INTIMISSIMUM
HISTORIA DE LOS SUPLICIOS VI
Por CARALVÁ
Los ladrones cogidos en flagrante delito pasaban por los azotes y caían en servidumbre. El esclavo que ensayaba huirse podía ser castigado con la pena de muerte por su amo, su cuerpo era después arrastrado sobre un zarzo y botado en las Gemenias o en el Tiber. Los azotes procedían ordinariamente al último suplicio. Algunas veces, después de la muerte, el verdugo cortaba la cabeza del cadáver. El conspirador político era precipitado a la roca Tarpeya. Se marcaba al calumniador en la frente con una letra K o C. El suplicio más ordinario de los cartaginenses era la cruz. Al principio no fue sino un simple palar de madera en el cual se amarraba al criminal ora con lazos, ora con clavos que se le metían en las manos y los pies. Más tarde la cruz fue compuesta de dos piezas de madera, ensambladas de tres modos diferentes 1° en X, y con forma lo que llamamos la Cruz de San Andrés, 2° era T era el modo más empleado, el 3° modo consistía en amarrar la pieza horizontal un poco debajo de la extremidad de la pieza vertical. La pena de la cruz fue común a casi todos los pueblos, los Persas condenaban a ella a los grades, los romanos a los que se habían sublevado, algunas veces a las mujeres, más comúnmente a los esclavos; los Judíos crucificaban a sus más grandes criminales. Los romanos y los griegos nunca desclavaban a los ajusticiados, los judíos al contrario, les deban la sepultura, pero después de haber agotado en ellos excesos dictados por la crueldad más inmensa. La emperatriz Filomena madre del gran Constantino, habiendo encontrado la verdadera cruz en el cual había sufrido Jesucristo, su hijo abolió enteramente ese suplicio. Las persecuciones dirigidas contra el cristianismo dieron nacimiento a unas penas desconocidas hasta entonces y que variaban según el capricho de los verdugos, cuya imaginación fecunda variaba a cada mártir una nueva tortura. El apedreamiento, la parrilla ardiente, las fieras del circo, la hoguera, la espantosa invención de las hachas humanas, el caballote, la descuartización, el plomo derretido y el aceite hirviente derramado sobre llagas sangrientas, tales eran los suplicios más comúnmente aplicados a los cristianos. Las invasiones del Siglo IV no cambiaron sensiblemente los suplicios usados en ese tiempo, pues eran difícil hacerlos más bárbaros. Por lo demás el cristianismo no tardó en suavizar la legislación criminal de los pueblos cuya bandera era la cruz. Cuando los nuevos estados europeos fundados sobre los destrozos del mundo romano, se hubieron constituido y hubieron revestido una nacionalidad distinta, la penalidad se modificó con el ingenio de cada pueblo y según el grado de civilización que había alcanzado. La Francia fue quizás el país en donde la extrema severidad de los suplicios fue lo más pronto suavizada. Las penas más generalmente impuestas bajo el reino de las dos primeras razas fueron la horca, la degollación, la rueda, la descuartizar, la ceguedad, la hoguera, la asfixia por el agua y la estrapade (strappado). Este último suplicio consistía en amarrar al paciente a un cordel que bajaba rápidamente a lo largo de un pilar de madera; algunas caídas de una altura de veinte pies poco más o menos bastaba para dar la muerte, que no llegaba con todo sino después de una dislocación completa de los miembros del ajusticiado. La pena del báculo o aplicación de palazos en el espinazo del culpable estaba igualmente en vigor. El más terrible suplicio de los primeros tiempos de la historia de Francia es el Brunchaut, que fue amarrada a la cola de un caballo salvaje y fue hecha pedazos. Bajo la tercera raza varios criminales fueron despellejados vivos, entre otros, las princesas Margarita, Juana y Blanca, todas tres mujeres de los hijos de Felipe el bello, como convencidas de adulterio. Cada uno tiene presentes los edictos de San Luis y de Luis XII contra los blasfemos, pronunciaban penas enteramente nuevas como la incisión de la lengua con un hierro hecho ascua, la sección del labio inferior, &, Luis XI inventó o más bien aplicó por primera vez, la invención de las jaulas de hierro en las cuales el paciente forzado de mantenerse encorvado, debía quedar en esta cruel posición sin poder hacer un solo movimiento; los calabozos profundos y perpetuos llamados Oublittes, las mazmorras, pertenecen también a esa época. Un poco más tarde los monederos falsos fueron condenados a ser hervidos en agua o en aceite. En el Siglo XVI se vuelve a encontrar este abominable suplicio en los antros del parlamento de París. Fue todavía en tiempo de Luis XI que los verdugos se sirvieron por la primera vez de un brasero ardiente que se aproximaba a los ojos de la víctima hasta que hubiese perdido la vista.
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