Escribir temas vernáculos es difícil, más no imposible de lograr. Se debe, primero, conocer o al menos adentrarse en el alma de nuestros orígenes, vivir el leit motiv que indujo al escritor (a) a plasmar esas líneas convertidas en metáforas; y, segundo, haber leído mucho sobre ello.
Aunque el tema no es nuevo en la literatura hispana –otros hacedores del arte lo han hecho-, cada escritor busca poner su propio sello, y así hacer una recreación de algo nuestro y de todos.
Mucha tinta se ha derramado en un intento por dilucidar sobre un tema cuya veta toca diversas aristas. El conocimiento empírico sobre el movimiento de los astros, curaciones a través de las plantas, en qué época sembrar para lograr una mejor cosecha, el respeto por la Pacha Mama, el aire, el sol, el agua… toca el escritor o investigador dándole su propia visión de mundo.
Octavio Paz (Ciudad de México, marzo-1914-19 de abril de 1998), quien recibiera el premio Nobel de Literatura mexicana (1990), incursiona en el tema con su libro Águila o Sol; en tanto que Miguel Ángel Asturias (Guatemala, 19/10/99-Madrid, 9/6/1974), lo hace con Hombres de Maíz; le sigue Severo Martínez Peláez (Quetzaltenango, 16/2/1925 – Puebla de Zaragoza (México) 14/1/1998), con La patria del criollo.
El premio Nobel chileno que hizo del verso una premisa y llevó un trozo de su Isla Negra en la camisa, tampoco obvió sus raíces; mutó su pensamiento para cantarle a Machu Pichu, nos referimos al poeta de todos los tiempos: Pablo Neruda (Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto, Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto (Parral, Región del Maule; 12/7/1904-Santiago, Región Metropolitana de Santiago; 23/9/1973).
Nuestro país tampoco anda a la zaga; incursionan en esto Francisco Ximénez (Écija, 1666 – Guatemala, 1722) al traducir las leyendas del quiché al castellano en El Popol Vuh; Mitología de Cuscatlán, de Miguel Ángel Espino (Santa Ana; 17/12/1902-México, D. F.; 1/10/1967); Los nietos del Jaguar de Pedro Geoffroy Rivas (Santa Ana, 16 de septiembre de 1908 – San Salvador, 10 de noviembre de 1979); Todo el códice, de José Roberto Cea (Izalco, Sonsonate, 10 de abril de 1939); y su paisano, el izalqueño Julio Leiva Masin (17 de agosto de 1955), con Los Izalcos…
La lista sería interminable. Nos detendremos aquí, pues el objetivo no es hacer una camándula de títulos, sino hablar del libro HEREDERO DE LOS CUATRO SOLES, escrito por nuestro gran amigo Danilo Umaña Sacasa, texto que recrea nuestras raíces precolombinas.
Todo escritor que peque de serlo no obviará sus raíces, pues estaría renunciando a su propia historia, y Danilo Umaña Sacasa lo sabe, por eso se adentra y desentraña hasta desangrar las palabras con que pronuncia una vida que respeta la tierra que vio nacer a sus antepasados.
“Soy el Heredero de los cuatro soles. / El nieto más amado/ de los verdaderos nahuas, / aquellos de linaje sagrado a quienes los dioses/ ordenaron fundar Tenochtitlán”, plasma el poeta.
Umaña Sacasa no desentona con su visión de mundo en un espacio ancestral, al contrario, camina descalzo frente a una sociedad que poco o nada le importa sus orígenes, de donde viene y hacia dónde irá de seguir agotando –con su proceder- los pocos recursos que aún le quedan a la madre natura.
¿Qué hace distinto este libro a los demás que han tocado estos temas vernáculos?, ¿será la búsqueda –en su caleidoscopio literario- de un tema añejo y a su vez actual? Mi respuesta sería –con el perdón de los lectores- el uso adecuado del símil emulando con la palabra –con propiedad-, la voz donde toman vida todo un bagaje recreado en un tema lúdico.
“Se suele decir/ que soy yo quien escribe estos poemas/ -y que soy yo quien los arrulla entre las páginas-/ pero son ellos los que se dejan escribir… / traen en sus manos de bosque/ la luz que ilumina las estrellas, / el agua de los manantiales prohibidos/ que disipa la sed de los océanos, / la intimidad de la sombra/ que evapora/ el cansancio de todos los caminos.” Escribe Danilo como preámbulo.
