INTIMISSIMUN
HISTORIA DE LOS SUPLICIOS VII
Por César Ramírez CARALVÁ
Tomo 3 N° 53 Gaceta de la República del
Salvador en la República de Centro-américa
San Salvador julio 2 1852
La pena de la rueda que no había sido aplicada sino raras veces en los primeros tiempos de la monarquía fue infligida por decreto de Francisco 1° al asesinato con circunstancias agravantes, al asesinato de un amo por su criado, al parricidio, al estupro y al crimen de lesa majestad. La tortura prealable, más conocida bajo el nombre de cuestión de tormento, era sin ninguna dura más dolorosa que la ejecución capital que frecuentemente la terminaba. El Pilori (Poste donde se sacan a los reos a la vergüenza) suplicio enteramente moral, señaló en Francia el advenimiento de esta potencia de la opinión cuyas sentencias superan hoy día a las del poder judicial. La degollación se hizo primero con ancha espada, más tarde el hacha reemplazó la espada en la manos del verdugo, pero esto no fue en provecho de la humanidad, porque muchas veces la decapitación no se había concluido sino después de un número más o menos grande de golpes descargados por una manos imperita o trémula; es de ese modo que el conde de Chalais una de las víctimas de Richelieu, no recibió la muerte sino hasta el vigésimo hachazo.
El horrible suplicio que castigaba el crimen de lesa majestad era ordinariamente precedido de horrendos padecimientos para el paciente, al cual arrancaban por medio de tenazas hechas ascua, pedazos de carnes en los pechos, los brazos, muslos y las pantorrillas. La revolución de 1789 vio abolir la tortura y una gran parte de los suplicios que acabamos de enmendar. El 21 de enero de 1790 fue votado el decreto que erigía la guillotina. Rapidez extrema y seguridad en la ejecución, ausencia de dolor, tales eran las condiciones del nuevo instrumento de muerte, que conciliaba a la vez los derechos en la justicia y la humanidad. La guillotina fue sin embargo un agente de exterminación bastante expedito entre las manos de algunos de los odiosos procónsules enviados a los departamentos por el despiadado comité de salud pública.
Los casamientos republicanos o bateles de válvula inventados por el despiadado Carrier de Nantes, las ejecuciones por medio de la metralla mandados en Leon por Couthon y Fouché, llenaron mejor las intenciones de esos feroces representantes del sistema del terror.
Hoy día por un nuevo progreso de la opinión, las ejecuciones capitales no van acompañadas en la Francia de este espantoso aparato, que ofrecía en otro tiempo a la curiosidad pública un incentivo funesto. El cadalso ha desaparecido de la plaza pública y luego no funcionará más sino en el interior de la prisión, hasta el momento en que nuevas y decisivas conquistas de la razón pública permitan al legislador el condenarle a una eterna inacción. Comparando la legislación penal de la Francia con la que rige otras naciones queda uno admirado de la barbaridad de sus medios de represión. Ábrase el código de la Prusia y se verán figurar como penas no solamente el dogal y la cuchilla sino aun el suplicio del fuego y el de la rueda, que debe según términos de la ley, comenzar ora por las piernas ora por la parte superior del cuerpo. El código austríaco es igualmente digno de los tiempos bárbaros. ¿Quién pudiera leer ahí sin repugnancia y sin horror los detalles dela pena del cureau dura o durísimo?
¿Hablaremos de la legislación inglesa? Oigamos lo que dice Bentham: quedarían demasiado atónitos los lectores si yo, les expusiera el código penal de esa nación célere por su humanidad y por sus luces, pensarían uno encontrar la mayor proporción entre los delitos y las penas; se vería esta proporción continuamente olvidada o derribada y la pena de muerte prodigada para los delitos menos graves. La verdad no obliga sin embargo a decir que esta penalidad viciosa tiene dos correctivos poderosos, el jurado y la sanción real; pero no es menos verdadero que este desacuerdo de las leyes y de la conciencia pública es una lamentable anomalía indigna de un gran pueblo ¿qué sería pues, si penetramos en Rusia y si quisiéramos enumerar las monstruosidades sangrientas del despotismo de los antiguos sultanes? Con todo ¡tengamos paciencia! La civilización se ha acordado de los lugares que fueron su cuna, ya empezó a penetrar en Oriente.
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