José M. Tojeira
Norteamericanos muy buenas personas y con valores de innegable mérito siguen creyendo que el lanzamiento de la bomba atómica fue necesario y que fue un acto válido moralmente. Otros pensamos que fue un crimen de lesa humanidad nunca juzgado simple y sencillamente por haber sido cometido por el país que ganó la guerra. En este contexto, rx durante la semana recién pasada, for sale se ha producido la primera visita de un presidente norteamericano a la ciudad de Hiroshima. Hemos visto la foto de un japonés generoso abrazando al mandatario norteamericano. Y es que en general las víctimas suelen ser siempre mas generosas que los victimarios. No hay otra manera de entender el agradecimiento japonés a la visita del mandatario estadounidense. Algunos medios de comunicación han resaltado el contraste entre la petición de perdón del canciller alemán, Willy Brandt, y la visita del presidente Obama. Willy Brandt había pertenecido desde sus comienzos a la oposición a Hitler y siguió en la oposición desde un forzado exilio. En Varsovia pide perdón directamente, arrodillado ante el monumento en recuerdo de los judíos masacrados por los nazis en el gueto de Varsovia. Su gesto adquirió en su momento incluso un nombre propio en la prensa: “La genuflexión de Varsovia”. Obama no pidió perdón, aunque abrazó efusivamente a uno de los supervivientes de la masacre de Hiroshima. Un paso importante, aunque todavía insuficiente, para un país, Estados Unidos, en el que todavía demasiados ciudadanos siguen pensando que el lanzamiento de la bomba atómica fue necesario para adelantar el fin de la guerra y salvar vidas norteamericanas. Pensamiento en contraste con el de connotados militares norteamericanos de la época que en su momento defendieron u opinaron que la bomba no era indispensable para finalizar la guerra. Baste citar al general y posteriormente presidente Eisenhower, y al almirante Chester Nimitz, jefe de la flota, que dijeron respectivamente que la bomba atómica ni era necesaria ni había incidido en el final de la guerra o la salvación de vidas norteamericanas. Al final sólo podemos ver la decisión de tirar dos bombas atómicas como una decisión del poder: La ebriedad imperial de quererse sentir el país más poderoso del mundo comenzó esta locura que durante tantos años mantuvo a la humanidad aterrorizada y que todavía hoy, con menos intensidad, continúa siendo un peligro para todos.
Entre nosotros algunos de los que representan a las instituciones que dieron cabida y protección a los victimarios en el pasado, van llegando a la actitud de Obama, pero no a la de Willy Brandt. Las víctimas salvadoreñas, en general, son generosas. La mayoría de los victimarios y de quienes les dieron cobijo y protección desde diversas instituciones del Estado se oponen radicalmente tanto a pedir perdón como a tener gestos de acercamiento a las víctimas. Hay una especie de soberbia de la vida de parte de quien se considera vencedor, que se manifiesta desde una larga multiplicidad de frases: Yo luché por El Salvador, yo defendía la patria, yo no sabía, yo soy inocente mientras no se me pruebe lo contrario en un tribunal, la amnistía hay que mantenerla porque evitó otra guerra civil, son, entre otras, algunas de las frases preferidas de aquellos que no quieren ni siquiera acercarse a las víctimas, mucho menos pedir perdón. Es difícil entender esta resistencia del victimario sabiendo que la capacidad de pedir perdón es una de las cualidades que más honran al ser humano. Y sabiendo además que las víctimas no piden muchas veces ni siquiera castigos para el victimario, sino verdad y reconocimiento. Ese reconocimiento que recupera la capacidad de crecer en humanidad y que se realiza con excelencia en el pedir perdón y en el darlo.
Hoy no faltan los que impulsan el olvido de los crímenes del pasado porque los del presente nos estremecen y preocupan. Sin darse cuenta de que el recuerdo de los crímenes del pasado, asumido desde el reconocimiento y el nunca más, es una de las mejores maneras de crear cultura de paz. Nuevas formas de mano dura van sustituyendo el discurso de la prevención del delito. Incluso la Corte Suprema hace esfuerzos cómplices con lo que fue una farsa de juicio, tratando de consagrar definitivamente el perdón y olvido. Las temáticas relativas a la desigualdad, injusticia social, exclusión, impunidad, idolatría del dinero, individualismo consumista y salarios vergonzosos de hambre, no se tocan al hablar del crimen, a pesar de su innegable relación con el mismo. Sólo las Iglesias continúan insistiendo en estos temas, y en la necesidad de prevenir, con esa fe profunda del cristiano que sabe que mantenerse en actitud de paz y justicia siempre da más frutos en el largo plazo que la violencia y la mano dura. El Salvador, y especialmente su liderazgo político y social lleva demasiados años confiando en vencer la violencia con violencia. Reflexionan muy poco sobre la larga historia de violencia estructural que todavía se muestra en la injusticia socioeconómica existente y en muchas de nuestras leyes, instituciones y formas de ejercer el poder político. En su carta pastoral titulada “Veo en la Ciudad Violencia y Discordia” nuestro arzobispo presentaba una largo recorrido histórico, desde los inicios de la época colonial, en el que la violencia había sido un patrón de violencia de mucho de los liderazgos existentes. Crear cultura de paz pasa siempre por el cambio social y la eliminación de injusticias. No se puede defender la vida con salarios de hambre y trabajos escasamente remunerados. Ni se puede lograr la paz a través de la violencia. Repensar el país es necesario. Es indispensable para alcanzar la paz comprometerse con grandes acuerdos que tengan como base un proyecto de realización común que busque activamente superar las injusticias existentes y devolver a las víctimas su dignidad. Un proceso que se debe dar en el tiempo, con metas, evaluaciones y crítica. Pero con avances permanentes hacia la justicia social y el mejoramiento de las instituciones.