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Herodes speak english (1)

René Martínez Pineda
Director Escuela de Ciencias Sociales, UES

En la Tierra y en la Luna (y hasta en el planeta 55 Cancri-e, que está a 41 años luz de distancia), ninguna persona –no importa dónde esté parada- puede ser calificada como ilegal, porque el planeta y su satélite pertenecen a todos como especie humana. A lo sumo, y solo en determinadas circunstancias dadas por las necesidades del capital, las personas pueden ser vistas como indocumentadas, pero eso es una cuestión burocrática y clasista que demuestra el trato desigual entre nosotros y los otros. En todo caso, los únicos ilegales –por carecer de visa y de un permiso de trabajo vigente- son los ejércitos invasores que buscan expropiar los recursos naturales –tangibles como el petróleo y el agua, e intangibles como la cultura- de los países invadidos con premeditación, alevosía y ventaja bélica, al menos desde marzo de 1845, año en el cual Estados Unidos anexa a la reciente República de Texas. Esa tesis sociológica sobre la ilegalidad de las personas, tira por la borda cualquier política represiva contra los inmigrantes -como la llamada “tolerancia cero”- sobre todo si nace en un país que es fuerte y cosmopolita por el arduo trabajo del inmigrante.

Y es que la historia del capitalismo está signada por importantes flujos migratorios de jóvenes que se han visto en la necesidad imperativa de abandonar sus lugares originarios de residencia (polos de expulsión) para dirigirse hacia donde las necesidades de la acumulación de capital los han convocado, sí o sí. Claro está que las migraciones masivas, forzadas o no, han formado parte de la historia de la humanidad (y han sido el principal motor del cambio e intercambio cultural) y, por tanto, no son un hecho específico del capitalismo, pero es con este que los flujos migratorios cobran dimensiones planetarias hasta antes desconocidas debido al progreso trepidante de los medios de transporte y de comunicación, así como de la proliferación del desempleo (en los devastados polos de expulsión) y la demanda de mano de obra (en los pujantes polos de atracción), razón por la cual la inmigración fue tratada como una bendición de la plusvalía.

La política de “tolerancia cero” con la inmigración (del presidente que no es tolerado por la opinión pública, ni por quienes tienen un coeficiente intelectual igual o mayor a 80) en la frontera EE.UU.-México ya dejó sus primeros frutos podridos, siendo el más abominable de ellos la separación de cientos de familias y que niños de corta edad (de uno a diez años) hayan sido encarcelados como criminales peligrosos lejos del cuido y amor de sus padres, lo que debería provocar la indignación y el repudio unánime de todos los países del mundo, pues es una flagrante violación de los derechos humanos realizada por el gobierno del país que se vende como el gendarme de los derechos humanos y la democracia. Frente a la “tolerancia cero” de Trump, la “intolerancia cien” de nuestros pueblos, porque, para que lo sepa de una buena vez, ningún préstamo millonario ni ninguna ayuda humanitaria vale más que una tan sola lágrima de nuestros niños, porque ellos son la razón de ser de la humanidad.

El Departamento de Seguridad Interior –encargado de promover la inseguridad de los países pobres o sumisos- calcula que dos mil menores han sido separados de sus padres, parientes o tutores desde que entró en vigencia la nefasta política, y hasta ha tenido el cinismo de difundir imágenes crudas en las que se ve cómo algunos de nuestros niños, llevando a la realidad la película “el planeta de los simios”, están enjaulados. Me pregunto y pregunto: ¿cómo hubiera reaccionado el gobierno norteamericano si los enjaulados fueran sus niños? ¿Nos habría atacado de inmediato con misiles y bombas de destrucción masiva por considerarnos terroristas malévolos? ¿Habrían armado hasta el culo y lanzado sin cadenas a su ejército intervencionista para derrocar, ipso facto, al presidente que hubiera ordenado semejante atrocidad inmoral? ¿Nos habría etiquetado como parte del “eje del mal”? Por la razón que sea, las redes sociales y los grandes medios de comunicación han replicado historias dolorosas en las que los niños, en su mayoría originarios de Centro América detenidos en la frontera de Texas, piden a gritos permanecer juntos y ser llevados con sus parientes.

El portal Propublica difundió -el lunes 18 de junio- una grabación de sonido en la que se escucha a varios niños llamar con sollozos a sus padres, ante la patética y vil indiferencia de los agentes fronterizos –muchos de ellos inmigrantes- uno de los cuales, con acento y ombligo evidentemente ilegal, incluso llega a ironizar con que nuestros niños son “una orquesta de gritos”. Esa orquesta de gritos se convertirá, debe convertirse -simio sin identidad patria ni memoria- en una orquesta de salvadoreños indignados e intolerantes. Una niña de seis años –nuestra pequeña compatriota- le implora, al sirviente del Herodes gringo, que la lleve con su tía y hasta le explica que se sabe de memoria su número de teléfono. Pero ¿sabe ese ignorante lo que es un teléfono? ¿Sabrá leer y escribir? ¿Sabe dónde queda el sur de su cuna?

Como si estuviera dirigiéndose al público del coliseo romano, Trump dijo, durante un encuentro en la Casa Blanca, que “Estados Unidos no será un campo de migrantes y no habrá instalaciones para tener a refugiados… no bajo mi mando”. Posteriormente, arreglándose el pelo, anunció que ha creado una nueva fuerza espacial para conquistar o monitorear lo que resta del planeta y buscar agua pura en Marte. Asimismo Trump advirtió, en su desbocado Twitter, que “los niños están siendo utilizados por algunos de los peores criminales del mundo como un medio para entrar en Estados Unidos”. Haciendo relaciones que no existen, justificó su política contra los inmigrantes usando cifras de lo que él llama una “delincuencia histórica” al otro lado de la frontera y recalcó que “eso no va a ocurrir en mi país”. De modo que, para Trump, todos los inmigrantes son delincuentes, incluso los niños, por lo que hay que tratarlos como tales. Jeff Sessions, fiscal general de la causa imperial, en un acto de reaccionaria ignorancia, citó la Biblia para justificar la política de “tolerancia cero” contra los inmigrantes y el trato inhumano a los niños que conlleva –de la misma forma en que, en su momento y de rodillas, el General Hernández Martínez la citó, lleno de cristiano y esotérico júbilo, para mal justificar la masacre de 1932 en El Salvador.

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