René Martínez Pineda
Director Escuela de Ciencias Sociales, UES
Como remate del patético cinismo del gobierno norteamericano -que, sin pudor, se exhibe a nivel planetario- la secretaria de Seguridad Interior Kirstjen Nielsen –tan blanca y fría como anti-inmigrante, la Cruella de Vil fuera de las pantallas- aseguró que la administración gringa “no se va a disculpar por hacer su trabajo”, aunque su trabajo signifique enjaular y torturar a niños ajenos (nuestros niños), de la misma forma en que Herodes no se disculpó por hacer el suyo: cuidar el Imperio ante los peligros definitorios. “No podemos fingir que todos los que vienen a este país como una familia lo son de verdad”, además, “los tratamos bien (a los niños); les damos hasta dos horas para salir al patio a tomar el sol (como a los presos en las cárceles de máxima seguridad)”, alegó, sin mostrar ni un tan solo gesto de compasión humana.
De nada vale, en verdad, que la primera dama (Melania Trump) afirme que “odia” ver la separación de las familias en la frontera (de seguro apaga el televisor), ni importa mucho que las exprimeras damas acompañen hoy el coro de lamentos, pues cuando fungían como tales el trato a los inmigrantes fue casi similar. Los retumbos de esta querella migratoria (que en el fondo es una querella humanitaria) han llegado a las pomposas oficinas de la ONU, cuyo secretario general, António Guterres, dice, con la mano en el pecho, que ha luchado por preservar la unidad familiar y por no “traumatizar”, según él, a los niños migrantes. “Los refugiados y los migrantes siempre deberían ser tratados con dignidad y de acuerdo con el derecho internacional vigente”, ha dicho, agregando que “está decidido a hacer de la dignidad humana el núcleo de su labor y a fomentar la paz”.
Pero, señor Guterres, es momento de preguntarle: ¿cuántas veces la ONU ha frenado a los Estados Unidos en sus invasiones imperialistas y ha declarado como “crímenes de lesa humanidad” los terribles genocidios provocados por sus bombas y misiles? ¿Cuántas veces la ONU ha declarado a los Estados Unidos como país violador de los derechos humanos? ¿Cuántas veces la ONU, durante su gestión, ha obligado o conminado a los Estados Unidos para que retire sus tropas de los países invadidos o sometidos?
En una intrascendente conferencia de prensa –solo entre amigos íntimos- el alto comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Zeid Raad al Hussein, refutó y denunció la práctica de seguridad migratoria que, aplicando la “tolerancia cero”, implica un “abuso” sistemático y cruel contra la infancia (que incluye enjaularlos, atemorizarlos y doparlos “para que no lloren”) la que, en su triste y baladí opinión (porque no modifica en nada la realidad lamentada), puede provocar “daños irreparables” y de por vida para los menores afectados. El señor Zeid agregó que es “inconcebible” que un país “busque disuadir a los padres infligiendo un abuso así sobre los niños”. Por su lado, la directora ejecutiva del Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), Henrietta Fore, declaró que los menores “deben ser protegidos y tienen que estar con sus familias”, mientras el alto comisionado de la ONU para los Refugiados, Filippo Grandi, agregó que “hay formas efectivas de garantizar el orden y el control soberano de las fronteras sin someter a las familias al trauma psicológico de la separación entre padres e hijos”. Las denuncias son hechas, pero estas no tienen ningún poder de afectación que frene la política “tolerancia cero”.
Sin embargo, aquello que es “inconcebible” para el señor Zeid Raad ha sido la política exterior norteamericana durante muchas décadas (no importa si se trata de niños migrantes, de niños residentes en las ciudades devastadas, al detalle, por las bombas imperiales que buscan petróleo, gas natural, oro, plata o agua dulce; o de niños que mueren de hambre en África). En otras palabras, estoy afirmando que la política exterior gringa se basa en la tortura, la amenaza y la agresión con ventaja y alevosía.
La hojarasca de denuncias incluye organismos de todo tipo de la sociedad civil, algunos de los cuales han sido incluso más enérgicos que los propios gobiernos que sufren la afrenta. Como ejemplo puedo citar: las asociaciones de médicos y los obispos de Estados Unidos que se han pronunciado en contra de una práctica que la Unión Americana para las Libertades Civiles (ACLU) ha tachado de “cruel” y que ha recibido la condena unánime de las organismos internacionales defensores de los derechos humanos, en la medida en que todos ellos creen que no se está teniendo en cuenta el interés último de los menores. “Es una política espectacularmente cruel, en la que niños asustados se ven arrancados de los brazos de sus padres y llevados a centros de detención saturados que son, de hecho, jaulas”, afirmó la directora para las Américas de Amnistía Internacional, Erika Guevara-Rosas. En su opinión, “no dista mucho de la tortura”, en la medida en que se trata de un castigo intencionado contra las familias con intenciones coercitivas.
El Gobierno de El Salvador ha expresado igualmente su “preocupación” por las medidas en la frontera sur de Estados Unidos que exponen a los niños “a condiciones sumamente adversas que seguramente tendrán consecuencias en su salud física y desarrollo psicosocial a largo plazo”, según un comunicado en el que el Ministerio de Exteriores ha pedido, entre otras cuestiones, que sean los padres quienes decidan dónde van sus hijos y que se garantice “el principio de la unidad familiar”. Pero esa no es una posición firme. Las autoridades guatemaltecas han decidido mantenerse al margen. “Somos respetuosos con la política exterior en temas migratorios”, ha dicho en una rueda de prensa el portavoz de la Presidencia de Guatemala, Heinz Heimann, quien de esta forma ha marcado distancias con los países vecinos, asumiendo un papel de total cobardía.
Nuestros niños no necesitan de lamentaciones o de preocupaciones (aunque sean bienintencionadas) porque son niños de alma y corazón fuertes que no serán afectados de por vida y no necesitarán psicólogos para sobrevivir y adaptarse al capitalismo; nuestros niños –y el pueblo entero- no necesitan provocar lástima, necesitan de una respuesta enérgica del Gobierno, una respuesta ejemplar, una respuesta que se convierta en parte orgánica de la política exterior de seguimiento al migrante. Esa sería una postura honorable y digna que, seguramente, sería vista de buena forma por el pueblo, pues la soberanía patria radica, sobre todo, en nuestros niños. Ante la “tolerancia cero”, la “intolerancia cien” del pueblo.