabajo.
En el plano del pensamiento y la razón, las sociedades actuales han mitificado la razón instrumental (medios-fines), con lo cual se alzan como rectores de validez epistemológica (y moral) los planteos que poseen razonamientos empíricamente demostrables bajo los parámetros de la ciencia moderna. Con esto, la sociedad viene a configurarse en torno al primado del cientifismo y la tecnología. La sociedad tecnológica es congruente con las necesidades del capitalismo, pues crea constantemente mayores necesidades de consumo, permite una mayor explotación del trabajo a través del aumento de la composición orgánica del capital, así como también permite administrar las energías físicas y mentales del ser humano a través de una plus represión pulsional ejercida por medio de la adecuación de los espacios de trabajo y ocio [3].
En el ámbito político, la unidimensionalidad se expresa en el fetichismo democrático, que es la generalización de los elementos representativos de la democracia validados por los procesos electorales. Marcuse denuncia aquí que tales procesos han perdido legitimidad al ser un mero consenso de masas, que no expresa a su vez las necesidades humanas de cara a una dignificación de la vida, sino de las aspiraciones de consumo o de pseudo participación de la ciudadanía. La democracia así pasa a ser una versión vacía de la democracia, donde el pueblo no es nada más que un electorado cooptado por los “aparatos ideológicos del Estado” [4], como los medios de comunicación, el sistema educativo, entre otros.
La sociedad unidimensional también está caracterizada por la homogeneización en el plano ideológico y político, a pesar de que en su seno siguen existiendo diferencias de clase –específicamente económicas, en la detentación de la propiedad sobre los medios de producción-, diferencias que son irreconciliables en el plano eminentemente económico bajo las relaciones de producción capitalistas, pero que son soslayadas por esa uniformidad ideológica. Así, en la sociedad capitalista contemporánea ya no hay oposición, sino falsa oposición; ya no hay una resistencia antisistema sino una adaptación a las posibilidades que el sistema ofrece. Marcuse es bastante enfático con respecto a esta arista de la unidimensionalidad al sostener que en las sociedades actuales hay una parálisis de la crítica, incluso de aquellos grupos, colectivos, sectores o clases que antes estaban en las antípodas del sistema, como lo era el proletariado. Para Marcuse, incluso estas clases han sido asimiladas por el capitalismo y los gobiernos “democráticos”, a través de las posibilidades de consumo, los derechos civiles y las pseudo libertades.
Finalmente, la arista económica de la sociedad unidimensional se refiere a la constitución de una sociedad capitalista (o socialista) basada en el productivismo y la enajenación del trabajo. Esto significa que la producción de mercancías –además de estar sujeta al proceso de concentración que ya sostenía Marx- se convierte en un fin en sí misma, mientras que toda referencia a la finalidad de la economía como provisión de bienes para la reproducción de la vida humana se pierde tanto en el plano teórico como en el plano práctico. El productivismo está a la base de las metas de los individuos, de las empresas, de los Estados y de los países. Pero a la vez, ese productivismo, que requiere de una represión pulsional que permite redireccionar las energías humanas hacia el trabajo, supone a la vez la masificación del trabajo enajenado en el sentido que lo entendía Marx [5]: el decreciente reconocimiento del ser humano frente a los productos de su trabajo, frente a los procesos de trabajo, los materiales de trabajo, la naturaleza y los demás ser.es humanos mismos.
En el sentido de las características antes apuntadas es que Marcuse denuncia la sociedad contemporánea como una “sociedad unidimensional”, que lejos de propiciar la realización de la persona humana en cualquiera de los sentidos vitales que el ser humano pueda y desee, propicia su enajenación, su virtual encarcelamiento en una formación encasillada y acrítica, una actividad laboral monótona y la consecuente minimización de las posibilidades del ser humano de realizar distintas tareas, con distintos sentidos, y en distintas áreas, y con ello de realizarse a sí mismo a través de esas distintas praxis concretas que se vuelven complementarias.
¿Es posible romper con esa lógica de la enajenación? Marcuse sostendrá en la mayoría de sus escritos que sí, pero que la exigencia de esa posibilidad no es otra cosa que la revolución. Ésta no es la mera sustitución de un gobierno por otro, sino el cambio de una lógica política de fondo, un cambio de mentalidad y un cambio de condiciones materiales que en ningún caso propicie la enajenación humana, sino una plena democratización de la vida en todos los ámbitos: político, económico, cultural, social, entre otros. A diferencia de otros autores que le son cercanos, Marcuse es bastante realista al decir que dicha transformación debe hacerse a través del compromiso con la acción política concreta.
Notas:
[1] Marcuse, H. El hombre unidimensional. Planeta-Agostini. 1993. Disponible en: https://zoonpolitikonmx.files.wordpress.com/2013/10/marcuse-el-hombre-unidimensional.pdf
[2] Marcuse, H. El marxismo soviético. Alianza editorial. 1975. Disponible en: https://monoskop.org/images/2/2c/Marcuse_Herbert_El_marxismo_sovietico.pdf
[3] De hecho, el tema de la represión pulsional cuyo fin es la reorientación de las energías humanas hacia fines “civilizatorios”, había sido tratado in extenso por Marcuse en su libro “Eros y civilización”, de 1955.
[4] La categoría es de hecho de Louis Althusser. Ver: Althusser, L. “Ideología y aparatos ideológicos del Estado”.
[5] Marx, K. Los manuscritos económico-filosóficos de 1844. UCA editores. 1987.