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Historia de los suplicios V

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HISTORIA DE LOS SUPLICIOS V

Por César Ramírez CARALVÁ

 

Tomo 3 N° 51 Gaceta de la República del Salvador en la República de Centro-américa

San Salvador junio 18 1852

Cambises -Rey de los persas condenó a este suplicio a un juez convencido de iniquidad: la piel del paciente fue clavada en la silla sobre la cual vino a sentarse su hijo para reemplazarle. La ejecución de esa horrible pena era tan larga como dolora. Se tendía al delincuente sobre una mesa después de haberle echado una mordaza (mecanismo de sujeción) y un hombre armado de un cuchillo le quitaba el pellejo sin herir las carnes. Uno de los suplicios más comunes en Persia consistía en arrancar los cabellos y echar después ceniza caliente en la cabeza. También empleaban la ceniza caliente para ahogar a los grandes criminales. Leemos tocante a este objeto en un comentario sobre la biblia por el P. Calment los pormenores siguientes: se llenaba de ceniza hasta una cierta elevación una torre grande. De los altos de esta torre se arroja de cabeza al culpable en la ceniza y después por medio de una rueda, se removía la ceniza alrededor de su cuerpo, hasta que quedara ahogado. El suplicio que los persas llamaban Diafendoneso y que imponía al adultero, es uno de los más crueles que el genio de los verdugos haya inventado… Se doblaban por medio de cordeles y de máquinas dos árboles uno sobre otro, y se amarraba al criminal a los dos palos por cada pie, después habiéndose dado una señal los cordeles se aflojaban súbitamente y los árboles volvían a su posición natural, llevándose cada uno una mitad del cuerpo del paciente. Los griegos castigaban de muerte el sacrilegio, la profanación de los misterios, las empresas contra el Estado, contra el gobierno republicano, los desertores, los que habían entregado al enemigo una plaza armada o una galera; el robo cometido durante el día, cuando pasaba de 59 dragmas (9$), el robo cometido de día en los lugares públicos. El dogal, la degollación y el veneno eran los principales suplicios en uso entre los griegos. A la hora de la ejecución, el verdugo bajaba silenciosamente a el calabozo del reo de muerte y cumplía sin ruido su terrible misión. Algunas veces también, cuando el suplicio debía tener lugar públicamente, el criminal era precipitado o perecían en la plaza pública apaleado, este último castigo se imponía ordinariamente a los ladrones. Un hombre absuelto de un crimen involuntario debía desterrarse durante un año, y no volver a presentarse a los parientes de la víctima, y haberse purificado en el templo. Un acusado de homicidio, que desesperaba del exilio de su proceso podía condenarse a sí mismo al destierro antes del juicio. En caso de condenación, sus bienes eran confiscados y si volvía a presentarse en el territorio de la República, todo ciudadano podía citarle ante la justicia, y aun matarle.

Entre los atenienses, arrancaban los cabellos al adultero. Los crímenes monstruosos eran frecuentemente castigados con un suplicio cuya idea solo hace estremecerse de horror, y que consistía en encerrar al paciente en un gran cofre erizado de puntas agudas cortantes, donde no tardaba en morir en medio de horrendas torturas. La legislación penal militar desplegaba una despiadada severidad en Roma, los padres podían hacer morir a sus propios hijos por un simple hecho de disciplina. Un cuerpo entero, una legión, una cohorte, que hubiera huido ante el enemigo, eran diezmados y las víctimas designadas por la suerte perecían apaleadas. Todo el mundo sabe que las Vestales eran enterradas vivas cuando habían dejado apagarse el fuego sagrado. El primer parricidio cometido en Roma, fue castigado de un modo terrible, el culpable fue arrojado al Tíber encerrado en un costal de cuero. La ley de Pompeya modificó este suplicio, ordenando que el condenado fue primero azotado hasta derramar sangre, y encerrado después en el costal con un perro, un mono, un gallo y una víbora.

Vida aquella, que transcurría sin prisas ni preocupaciones, aunque sí con muchos deseos y afanes. Allí pasamos las primeras edades, que, con todo, son las mejores, porque en ellas sólo se tiene el pensamiento para la diversión sana y oportuna, y la conciencia para el amor filial y fraterno.

En Guazapa, dando vueltas sin ton ni son,

por las mismas calles, pero no por los mismos ambientes.

Ver también

Amaneceres de temblores y colores. Fotografía de Rob Escobar. Portada Suplemento Cultural Tres Mil. Sábado,16 noviembre 2024