HEREDERO DE LOS CUATRO SOLES lo integran 24 poemas-homenaje cuya línea central –llámesele tema- rinde honores al jade, a la obsidiana, el cotón… a nuestras raíces precolombinas.
“En la soledad de los ríos/ va despedazando el calor de su mirada,/ en la soledad del agua/ va limpiando la luz de sus raíces,/ en la soledad de la noche/ va soltando la humedad de sus suspiros,/ en la más profunda soledad/ va sembrando sus venas de cometa.” (El amate)
En la lectura de estos poemas no extraña encontrar símiles que viajan mucho más allá de la invasión de los ibéricos. En este libro el poeta se viste de jaguar, retomando frases como Tenochtitlan, Quetzalcóatl, Tamoanchan, Tezcatlipoca, macehual, cálpulli.
Las frases aparentemente están sueltas; en tanto reseñan el habla aborigen, representativos de los nahuas, mayas, pipiles, pokomames, lencas…
“Huehuetéotl,/ el Dios del Fuego, /nos ha enviado en avanzada./ Pero el señor Huitzilopochtli/ con su enjambre de cuatrocientos colibríes/ nos hace compañía nuevamente… /Tláloc/ y Quetzalcóatl/ y Xipe-Totec/ -Nuestro Señor el Desollado- /son nuestras sombras permanentes/ en estos andares prolongados/ por el paso lento de los días…”, plasma el poeta.
Al escritor le duele la mansedumbre, la invasión hacia tierras sagradas, en su canto poético pide a los dioses que le acompañen, que le insuflen la sabiduría necesaria para esperar el futuro y pacientemente esperar la llegada del Quinto Sol.
“No nos ha quedado nada/ sólo somos dueños de nuestra hambruna/ y de este dolor salpicado de cascajo/ que nos quema la sangre y emborracha nuestras venas”, escribe el poeta.
Danilo, al igual que el resto de sus nahuales, viven el día a día, aunque por dentro tenga que callar el sufrimiento del conglomerado:
“Hoy he de vestir mi traje de plumas preciosas:/ el de botones de estrellas titilantes,/ el que hice con los hilos/ que cuelgan de las lianas,/ el de bordados transparentes/ para mostrar la buba de los años.”, confiesa el poeta.
Pienso en el verso iconoclasta de Danilo, en el giro que le da a la metáfora llevándonos por senderos inhóspitos del alma hasta adentrarse a esa frontera entre el corazón, su dolor, su propio dolor.
Umaña Sacasa destaca en este poemario de línea vernácula la condición del indígena, su impotencia ante los cambios a los que han sido confinados, entremezcla en sus páginas el tema precolombino, sus inquietudes y el deseo de cambiar el estatus quo al que fueron sometidos nuestros ancestros.
El poeta habla del susurro de la naturaleza, la salida intensamente buscada ante las resonancias interiores y del oficio de escribir, de ello se desprende que para mi gusto personal, Canto por el amate es uno de los mejores poemas que aquí se imprimen.
Danilo fusiona la palabra –como en un eco amoroso- al hombre con la natura; el hombre-sol y una mujer-luna. Todo ha de ceder ante las piedras sublevadas deseosas de retomar lo que se les ha quitado con engaños.
La vida sigue, pero el dolor hacia la madre natura es gigantesco para el poeta, por eso muestra su dolor lleno de impotencia.
“Ya no tendremos más cantos/ que alegren las barrancas de todos los hombres:/ se fueron con nuestras sonrisas/ en la triste solemnidad del día, /se fueron con el olor a desesperanza/ que se hunde en el manantial de la ceniza,/ con la incertidumbre sin rumbo/ que vaga con todas las certezas”, escribe.
Demos la bienvenida a este libro de Danilo Umaña Sacasa y hagamos de su canto una reflexión, retomemos la palabra sin olvidar nuestras raíces ancestrales que es donde está la clave del buen vivir.
Luis Antonio Chávez
Escritor y periodista
Debe estar conectado para enviar un comentario.