Sara Moreno
Escritora joven
Llegué a la sala del Bosco. Buscando un espacio entre la gente encontré, al lado del gran tríptico de El Jardín de las Delicias, la mesa de los Pecados capitales. Observando detalle por detalle, me encontré a una mujer con un gran vestido rosa dentro de su cuarto. Ella se refleja en el espejo y se encuentra tan bella y noble, pero por falsa modestia, calla. Mientras calla piensa en todos aquellos que quisieran parecerse a ella, en aquellos que deberían parecerse a ella. Se mira y no nota que quien sostiene su espejo se ríe de ella. No nota que quien sostiene el espejo es un demonio, su demonio. Este viste su mismo tocado y la acompaña mientras se mira bella. Salen juntos a la calle y: ¡Ah, qué gusto ser tan modesta! ¡Qué gusto ser superior a los demás! Y allí la vanidad y la soberbia se toman de la mano y bailan. «La vanidad se encuentra en los lugares más inesperados: al lado de la bondad, de la abnegación, de la generosidad», afirma Ernesto Sábato en boca de Juan Pablo Castell, y nos señala. Nos señala y nos mira con ojos penetrantes, porque la vanidad nos ha enfermado de soberbia. Salimos entonces corriendo hacia el espejo para buscar consuelo: – ¡Qué alivio! Cuántas cosas buenas he hecho. Cuánta bondad hay en mí. Todos saben que soy generoso – nos decimos. Y no nos damos cuenta que, al igual que en la mesa de los pecados capitales del Bosco, quien sostiene el espejo, es un demonio.
La vanidad y la soberbia, aunque parezcan sinónimos, tienen significados diferentes y, en algunas ocasiones, complementarios. Cuando hablamos de vanidad, nos referimos al deseo de ser admirados por lo que somos o hacemos, pues esto nos coloca en una posición superior a los demás. En esta misma línea, la soberbia es buscar estar sobre los demás al saberse – o, más bien, creerse – superior y, como consecuencia, subestimar al Otro, despreciarlo.La soberbia es uno de los pecados capitales y se considera incluso que de esta se desprenden todos los demás. La avaricia, gula, envidia, ira, pereza y lujuria, nacen de la soberbia; por lo cual, no debe resultarnos extraño el afirmar que todos somos soberbios, pues hasta el desear hacer más bien, puede llevarnos a compararnos con quienes «hacen menos» y, por tanto «son inferiores». En el anonimato, el autor del Libro de Alexandre, expresa:
Quien más puede, más hace, no de bien, mas de mal;quien tiene más, más quiere; muere por más jornal;no mira con agrado que otro sea su igual.¡Mal pecado!, ¡ninguno es para Dios leal!¿No nos parecen situaciones tan cotidianas? Los que hacen el bien, puede adulterar su generosidad; el que tiene suficiente, no lo disfruta y se afana por tener más; el que encuentra algún parecido con otro, lo mira con desprecio. ¡Con cuánto cuidado hay que andar para no pisar la soberbia! Porque hasta el creer que hemos escapado de ella, nos puede esclavizar.